Ester López: “No estamos conteniendo el acoso escolar”
Ester López, de formación criminóloga, vivió una infancia y adolescencia complicada tanto en el entorno familiar como en el instituto, donde sufrió bullying.
Por Javier Peris
Hoy el fenómeno del bullying disfruta de una visibilidad sin precedentes pero, al mismo tiempo, siguen siendo muy escasos los profesionales, asociaciones y otras instancias a los que pueden recurrir las familias afectadas. Ester López, de formación criminóloga, vivió una infancia y adolescencia complicada tanto en el entorno familiar como en el instituto, donde sufrió bullying. Hoy se dedica a ayudar a los menores acosados y sus familias con un programa, Stop Bullying, en el que trata las secuelas psicológicas, familiares y sociales, además de comprobar que los centros escolares cumplen con sus obligaciones de manera diligente.
Es un programa muy concreto, hasta en la duración: tres meses.
Es completamente novedoso. Lo he desarrollado con mi propia metodología. Y en cuanto a los plazos, no hay tiempo que perder. Uno de los principales errores para afrontar los posibles casos de bullying es dejar pasar el tiempo, que ocurre demasiadas veces por la lentitud o la indolencia de los centros escolares y por la falta de información de las familias. En el programa nos preocupamos en recabar toda la documentación para que los procedimientos se cumplan de forma rápida y eficaz.
“Todos recordamos casos de acoso en nuestra historia escolar. ¿Qué ha cambiado?
Sí, siempre ha existido. En otros tiempos había más tolerancia con estas situaciones porque también existía una mayor indulgencia con la violencia en general; no olvidemos que eran habituales los castigos corporales. Pero hoy la diferencia más notable es, sin duda, que el acoso continúa fuera del aula a través de las redes sociales. Incluso se graban las vejaciones y se comparten en Internet. Lo que no ha cambiado, sin embargo, es la ley del silencio: los compañeros de clase no hablan, no denuncian.
Habrá unos casos más graves que otros…
Trabajo de la misma forma sea cual sea el grado de violencia, moral o física. Lo primero es evaluar la situación y conocer con exactitud las circunstancias, al propio afectado, su entorno familiar… El acoso puede ser, por ejemplo, muy agresivo pero, al mismo tiempo, durar poco o ser esporádico; o bien contener una violencia menor pero prolongarse en el tiempo… Cada caso es un mundo y el programa se adapta a cada uno.
Ha citado la ley del silencio. ¿La única fuente de información es el menor acosado?
Así es, desgraciadamente, y además tarda mucho –una media de 13 meses– en hablar de ello. Hay síntomas que hacen sospechar, como el cambio de carácter, la aversión al colegio, el repentino bajón en las calificaciones… Incluso puede haber síntomas físicos, como los vómitos. Pues bien, pese a todo, no es fácil detectar el acoso porque se sigue dedicando a ello poca atención y escasos recursos.
¿Qué recursos?
En los colegios se debe trabajar más en la formación de los profesores para que sepan identificar antes los posibles casos. Además, hay que sensibilizar al alumnado no en general sino con pautas concretas sobre qué conductas son aceptables y cuáles no. Y también están las familias: todavía perviven creencias y estilos educativos que normalizan de algún modo la violencia.
La responsabilidad parece recaer más en los centros educativos.
Hay centros que sí trabajan muy bien este tema, pero no son la mayoría. Con frecuencia se prioriza el posible coste reputacional para el colegio, y otras veces simplemente ignoran cómo afrontar el bullying. Reconozco que es un tema muy delicado para ellos, pero no olvidemos que las escuelas son legalmente responsables de todo lo que le ocurra a los menores y, en los casos más graves, se puede llegar a la responsabilidad penal. Por otra parte, observamos que en la forma de actuar de cada escuela influye la disposición personal de sus docentes y directivos, más allá de los protocolos específicos.
¿Y la familia?
Nuestro programa trabaja con la familia desde el principio hasta el final, con un acompañamiento permanente en la evaluación, precisando y acreditando los hechos (realizamos un informe criminológico), constatando las secuelas y trabajando para minimizarlas. De manera amistosa solicitamos del centro escolar toda la información posible, testimonios, etc., y establecemos un plan de acción concreto junto a la familia.
¿Qué destacaría de todo este trabajo?
Sin duda el principal objetivo del programa es recuperar la autoestima del menor. Por ejemplo, hay muchos padres que ante una situación de acoso al hijo o a la hija deciden cambiarle de colegio. No es una buena idea porque el menor ya se encuentra victimizado y lo más probable es que en el nuevo centro encuentre otro agresor. Debemos trabajar para que el niño comprenda que lo que está viviendo no está bien, que realmente vea el cambio y que comprenda que no es culpa suya para ayudarle a salir del rol de víctima en el que está situado. Sólo así conseguirá dejarlo atrás.
Se habla muchísimo de bullying y se diría que todos, incluidos los colegios, estamos sensibilizados. ¿No se está notando?
Ojalá lo estuviéramos conteniendo. Una cuarta parte de los escolares sufre o ha sufrido acoso. Hay muy buenas intenciones pero muy poca información y formación. Lo normal es que no sepan qué hacer, ni las familias ni los colegios. Es muy triste, pero se siguen dando situaciones que acaban en tentativas de suicidio. A veces es una forma de llamar la atención pero otros terminan por cometerlo. Y hablamos de niños incluso menores de 10 años.
Las familias no saben dónde acudir…
Debería haber mucha más instituciones. Sin embargo, y desgraciadamente, no conozco ninguna otra consulta parecida a la mía.