"La educación no lo puede todo, hay límites"

Especialista en criminología y en tratamiento de los delincuentes precoces, es autor, entre
otros libros, de La reeducación del delincuente juvenil, o de un Diccionario de Criminología.
En este libro trata de un problema emergente: las denuncias de padres agredidos
por sus hijos se han multiplicado por ocho en españa en los últimos cuatro años. Y de
cómo los padres afectados pueden hacer frente a este problema.

Autor: padresycolegios.com

El niño que tiraniza a sus padres es un fenómeno relativamente nuevo y, desde luego, en auge. Vicente Garrido desentraña lo que hay detrás de este problema, que él denomina el «síndrome del emperador».

Pregunta. ¿Por qué ha escrito este libro?
Respuesta. Inspiraron este libro aquellos padres que, siendo buenos progenitores, no merecían tener este problema. Se dice que son los padres los que tienen la culpa de que el niño sea así, pero eso no siempre es verdad.

P.
No estamos hablando de niños malcriados.
R. Un niño malcriado, producto de esta sociedad, no tiene por qué ser violento. Los padres permisivos tienen niños irresponsables, pasotas, caraduras… Pero no son niños violentos, no odian a sus padres, no los tiranizan.

P. Pero, ¿la permisividad no lo favorece?.
R. Lo favorece, no hay duda. Pero lo que trato de transmitir a los padres con este problema es que no se culpabilicen, y que busquen ayuda. El mito de la moldeabilidad absoluta del niño es absurdo, los padres no son dioses. La educación no lo puede todo, hay límites.
 
P. En el libro critica la frase «la educación lo es todo».
R. Es que no es todo, aunque sí mucho. El problema es que los padres, al asimilar este mensaje, llegan a mi consulta avergonzados, culpabilizados. Y ya tienen bastante con el problema de la violencia de sus hijos.
 
P. ¿No se les puede culpar?
R. Si supieran todo lo que va a pasar, podrían haber tomado medidas. Pero es que ni siquiera son conscientes de que ese problema existe, ni de las consecuencias que tiene. Y, aún sabiéndolo, es tal el desamparo en que se encuentran, que no estaría justificado culparlos.
 
P. ¿Desamparo?
R. No hay ayuda real, salvo que se tenga dinero para un psicólogo o para ingresarlo en un centro especializado: del pediatra, olvídate; el juez como mucho decretará una libertad vigilada, y eso si tiene más de 14 años –la Ley del Menor sólo está pensada para el niño marginal, no para estos casos–; el sistema de salud mental está muy abandonado en España. No hay ayuda por parte de la Administración.

P. Vaya panorama.
R. El problema es que los padres, además de venir culpabilizados, tienen que recibir la culpabilización del resto de la sociedad, incluso de los servicios sociales.

P. Hace unos años pasaba algo parecido con los padres de anoréxicas, pero eso ha cambiado.
R.Ha cambiado porque se ha publicitado mucho, y eso es importante, porque la gente ya sabe que no es un problema relacionado con la educación.
 
P. ¿De quién es la culpa?
R. Los padres de una generación han crecido con la idea de que la culpa es mala, de que su hijo no sufra un «trauma». Y llaman trauma a cualquier dolor emocional. Pero esto es un error, porque la culpa es un sentimiento antropológico. Lo hemos identificado con frustración, limitación, cuando es un auténtico recurso para que el ser humano sea completo.

P. Pero esa idea está en la sociedad.
R. Todos hemos participado en la desorientación reinante: no exculpo a los padres, culpo a toda la sociedad.

P. ¿Cuál es la causa real?.
R. Hay una predisposición biológica que afecta a un 2% de la población. Pero el aumento de los niños tiranos se debe a que antes la estructura social y familiar limitaba el problema. Pero el actual culto al narcisismo, al hedonismo y al egocentrismo hace que los niños con esa predisposición aprendan rápidamente que esto es jauja. Hay un culto al síndrome del emperador. No hay más que ver la televisión.
 
P. Sostiene que una actuación medianamente competente de los padres bastaría para atajar la mayor parte de los problemas, si hubieran contado con la ayuda necesaria. ¿Dónde buscarla?
R.Una buena red de salud tendría que haber ayudado a los padres cuando su hijo tiene 8-10 años dándoles pautas pedagógicas: primero, poniendo unos límites muy definidos de comportamiento, donde recompensas y castigos estén muy estructurados; segundo, aumentando las experiencias de socialización emocional de sus hijos.

Cómo lograr una autoridad positiva

Tener autoridad, es básico para la educación
de nuestro hijo. Debemos marcar límites y objetivos
claros que le permitan diferenciar qué está bien y qué
está mal, pero uno de los errores más frecuentes de padres
y madres es excederse en la tolerancia. Y entonces empiezan
los problemas. Hay que llegar a un equilibrio, ¿cómo
conseguirlo para tener autoridad?

Autor: padresycolegios.com

– ¿Qué hago si mi hijo está encima de la mesa y no quiere bajar?
– Dígale que
baje – le dije yo.
– Ya se lo digo, pero no me hace caso y no baja– respondió
la madre con voz de derrotada.
– ¿Cuántos años tiene el niño?– le
pregunté.
– Tres años – afirmó ella.
Situaciones semejantes a ésta se
presentan frecuentemente cuando tengo ocasión de comunicar con un grupo de
padres. Generalmente suele ser la madre quien pone la cuestión sobre la mesa
aunque estén los dos.

ERRORES
FRECUENTES

Estos son los errores que, con más frecuencia,
debilitan y disminuyen la autoridad de los padres:

LA PERMISIVIDAD. El niño, cuando nace, no tiene
conciencia de lo que es bueno ni de lo que es malo. No sabe si se puede rayar en
las paredes o no. Los adultos hemos de decirle lo que está bien o lo que está
mal. El dejar que se ponga de pie encima del sofá porque es pequeño es el
principio de una mala educación. Un hijo que hace «fechorías» y su padre no le
corrige, piensa que es porque su padre ni lo estima ni lo valora. Los niños
necesitan referentes y límites para crecer seguros y
felices.

CEDER DESPUÉS DE DECIR
NO.
Una vez que usted se ha decidido a actuar, la primera regla
de oro a respetar es la del no. El no es innegociable, pero es el error más
frecuente y que más daño hace a los niños. Cuando usted vaya a decir no a su
hijo, piénselo bien, porque no hay marcha atrás. En cambio, el sí, sí se puede
negociar. Si usted piensa que el niño puede ver la televisión esa tarde, negocie
con él qué programa y cuanto rato.

EL
AUTORITARISMO.
Es el otro extremo del mismo palo que la
permisividad. Es intentar que el niño/ a haga todo lo que el padre quiere
anulándole su personalidad. El autoritarismo sólo persigue la obediencia por la
obediencia. Su objetivo no es una persona equilibrada y con capacidad de
autodominio, sino hacer una persona sumisa, esclavo sin iniciativa, que haga
todo lo que dice el adulto. Es tan negativo para la educación como la
permisividad.

FALTA DE
COHERENCIA.
Los niños han de tener referentes y límites
estables. Nuestro estado de ánimo ha de influir lo menos posible en la
importancia que se da a los hechos. Si hoy está mal rayar en la pared, mañana,
también. Igualmente es fundamental la coherencia entre el padre y la madre, que
se deben apoyar.

GRITAR. A
veces es difícil no perder los estribos. De hecho, todo educador reconoce
haberlos perdido alguna vez en mayor o menor medida.Perder los estribos supone
un abuso de la fuerza que conlleva una humillación y un deterioro de la
autoestima para el niño. Además, cuando los gritos no dan resultado, la ira del
adulto puede pasar fácilmente al insulto, la humillación e incluso los malos
tratos psíquicos y físicos, lo cual es muy grave. No debemos llegar a este
extremo. Si los padres se sienten desbordados, deben pedir ayuda.

NO CUMPLIR PROMESAS NI
AMENAZAS.
El niño aprende muy pronto que cuanto más promete o
amenaza un padre menos cumple lo que dice. Cada promesa o amenaza no cumplida es
un jirón de autoridad que se queda por el camino. Deben ser realistas, fáciles
de aplicar. Un día sin tele o sin salir, es posible. Un mes es
imposible.

NO NEGOCIAR. No
negociar nunca implica rigidez e inflexibilidad. Supone autoritarismo y abuso de
poder, y por lo tanto incomunicación. Un camino ideal para que en la
adolescencia se rompan las relaciones entre padres e hijos.

NO ESCUCHAR. Muchos padres se quejan de que sus
hijos no los escuchan. Y el problema es que ellos no han escuchado nunca a sus
hijos. Los han juzgado, evaluado y les han dicho lo que habían de hacer, pero
escuchar… nunca.

EXIGIR ÉXITOS
INMEDIATOS.
Con frecuencia, los padres tienen poca paciencia con
sus hijos. Querrían que fueran los mejores… ¡ya! Con los hijos olvidan que
nadie ha nacido enseñado. Y todo requiere un periodo de aprendizaje con sus
correspondiente errores.

EN
POSITIVO

Actuaciones concretas y positivas, como estas,
ayudan a tener prestigio y autoridad positiva ante los
hijos:

TENER UNOS OBJETIVOS
CLAROS
de lo que pretendemos cuando educamos. Han de ser pocos,
y formulados y compartidos por la pareja, de tal manera que los dos se sientan
comprometidos.

ENSEÑAR CON
CLARIDAD
cosas concretas. Al niño no le vale decir «sé bueno»,
«pórtate bien» o «come bien». Estas instrucciones generales no le dicen nada. Lo
que sí le vale es darle con cariño instrucciones concretas de cómo se coge el
cuchillo, por ejemplo.

DAR TIEMPO DE
APRENDIZAJE.
Una vez hemos dado las instrucciones concretas y
claras, las primeras veces requieren un tiempo y una práctica
guiada.

VALORAR SIEMPRE SUS ESFUERZOS POR
MEJORAR,
resaltando lo que hace bien y pasando por alto lo que
hace mal, porque no lo hace por fastidiarnos.

Dar ejemplo, confiar en
nuestro hijo, actuar y huir de los discursos y reconocer los errores propios
también enseñan cuando hay espíritu de superación en la familia

Solos ante el juego (o cómo la videoconsola sustituyó al parque)

Ordenadores, videoconsolas
y televisiones por
doquier. Sobredosis de
actividades extraescolares.
Desaparición paulatina
de los tradicionales
lugares de encuentro lúdico.
Poco ayudan nuestras
sociedades a que los
niños jueguen en compañía.
Pero no hacerlo mermará
con seguridad sus
habilidades sociales.

Autor: padresycolegios.com

Hace unos diez años, la catedrática de Psicología de la Educación en la
Universidad de Sevilla, Rosario Ortega, publicó un estudio sobre hábitos de
juego entre los niños españoles. Los resultados planteaban una curiosa
dicotomía: la mayoría respondieron que preferían jugar en la calle, pero también
que sus juguetes favoritos eran las videoconsolas y los juegos de construcción,
que sin duda fomentan la actividad lúdica casera y, muchas veces, en soledad.
Más recientemente, de un informe realizado por Ikea se desprendía que el 60% de
los niños de este país suelen jugar solos, frente a un 35% que se rodea con más
frecuencia de amigos.
No es más que el refrendo estadístico de una realidad
evidente: nuestra sociedad está perdiendo el placer del juego colectivo. Según
la profesora del CSEU La Salle y experta en ludoteconomía, María López
Matallana, esto es debido a tres razones fundamentales: «El descenso de la
natalidad, la desaparición paulatina del espacio y del tiempo de juego [debido,
por ejemplo, a la sobrecarga de actividades extraescolares] y el uso, cada vez
más generalizado, del ordenador como recurso lúdico y de la televisión como
niñera».
En una sociedad tan sofisticada como la japonesa, los niños ultra-
solitarios ya tienen nombre: son los hikikomori, chavales que se recluyen en su
habitación para hincharse de videojuegos y telebasura, eliminando cualquier
contacto social y llegando incluso a dejar de ir a la
escuela.

PERJUICIOS

En
realidad, jugar sin compañía no es siempre perjudicial. En dosis moderadas, es
una práctica que favorece la independencia y autonomía del niño. De hecho, es lo
que se suele hacer la mayor parte del tiempo hasta los cinco o seis años. El
problema, afirma el psicólogo norteamericano Robert Caplan en un artículo, es
que «a la edad de siete u ocho años, los niños que aún juegan solos pudieran
estar en riesgo de ser rechazados por sus pares, así como de no aprender las
destrezas sociales necesarias para obtener relaciones exitosas».
En la misma
línea, una de las conclusiones de un seminario organizado por la Fundación
Crecer Jugando aseguraba que «numerosos estudios confirman que el principal
elemento que contribuye al desarrollo infantil es la relación que los pequeños
establecen con sus compañeros de juego».
López Matallana también afirma que
jugar en soledad limita el aprendizaje de las «habilidades de convivencia»
[ceder, pactar, llegar a acuerdos], que sólo «se adquieren entre iguales, no en
las relaciones jerárquicas entre niños y adultos».
Ante este panorama, los
padres tienen la opción de conformarse con la tranquilidad de tener al niños
perfectamente controlado, o esforzarse por socializar el juego de sus retoños.
¿Cómo? Responde López Matallana: «se puede invitar a niños a casa, buscar el
espacio de juego como los parques o las ludotecas y, por supuesto, jugar con
ellos siempre que se pueda».
Existen también tipologías de juguetes
especialmente recomendadas para aprender a vivir en sociedad. La Fundación
Crecer Jugando habla de tres: los que favorecen la acción y la respuesta
(pelota, juegos de raqueta, de habilidad…), aquellos que potencian la
necesidad de comunicación (magnetófonos, radioteléfonos, títeres…) y, por
último, todos los que suponen la aplicación de reglas. Y recordad: según la
Feria Internacional del Juguete, al elegir un juguete, el criterio más valorado
por el 49% de los niños es «que sirva para jugar con otros niños». No será
porque ellos no quieren…

La televisión les roba el sueño

Autor: padresycolegios.com

Un trabajo realizado por especialistas de la Universidad de Washington y
publicado recientemente en la revista Pediatrics ha dado el enésimo motivo para
restringir el tiempo que nuestros hijos pasan delante de la pantalla del
televisor. Según sus conclusiones, la caja tonta les provoca dificultades para
conciliar el sueño e irregularidades en sus patrones de descanso. «Las pautas
uniformes en este sentido son muy importantes para asegurar el descanso óptimo y
para evitar problemas como el insomnio o los despertares inoportunos», han
explicado los investigadores.
Según parece, la brillante luz de la pantalla
provoca una excitación en el niño que hace que, en lugar de irse relajado a
dormir, lo haga con cierto nerviosismo, lo que le impide conciliar el sueño y
aprovechar el descanso al máximo. Por este motivo, la Academia Americana de
Pediatría aconseja que los menores de dos años no vean la tele en absoluto y que
los que sobrepasen esa edad nunca vean más de hora y media o dos horas (como
mucho) diarias; y que no lo hagan imediatamente antes de acostarse.

El estudio y la implicación de los padres, claves del éxito escolar

La población de origen asiático en Estados Unidos supone
solo el 4,2% del total. Pero está mucho mejor representada
entre el alumnado de las universidades prestigiosas: en la Universidad
de California (Berkeley), el 41% de los alumnos son
asiáticos; en Stanford, Columbia y Pensilvania, alrededor del
25%; y en Harvard, el 18%. ¿Son más listos? No, trabajan más
y tienen unos padres que les empujan a tener éxito.

Autor: padresycolegios.com

Este es el diagnóstico de las hermanas Soo Kim Abbound y Jane Kim –cirujana y profesora, la primera; licenciada en Derecho y experta en inmigración, la segunda–, en su libro «Top of the Class: How Asian Parents Raise High Achievers –and How You Can Too» [Los primeros de la clase: qué hacen los padres asiáticos para tener hijos triunfadores… y cómo puede conseguirlo usted]. Las hermanas Kim consideran que si los hijos de familias asiáticas destacan académicamente es porque estudian y sus padres se implican –con mano firme– en su educación.
Las autoras del libro, recientemente publicado en Estados Unidos, insisten en que no es necesario gastar dinero en tutores o profesores particulares; basta con que los padres pasen tiempo con sus hijos y que haya disciplina en casa. Como explica Alex Williams en The New York Times (16-10-2005), decisivo según las autoras es que los asiáticos forman «hogares estrictos donde los padres pasan varias horas al día educando a sus hijos, donde el acceso a la cultura ´pop´ es limitado, y se enseña a los niños que sus fallos dan mala imagen de la familia».
En el hogar de las hermanas Kim, sus padres insistían en que volvieran directamente a casa a estudiar después del colegio, en lugar de salir con sus amigas (sólo podían verlas el fin de semana), y tenían un límite de una hora de televisión a la semana y 15 minutos diarios de teléfono. A la vuelta de los años, las hermanas Kim celebran la educación estricta que recibieron de sus progenitores y la proponen como ejemplo. Pero también advierten del peligro que tiene una educación enfocada exclusivamente hacia el triunfo.

ESTUDIO Y CONSTANCIA

Las hermanas Kim, que fueron a colegios públicos, piensan que los estudiantes asiáticos no son más listos, pero trabajan con constancia, apoyados por unos padres que consideran la competencia como algo inevitable y necesario.
La situación de los asiáticos afincados en Estados Unidos contrasta con la del resto de los grupos étnicos del país. Mientras que el 47% de los asiáticos mayores de 25 años tiene un título universitario de primer grado (la media nacional está en el 27%), y un 16% tiene títulos superiores (frente a una media nacional del 9%), muchos hispanos y afroamericanos abandonan los estudios antes de completar la enseñanza secundaria.
Por otra parte, la media de ingresos de los asiáticos es 10.000 dólares superior a la de otras minorías.
Aunque las razones de estas desigualdades son diversas, los expertos destacan el distinto grado de implicación de los padres en la educación de sus hijos. Los padres asiáticos, dicen, tienden a exigir más e insisten mucho en las buenas notas. Por esta razón, apunta Larry Elder (WorldNetDaily, 21-04- 2005), no se puede esperar luego idénticos resultados de los niños de todos los grupos. «Los partidarios del multiculturalismo no sólo exigen los mismos derechos. Piden también los mismos resultados. Pero los resultados requieren trabajo duro, sacrificio y disciplina».

Queso mordido

Autor: padresycolegios.com

Un día apareció el queso de la nevera mordisqueado como si hubiera un ratón en casa. Cuando la madre, Elena, preguntó a sus dos hijos si sabían que había pasado, nadie parecía haber visto nada ni saber nada del asunto. Pasó tiempo hasta que Carlos, el más pequeño de la familia con cinco años dijo sin sentirse muy seguro por temor a represalias: ¡Creo que he sido yo!

Fundir los plomos

Autor: padresycolegios.com

Estando de vacaciones en familia, el abuelo se puso malo. Los niños de la casa,
dos hermanos, Luis y Alfonso, de 5 y 4 años respectivamente, decidieron ponerle
unos paños de agua caliente como habían visto en algún sitio que se hacía cuando
las personas mayores estaban enfermas. Así que, ni cortos ni perezosos cogían
papel del wc y lo calentaban encima de una bombilla antes de ponérselo al abuelo
en la frente. Al cabo de un rato se fue la luz. ¡Se habían fundido los plomos de
toda la casa!

El femenino…

Autor: padresycolegios.com

A veces, hablar del femenino de los animales puede resultar embarazoso. Eso pensó Flora cuando, jugando con su hija Mariam a adivinar el femenino de los animales, su hija contestó sin pensárselo dos veces. ¿Para qué complicarse? Primero la madre preguntó el femenino de gato. Mariam contestó rauda y veloz. ¡Pues gato!. Muy bien pensó la madre. Ahora adivina el femenino de cerdo. ¡Pues cerdo!, dijo Mariam. El problema surgió cuando Flora le pidió que averiguara el femenino del pollo.