Opinión
Tenemos un maestro interior, o así debiera ser, que nos enseña a pensar la vida, pero sin olvidar vivirla; nos muestra cómo saber hacer, no haciendo; nos señala que son nuestras resistencias a la realidad las que nos hacen sufrir; nos orienta para mediante el esfuerzo poner en funcionamiento la razón y la voluntad, y mediante la entrega, la libertad y la intuición.
Cada vez son más los educadores que vuelven a una enseñanza con sentido. Cada vez son más los educadores que aprecian la importancia de que lo experiencial y lo instructivo se den la mano, valorando los beneficios de ambas líneas educativas, en lugar de entrar en conflicto, en la eterna ficción de la evolución metodológica.
Y vivir, ¿para cuándo?
La evasión, que no es mala en su justa medida —el problema es que la hemos perdido—, consolida una vida opiácea o anestesiante que se reduce a dos verbos: producir y consumir.