olga fernández
Inculcar autocontrol en los niños puede ser clave para su futuro. Esta es la principal conclusión del Estudio Multidisciplinario de Salud y Desarrollo de Dunedin (Nueva Zelanda), que abarca el seguimiento de más de 1.000 niños desde el nacimiento hasta los 32 años. “A la edad de 10 años, muchos habían dominado el autocontrol, pero otros no lograron esta habilidad. Los seguimos durante más de 30 años y rastreamos las consecuencias del autocontrol de su niñez por su salud, riqueza y delincuencia criminal”, comentan los autores. Las conclusiones del trabajo son sorprendentes: los niños con autocontrol deficiente eran más propensos a cometer errores cuando eran adolescentes y presentaban más probabilidades, de adultos, de tener mala salud, menos riqueza y más riesgo de caer en la delincuencia.
Ventajas de cultivarlo
Pero, ¿en qué consiste esta cualidad? “El autocontrol es la capacidad de dominio de sí mismo en las diferentes situaciones de la vida, ya sean positivas o negativas. Ello supone dirigir el propio comportamiento, darse pautas a sí mismo para saber en cada momento lo que es más adecuado y cómo lo debemos hacer. Es la capacidad de controlar nuestras emociones, favorables y desfavorables, e impulsos de una manera positiva y eficiente”, explica Antonio Labanda Díaz, psicólogo educativo del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid y del Instituto de Orientación Psicológica EOS.
Retrasar la gratificación, controlar los impulsos y modular la expresión emocional, son claves para desarrollar el autocontrol. El trabajo invertido en la etapa infantil dará sus frutos cuando el niño se convierta en un adulto responsable. Aunque también es importante señalar que llevado a extremos puede conseguir el efecto inverso: “Un excesivo autocontrol produce rigidez emocional y de pensamiento, y puede conducirnos a tomar decisiones erróneas”, advierte el psicólogo.
Sus ventajas son muchas: el niño estará más entrenado para ser constante en el trabajo, sabrá esperar e inhibir una respuesta inadecuada, mantendrá mejor la atención sostenida sobre una tarea, su pensamiento será más flexible, razonará sus decisiones y no las tomará desde las emociones y sabrá manejar las situaciones de conflicto social y de convivencia.
Policías en el cole
TERRY GRAGERA
¿Qué sucede cuando la Policía entra en los centros? “En general, la aceptación es altamente positiva. Para ellos es una alegría y una curiosidad. Es fundamental enseñar a los niños y jóvenes que la Policía Nacional es la garante de sus derechos y la que protege la Seguridad Ciudadana. Con la presencia de la Policía en los centros educativos, conseguimos que se familiaricen con nuestra actividad policial y que sepan a quién acudir en caso de encontrarse en peligro”, destacan desde la Unidad Central de Participación Ciudadana.
La Policía desarrolla un tipo de actividades, según la edad de los escolares. Así, para los más pequeños se realizan exhibiciones de material y se les presentan las distintas unidades policiales y sus equipamientos (coches patrulla, Unidades de Guías Caninos…). Se trata de que se familiaricen con la Policía y adquieran consejos básicos de seguridad de una forma muy visual y atractiva para ellos.
Cuando son un poco más mayores, los escolares reciben otro tipo de formación a través de charlas sobre el acoso escolar, el acceso a drogas, el vandalismo, los riesgos del uso de las nuevas tecnologías, la violencia entre iguales… También hay actividades en el ámbito universitario, como la “Campaña contra las novatadas”. En cuando a las AMPAS y a los padres en general, además de las charlas preventivas, se ofrece la posibilidad de establecer reuniones con expertos policiales para facilitarles asistencia técnica y apoyo sobre aquellos problemas de seguridad que implican mayor riesgo para niños y jóvenes.
“La temática más demandada por las familias durante el curso pasado fue, con diferencia, la de Riesgos en Internet, seguida de Acoso Escolar”, explican desde la Unidad Central de Participación Ciudadana. “Se les traslada una visión de la realidad desde el punto de vista de la seguridad, en el que se tratan las consecuencias que nos encontramos a diario cuando no se ha hecho un uso responsable de las tecnologías de la información o no se ha ejercido la debida vigilancia sobre los menores cuando navegan en Internet. Informar a los padres, por ejemplo, de la posibilidad de que un pedófilo pueda contactar con sus hijos a través del último videojuego que les han comprado hace saltar todas las alarmas”, resaltan. Tras este tipo de charlas, la Policía constata “una profunda concienciación. Se ha logrado generar algo importantísimo: un mayor interés en conocer el medio virtual en que se mueven sus hijos y las responsabilidad de cómo protegerlos”.
en confianza
Tras la celebración de este tipo de charlas es muy común que salgan a la luz casos de acoso, grooming (cuando un adulto se hace pasar por un menor), malos tratos… “Nos encontramos con menores arrepentidos, que no eran conscientes de que sus actos pudieran ser considerado acoso; otros que buscan ayuda para dejar de ser víctimas de ello; niños que hablan de sus contactos en redes sociales y que después de una charla empiezan a sospechar que pudiera ser un groomer…”, revelan desde la Unidad Central de Participación Ciudadana. “Es fundamental informar a los menores de aquellas cuestiones que afectan a su seguridad y a su vida cotidiana, descubrirles los riesgos y peligros que se esconden detrás de un comportamiento negativo y, sobre todo, que tomen conciencia de sus actos. Además, la figura de la Policía genera en ellos la confianza para acercarse y contar lo que ven”.
Internet: ¿arma o herramienta?
ANA VEIGA
¿Una duda? Pregúntale a Google. También a sus colegas telefónicos Siri o Alexa. O a Wikipedia, los desconocidos de los foros o los ‘amigos’ online. ¿Ya lo haces? Seguramente, tu hijo también.
La explosión tecnológica mundial es innegable. El uso de las redes sociales ha ido en paralelo al de Internet, con un incremento de más del 20% entre 2016 y 2017, como indica el informe Digital in 2017: Gobal Overview. Y este cambio se percibe también en los niños, que incluso prefieren preguntar a Google antes que al profesor o a sus padres.
En España, el 30% de los niños tiene móvil a los 10 años; y el 70% a los 12, según un informe del Hospital Sant Joan de Déu. Y según datos publicados en la web Por un uso Love de la tecnología, uno de cada tres menores pasa de media tres horas diarias conectado a Internet.
Los adultos no nos quedamos atrás en el abuso de las pantallas. Miramos el móvil más de 150 veces al día, según los datos del estudio How many times do you check your mobile phone per day? de Oracle Marketing Cloud. En medio de todos estos datos, cabe plantearse qué ventajas e inconvenientes ofrecen las nuevas reglas del juego para educar a nuestros hijos.
El Doctor Google
Basta con escribir ‘mi hijo’ en Google para que el propio buscador nos revele los peores miedos de los padres. “Mi hijo no obedece”, “mi hijo no come”, “mi hijo no quiere estudiar”… Pero por supuesto hay más.
Consultamos en Internet todo, desde problemas de conducta a consejos prácticos, recetas sanas o incluso cuestiones de salud. Por ejemplo, casi el 12% de los padres estadounidenses reconoce que, antes de llevar a su hijo a la consulta del médico, navega por la Red –como indica la Academia Americana de Pediatría (AAP)-. Además, la mayoría termina en webs como Wikipedia, mientras que solo el 16% se decide por páginas reconocidas como los Centros de Control y Prevención de Enfermedades.
Un estudio hecho por Birmingham Science City en el Reino Unido encuestó a más de 500 niños entre 6 y 15 años. De ellos, el 54% dijo preferir preguntarle sus dudas a Google antes que a sus padres; frente a eso, solo un 3% le pregunta a sus profesores y uno de cada 10 dice que jamás hablaría con su docente si tiene dudas. Las cifras muestran la confianza de los niños en el buscador: El 91% lo usa, el 47% afirmó consultarlo por lo menos 5 veces al día y el 18% dijo buscar en Google 10 veces o más diariamente.
En el lado de los padres, la situación es similar. Hay una inclinación creciente entre los padres –especialmente entre los más jóvenes- a preguntarle a Google antes que al médico. Esta tendencia es tal que llegó a generar un término nuevo: cibercondria, que es la mezcla explosiva entre el acceso a información online y la hipocondría, es decir, sentirse identificado con descripciones ambiguas sobre enfermedades y ponerse siempre en la peor posibilidad.
Quien sabe bien de lo que hablamos es Amalia Arce, pediatra y autora del blog Diario de una mamá pediatra. “En mi web comento específicamente que no atiendo a consultas, precisamente porque no es el medio adecuado para hacerlo ya que no he tenido oportunidad de ver a los niños ni explorarlos”. Como madre y pediatra, quiere alertar a los otros padres de los riesgos de confiar ciegamente en la información de Internet. “Estamos en un momento en el que los padres están cada vez más informados. Tener información es diferente de tener conocimiento; la información debe ser cotejada por un profesional sanitario, que además verá al niño, podrá explorar y analizar sus antecedentes… y tendrá en cuenta otras variables diferentes a las que puede ofrecer un buscador”.
Red de madres
No todo son peros. Internet tiene muchas ventajas, como el nuevo universo que ha creado para las madres, construido a base de intercambios de información entre mujeres en la misma situación.
Para ver cómo de fuerte es esta red, se elaboró el estudio La verdad sobre las madres inteligentes. Se entrevistaron a 6.800 madres de diferentes países para saber cómo se relacionaban con Internet y si influía en la Educación de sus hijos. «Nuestra investigación descubrió un grupo global de madres inteligentes que están tomando el control de la tecnología, armándose con la información, y cada vez más cómodas con la integración de esferas como la familia, el trabajo y ellas mismas», explican en el informe.
De hecho, el 88% de estas madres dicen que quieren compartir las ideas o consejos que les parecen interesantes; y el 37% dicen que quiere compartirlo con el máximo de padres y madres. Es quizá una necesidad de compartir y vivir conjuntamente la crianza así como nutrirse de la sabiduría de otras mujeres en su situación. A esta red, el estudio le llama Mom Economy (Economía de Madres), del que la gran mayoría quiere participar como sujetos activos e incluso influencers. En lo que la mayoría (65%) están de acuerdo es que no existe la figura de la supermadre, que parece haberse desterrado.
Esta es precisamente una de las ideas que defiende el Club de las MalasMadres, que es además un ejemplo de la Mom Economy en España y ya cuenta con 350.000 madres seguidoras en redes sociales.
Su eslogan es No soy Superwoman, ni quiero serlo. Laura Baena, fundadora del Club, explica en su web que “El Club de las Malasmadres es una comunidad emocional 3.0 de madres con mucho sueño, poco tiempo, alergia a la ñoñería, con ganas de cambiar el mundo o al menos de morir en el intento”.
Por otro lado, la infancia actual debe capear con los peligros derivados del mundo interconectado, como el contacto con desconocidos o el acceso a webs no apropiadas a su edad. De hecho, un artículo llamado “La influencia de los padres en la adquisición de habilidades críticas en Internet” habla de una encuesta Primaria de la Universidad CEU San Pablo hecha a 765 familias con hijos en Educación Infantil. En ella, afirman que los estilos parentales más restrictivos no favorecen que los niños adquieran las habilidades críticas necesarias para hacer un uso responsable de Internet. Es decir, demasiadas normas y restricciones no permiten que los menores desarrollan un pensamiento crítico propio.
En cambio, proponen a los padres que se conviertan en tutores no invasivos mientras sus hijos exploran Internet libremente por las webs que estén adaptadas a su nivel madurativo.
La clave, señalan los expertos, es el papel mediador de los padres en la Educación de sus hijos y, especialmente, el empoderamiento de los menores en la adquisición de habilidades críticas. Por eso, es importante dar oportunidades a los menores para que crezcan, tomen decisiones y adquieran competencias.
Atados a la silla
ANA VEIGA
Seguro que alguna vez, cansado y sin fuerzas para instruir tranquilamente a tus hijos en uno de sus momentos de mayor descontrol, has acabado por decirles: ¡Estate quieto o te ato a la silla! Y si te ha pasado a ti, imagina lo complicado que es gestionar esas situaciones cuando a tu hijo le han diagnosticado con Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH), un trastorno de carácter neurobiológico que implica un déficit de atención, hiperactividad y/o impulsividad.
Sabemos que solo es una expresión, pero parece que una empresa alemana le ha dado vueltas al asunto, creando un producto cuanto menos polémico: unos chalecos con peso para niños. Su uso se ha extendido entre menores hiperactivos.
instrumento de terapia
Beluga Healthcare es el nombre de la compañía que, en su web, se autodefine como especializada en “terapia con arena”. Esto es porque los chalecos que han creado están rellenos de ese material, llegando a alcanzar pesos de seis kilos.
Actualmente, distribuyen chalecos a más 200 centros escolares de Alemania, la mayoría en centros para niños con necesidades especiales. “Está indicado para personas con problemas que tienen problemas para percibir su cuerpo. El chaleco les ayuda a ser conscientes del espacio, es lo que llamamos la propiocepción”, explica Silke Turley, directora de la compañía, que aclara que los chalecos se pueden usar “desde que el niño tiene 1 año, adaptando el peso a su edad”.
La cuestión es que se ha extendido su uso en niños hiperactivos. Y a pesar de que Turley los define como “productos para el área terapéutica con un enfoque en la integración sensorial” que llevan ya produciendo 15 años, también indica que los chalecos ayudan a concentrarse a los niños con déficit de atención y en general a los que les cuesta quedarse quietos en la silla.
Sí, Turley es consciente de la polémica suscitada por aquellos que ven en los chalecos una especie de camisa de fuerza que impide el libre movimiento de los pequeños. Pero la Directora de Beluga defiende que la utilidad del producto, diseñado por los ergoterapeutas Thorsten Albrecht y Arvid Spiekermann teniendo en cuenta factores médicos.
“Los chalecos no son una solución al mal comportamiento ni una herramienta pedagógica. Son piezas de un tratamiento complejo de trastornos cognitivos y pueden ayudar a las personas a establecer y mejorar la conexión entre el cerebro y el cuerpo. Esto hace que las personas perciban el sentido del tacto de nuevo de manera integral y que la inquietud motora y mental disminuya a medida que el cerebro puede complementar significativamente el mapa del espacio corporal. El peso es necesario para alcanzar el sensor de profundidad de la piel”, defiende mientras nos señala artículos científicos del Dr Martin Grunwald o la terapeuta Ulla Kiesling. Los chalecos, que cuestan entre 80 y 170 euros, distribuyen el peso y la presión a lo largo de los músculos “y estimulan los sentidos, lo que provoca un incremento del rendimiento cognitivo”; por lo que desde Beluga mantienen que esto ayuda a que el niño esté relajado y pueda trabajar totalmente concentrado.
Sobre las críticas, cree que siempre es bueno cuestionarse las cosas pero también “nos gustaría que los hallazgos de la ciencia moderna finalmente se apliquen en el tratamiento de personas con trastornos de la percepción”. La directora mantiene que “cualquiera que se involucre más intensamente con la terapia de integración sensorial, la investigación cerebral moderna y la importancia de nuestro procesamiento sensorial, entenderá que la crítica a los chalecos va en la dirección equivocada”. Y llega a decir que “incluso si eso significa que vendemos menos en Occidente, nos gustaría ver un replanteamiento de la visión sobre nuestro cuerpo. Cuando nos demos cuenta de lo importante que son los sentidos para el desarrollo de nuestros cerebros, también comprenderemos cosas bastante diferentes y esto alterará nuestra visión del mundo actual”.
Los chalecos en España
La noticia sobre la existencia de estos chalecos ha llegado recientemente a España y resulta una sorpresa para muchos profesionales de la psicología o de la integración sensorial, donde precisamente los engloba Turley.
La Teoría de Integración Sensorial (IS) fue creada por la Terapeuta Ocupacional y Neurocientífica estadounidense Jean Ayres allá por los años 60, quien la definió como “el proceso neurológico responsable de organizar las sensaciones que uno recibe del cuerpo y del entorno, para poder responder y funcionar adecuadamente en relación a las demandas ambientales”.
Hoy en día, la Integración Sensorial es una técnica de la Terapia Ocupacional que busca que motivar al niño, a través de estímulos y ejercicios prácticos, para logre los objetivos definidos y vaya conociendo su mente, su cuerpo y se adapte al entorno. Es decir, puede ser útil en personas con síndrome de Down o con alguna discapacidad física hasta en aquellas que no tienen nada aparente, como un niño que le cuesta cortar con tijeras. Pero ¿tienen cabida los chalecos de arena en esa terapia?
AUPA Lugo es un Centro Terapéutico Infantil formado por un equipo de terapeutas ocupacionales con la formación completa en Integración Sensorial reconocidos por Western Psychological Services (WPS). Desde allí, reconocen que “la importancia procesamiento sensorial está suficientemente documentada como para saber cuan efectiva es la presión versus al peso en niños con desorden de procesamiento sensorial” aunque apuntan que “no todos los niños con diagnóstico de TDAH tienen dificultades para procesar la información sensorial, y el uso del chaleco no debe ser ni es una estrategia sensorial en este sentido”.
Por ello, consideran que los chalecos de arena “no deben venderse por tanto como un producto para el enfoque de la integración sensorial” y subrayan que “en AUPA Lugo no lo usamos como recurso terapéutico dentro del enfoque de la IS ni los recomendamos, puesto que no existe evidencia científica en la actualidad suficiente que lo avale”.
En la misma dirección van los comentarios de Sara Ortega, Neuropsicóloga y Responsable del Área Clínica en la Fundación CADAH (Fundación Cantabria Ayuda al Déficit de Atención e Hiperactividad), quien se muestra crítica con el producto. “Nunca he usado ni visto que se usen esos chalecos con niños hiperactivos y me resulta una propuesta paradójica con estudios previos como, por ejemplo, una investigación que puso de manifiesto que permitir a los niños hiperactivos que canalicen su exceso de actividad -a través de herramientas como pupitres con pedales- le ayudaba a tener mejor rendimiento académico”.
Por eso, la neuropsicóloga se muestra contraria al uso de estos chalecos . “La hiperactividad es fisiológica y no es algo que el niño pueda controlar. Por lo tanto, si le pones un elemento externo para controlar su hiperactividad, lo que estás consiguiendo es que el niño no se mueva, no manifieste su actividad pero lo que sí puedes favorecer es que aparezca una mayor hiperactividad mental”, afirma contundente. Ortega sí reconoce que los chalecos pueden tener cierta utilidad en niños con trastornos del procesamiento sensorial como aquellos dentro del espectro autista. “En ese caso, estas herramientas de peso les sirven como elementos para modular sus percepciones sensoriales y ahí puedo entender que es útil porque el peso puede actuar como un abrazo y resultar calmante para los niños en el espectro autista. Pero ese no es el caso clínico de los hiperactivos”.
Adolescentes antes de tiempo
Por Eva R. Soler
En la sección infantil de una conocida cadena comercial de ropa, el diseño de vestidos, cazadoras, abrigos, botas, zapatos y complementos copia las tendencias de la moda juvenil. Hoy en día, es fácil vestir a los niños y a las niñas desde los cuatro años con las pautas que marcan las pasarelas de moda dirigidas a un público adulto. La moda es sólo un factor más que contribuye a que aumenten los llamados preadolescentes.
Para la psicóloga Úrsula Perona del Centro Psicoclinic de Alicante, las nuevas tecnologías, los modelos que se transmiten en televisión y el estilo de vida actual son las principales causas de esta tendencia: “Los niños tienen acceso a redes sociales desde edades muy tempranas. Esto provoca que se conviertan en espectadores en un mundo adulto e imitan esas conductas y estándares de belleza. En televisión, las series y dibujos animados son cada vez menos inocentes: aparecen problemas adultos, temas sexuales, las preadolescentes visten ropa juvenil y van maquilladas: son el modelo que siguen nuestros hijos. Además, el estilo de vida tampoco propicia hábitos propios de la infancia: los niños ya no juegan en el parque o al aire libre, no tienen ocasión para el juego espontáneo y no estructurado. Eso ha sido sustituido por videoconsolas y móviles”, opina esta experta en psicología infantil y juvenil.
Según Perona, la sociedad en general, los padres y los profesionales de la Educación y de la salud tienen que actuar para frenar este tipo de comportamientos: “Nos estamos cargando la infancia y aún no podemos predecir con exactitud todas las consecuencias psicológicas que esto supondrá cuando estos niños se conviertan en adultos. Cada etapa del desarrollo tiene unas necesidades que deben cubrirse”.
«En televisión, las series y dibujos animados son cada vez menos inocentes: aparecen problemas adultos, temas sexuales, las preadolescentes visten ropa juvenil y van maquilladas»
Acortar la infancia
Además, la psicóloga advierte: acortar el periodo de la infancia puede tener consecuencias negativas en muchos sentidos: “Puede afectar al desarrollo de las relaciones sociales y de las habilidades de interacción social. También tiene un impacto importante en la autoestima y en niños de sólo 10 años o incluso, menos, pueden aparecer preocupaciones propias de adultos o jóvenes como el peso, el aspecto físico, la obsesión por ir a la moda. Aumentan los casos de ansiedad, ya que nuestros niños viven con mucho estrés y sin tiempo apenas para el ocio. Si no actuamos, se convertirán en adultos estresados y ansiosos”.
¡No me chilles!
Por Ana Veiga
¿Puedes recordar la última vez que gritaste a tu hijo? Puede que haya sido hoy, ayer o hace un mes; puede que el motivo haya sido una tontería o puede que la causa de la disputa venga de una situación compleja. Pero lo más probable es que tengas el recuerdo de algún momento en que le levantaste la voz. Varios estudios hablan de los efectos que esto puede tener en el cerebro de nuestros hijos y en su comportamiento.
En la Universidad de Pittsburg, el Profesor de Psicología Ming-Te Wang realizó un estudio – publicado en la revista Child Development– sobre qué suponen los gritos de los padres para los adolescentes. El estudio, llamado Enlaces longitudinales entre la disciplina verbal dura de padres/madres y los problemas de conducta y síntomas depresivos de los adolescentes, se realizó en 10 escuelas de Pensilvania durante un período de dos años. 967 adolescentes y sus padres participaron en el estudio a través de encuestas periódicas sobre temas relacionados con su salud mental, prácticas de crianza o la calidad de la relación paterno-filial, entre otras.
Tras dos años de estudio, Wang y la coautora de la investigación, Sarah Kenny, notaron que “los efectos de la disciplina verbal fueron aproximadamente los mismos que con la disciplina física; y por eso, podemos deducir que estos resultados durarán de una forma similar en el tiempo”, dijo Wang. ¿Cómo se determinó esa similitud entre ‘disciplinas’? Los investigadores notaron que los adolescentes que habían recibido gritos sufrían un aumento de síntomas depresivos y tenían más probabilidades de mostrar problemas de conducta como, por ejemplo, un comportamiento antisocial y agresivo.
Y aunque muchos padres habrán pronunciado cientos de veces el manido “es por tu propio bien”, usar el amor y preocupación por nuestros hijos como razón para echarles una regañina a pleno pulmón parecen no ser suficientes para mitigar el daño de nuestros gritos; sí, aunque creamos que nos han dado motivos para gritarles. Así lo explican los investigadores, que confirmaron que el apoyo emocional y afecto de padres a hijos no sirven de paliativos. “El amor no disminuyó los efectos de la disciplina verbal y tampoco lo hizo la fuerza del vínculo entre padres e hijos”, explica Wang.
«Los adolescentes que habían recibido gritos sufrían un aumento de síntomas depresivos y tenían más probabilidades de mostrar problemas de conducta como, por ejemplo, un comportamiento antisocial y agresivo»
Pero ¿y si nuestro grito es una respuesta al suyo? Esa fue otra de las líneas de investigación de Wang y Kenny, que querían saber si la agresividad verbal era un camino de doble sentido. Y así fue, demostraron que los gritos durante la adolescencia se daban más en familias en las que el niño había mostrado comportamientos problemáticos. “Es un círculo vicioso y una decisión difícil para los padres, porque funciona en ambos sentidos: Las conductas problemáticas de los niños crean el deseo de impartir una disciplina verbal dura, pero esa disciplina puede empujar a los adolescentes hacia esos mismos comportamientos problemáticos”, advierte.
Como detalle, Wang subraya que no eran familias desestructuradas “ni había nada extremo o roto en estas casas” sino que se trataba de familias de clase media sin problemas extracotidianos. “Hay muchas familias como estas, con una buena relación intergeneracional, en la que padres preocupados intentan que evitar que sus hijos tengan comportamientos problemáticos”. La cuestión es cómo. Los investigadores de Pitssburg, Wang y Kenny, recomiendan a los progenitores que deseen romper el círculo de gritos que intenten comunicarse con sus hijos al mismo nivel, explicándoles sus preocupaciones y motivos.
Impacto en el cerebro
Alice Graham, psiquiatra de la Escuela de Medicina de Harvard, y su equipo analizaron el impacto de la dureza verbal y elevado volumen de la misma en los niños. Y descubrieron que los gritos pueden llegar a modificar la estructura del cerebro infantil de forma permanente.
Los investigadores de Oregón señalaron que el cerebro de los bebés tiene un gran nivel de plasticidad, es decir, se adapta a los entornos y encuentros que experimentan con el fin de que el humano pueda desarrollarse. Pero esta maleabilidad conlleva vulnerabilidad. «Nos interesaba saber si el conflicto entre los padres era una fuente común de estrés temprano en las vidas de los niños, y si estaba relacionado con el funcionamiento de los cerebros de los bebés», comentó Graham.
«Es un círculo vicioso y una decisión difícil para los padres, porque funciona en ambos sentidos: Las conductas problemáticas de los niños crean el deseo de impartir una disciplina verbal dura, pero esa disciplina puede empujar a los adolescentes hacia esos mismos comportamientos problemáticos”
Para determinarlo, analizaron a más de 50 niños que padecían trastornos psiquiátricos, y los compararon con otros 100 niños sanos. Así, descubrieron que algunos de los menores mostraban una alteración en el cuerpo calloso, que es una estructura que conecta ambos hemisferios. Curiosamente, la alteración era más común en los niños que sufrían maltrato verbal o eran incluso víctimas de la humillación y gritos habituales. Lo más interesante del estudio es que no solo habla de las consecuencias de crecer en un ambiente disfuncional, sino que las huellas en el cerebro infantil pueden provenir incluso de la exposición a tensiones moderadas.
Y esto no sucede solo en la etapa infantil sino que una investigación de la Universidad de Oregón mantiene que los bebés ya pueden sufrir sus consecuencias. Un equipo de neurocientíficos analizó el cerebro de 20 menores -entre los 6 y 12 meses de edad- a través de resonancias magnéticas. En las pruebas, se puso a los bebés a dormir en el escáner mientras un adulto decía oraciones sin sentido pronunciadas con un tono de voz muy enojado, levemente enojado, feliz y neutro.
«Los gritos pueden llegar a modificar la estructura del cerebro infantil de forma permanente»
Ahí, pudieron ver que los bebés mostraban distintos patrones de actividad cerebral dependiendo del tono emocional de la voz que presentamos. Los bebés de hogares conflictivos donde los gritos son habituales mostraban una mayor reactividad a los tonos de voz enfadados, especialmente en las áreas cerebrales relacionadas con el estrés y la regulación emocional.
Incluso, se descubrió que las discusiones entre padres/madres en un volumen alto afecta la forma en que los bebés procesan los tonos emocionales de la voz también mientras duermen. «Lejos de ignorar los conflictos de los padres, el procesamiento de los estímulos por parte de los bebés, como un tono de voz enojado, puede ocurrir incluso durante el sueño», aclaran.
En investigaciones anteriores, ya se ha descubierto que tensiones graves, como el abuso, tienen un impacto perjudicial en el funcionamiento social y emocional de un niño. Ahora, este equipo de psiquiatras liderado por Graham cree que las tensiones moderadas tienen un impacto similar.
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Adolescentes: cómo evitar el conflicto
Olga Fernández
Contestaciones airadas, miradas desafiantes, oposición a las normas… es una conducta típica de los adolescentes. Hablar con ellos puede convertirse en una batalla campal si no se aplica la negociación. La adolescencia, el periodo que más conflicto provoca entre padres e hijos, no tiene una duración exacta: “Cada niño/a tiene su propio proceso madurativo, por lo que no podemos poner una edad cronológica exacta, pero la estimación que podemos hacer es que empieza aproximadamente entre los 11 o 12 años; es decir, cuando los niños están finalizando 6º de educación primaria y puede durar hasta los 20 años”, explica Laura Aut, psicologa infantil de Isep Clinic Barcelona.
¿Por qué cambian?
El niño bueno, educado y estudioso de repente cambia y se convierte en un “grandullón” contestón, desidioso y alterado. No es niño y tampoco adulto. Todo ello cuenta con una explicación biológica. Según la Academia Americana de Psiquiatría Infantil y Adolescente, existen imágenes del cerebro adolescente que muestran que funciona de manera diferente al de los adultos: “Cuando toman decisiones y resuelven problemas, sus acciones son guiadas más por la amígdala, una zona del cerebro que se desarrolla temprano y es responsable de las reacciones instintivas incluyendo el temor y el comportamiento agresivo, y menos por la corteza frontal, la zona que madura más tarde y ayuda pensar antes de actuar”.
“Uno de los cambios que observamos en la adolescencia, es como el hijo requiere diferenciarse de sus padres y del niño que ha sido hasta ese instante, recordemos que están formando su propia personalidad»
Es decir, todo es cuestión de madurez. Pero saber que las reacciones rebeldes tienen una explicación científica puede ayudar a los padres a ser pacientes con sus hijos. “Uno de los cambios que observamos en la adolescencia, es como el hijo requiere diferenciarse de sus padres y del niño que ha sido hasta ese instante, recordemos que están formando su propia personalidad. Veremos cambios en la conducta, en su imagen… que chocarán y serán causa de conflictos entre padres e hijos. Pero debemos recordar que es un proceso normal, son cambios lógicos que permiten a que el niño llegue a madurar”, anticipa Laura Aut.
La psicóloga Laura Aut explica cómo actuar en determinadas situaciones para evitar el conflicto:
* Cuando contesta mal: Buscar un lugar tranquilo para hablar con él a solas y explicarle el motivo por el que no os gusta que hable mal. “Hay que dejar que se explique y escucharle atentamente. Y es muy importante saber ponerse en el lugar del adolescente, y ser conscientes de que en la mayoría de las ocasiones no es un ataque hacía los padres, sino una situación que les provoca una emoción que ellos no saben gestionar”, apunta la psicóloga.
* Tiene un ataque de ira: Cuando el conflicto no se puede gestionar en ese momento, se deben utilizar frases como: “Si no te importa, podemos seguir discutiendo esto más tarde”. Nunca ponerse a su nivel.
* Se salta las normas: “El adolescente debe participar en las creación de las normas que le influyen directamente, conocerlas y opinar sobre ellas, pero eso no significa que los padres las tengan que modificar. Han de dejar claro cuáles son las normas innegociables.
* No quiere estudiar: Tener una conversación con él sobre sus responsabilidades, pactar unos horarios y ser realista.
* No encaja los castigos: Antes de aplicar un castigo se debe negociar con el adolescente las consecuencias de realizar una mala conducta.
Eres adoptado: cuándo y cómo contarlo
Por Ana Veiga
Tener niños es el sueño de muchas personas. A algunas de ellas, sin embargo, la naturaleza no se lo permite. Son estas las primeras personas dispuestas a adoptar, seguidas por las familias que simplemente optan por esta posibilidad, sin que ello implique una incapacidad de concebir. Todas ellas han sumado 567 adopciones internacionales durante 2016, según las últimas cifras del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad. Esos más de quinientos niños venidos a España son una de las cifras más bajas en los últimos años: suponen menos de la mitad de los adoptados en 2012 y la cuarta parte de los llegados en 2004.
Sí, la cifra ha descendido. Pero las nuevas adopciones se siguen produciendo. Y mientras, muchos de los padres adoptivos del boom del 2004 ahora empiezan a mirar con recelo hacia la temida preadolescencia de sus hijos. Puede que algunos se arrepientan de no haberle contado a sus hijos que son adoptados. Otros, en cambio, quizás crean que no lo han hecho de la mejor forma. Los terceros, los novatos, aún miran a su bebé pensando cuándo y cómo le contarán de dónde viene. Para todos ellos es este artículo.
“La vida de los chavales no empieza el día que los conocemos ni cuando aterrizamos en Barajas. El tiempo que ha vivido antes también forma parte de su vida, aunque en algunos casos sea un trozo más largo que en otros”, explica Lila Parrondo, psicóloga y directora de Adoptantis, un gabinete de psicólogos en el que ayudan a las familias “desde que piensan en adoptar hasta que los niños ya están aquí; e incluso después, con las familias adoptantes”. Quieren acompañar a los padres para que puedan, a su vez, acompañar de la mejor manera a sus hijos.
En su consulta, Lila todavía ve a muchas familias que deciden no contar a sus hijos que son adoptados; o que, más bien, no se sienten capaces de hacerlo, porque les resulta doloroso o porque temen hacer daño a sus hijos adoptivos. A estos padres, les lanza un mensaje: “Necesitamos que entiendan que hablar de esto es importante para la identidad de sus hijos. Y que no queremos que hablen de estas cosas porque sí, porque somos malos y queremos que hagan daño a sus hijos, sino porque, si le cuentan su historia de forma gradual, no le dolerá de mayor y la irá normalizando”.
“La vida de los chavales no empieza el día que los conocemos ni cuando aterrizamos en Barajas. El tiempo que ha vivido antes también forma parte de su vida»
Entonces, ¿cuándo debemos empezar a hablar de esto? La psicóloga insiste en que cuanto antes, mejor.
Cómo contarlo
Por supuesto, hay que adaptar siempre el mensaje a la edad del pequeño. Pero lo que nunca se debe hacer es mentirle. “Un día, descubrirá que no era verdad y es durísimo ver que tus padres adoptivos te han engañado 10, 15 o 20 años de tu vida. Esto genera una ruptura de vínculos y una desconfianza. ¿Hay situaciones que les han tocado vivir que no son agradables de contar? Sí, pero son las que les han tocado. Si uno busca las palabras y piensa cómo contarlo, incluso de estas situaciones se puede hablar, aunque sea difícil”, anima mientras recuerda que en Adoptantis ofrecen actividades para preparar este momento.
Eso sí, cuando hablamos de hablar al niño de su adopción “no se trata solo de decirle te fui a buscar a un orfanato de China, eso no basta para que el niño entienda su historia”, explica la psicóloga. Para redondear la historia de su vida, propone contarla entera, es decir, con la parte del niño, pero también con la nuestra como padres que decidieron adoptar: “Si el proceso de adopción ha sido largo, si ha habido tratamientos… podemos contarle desde la primera charla informativa hasta que se produce la adopción. Qué mejor que compartir con el niño lo que cada uno hemos pasado por separado para finalmente poder estar juntos, recopilar la historia de las personas que forman parte de la familia”.
Otro de los puntos a tener en cuenta es lo que no decimos. Además de todo lo que verbalizamos, el lenguaje corporal podrá poner el acento en unas u otras emociones; esos pequeños gestos que casi inconscientemente acompañan a nuestro discurso serán la salsa que ayude o complique la charla.
«No se trata solo de decirle te fui a buscar a un orfanato de China, eso no basta para que el niño entienda su historia”
En ese sentido es importante ser conscientes de esa reacción, de esos gestos, cuando les hablemos del tema porque estos matices pueden ser trascendentales. “Si alguna vez hacen algún amago de pregunta sobre su adopción y ven que la reacción de sus papás es un mal gesto, una lágrima que asoma, una angustia… los niños lo notan. Y si hay algo que los niños no quieren es ver sufrir a sus papás. Así que podrían dejar de preguntar pero no porque no quieran saber, sino simplemente porque han visto que se genera un clima emocional complejo y prefieren buscar información por otros lados”.
El proceso de búsqueda activa de los orígenes es una necesidad que surgen en el grueso de los adoptados. De qué forma lo lleve a cabo va a depender mucho de cómo la familia adoptiva ha hablado con su hijo durante su infancia. “Si desde el principio el niño sabe que es adoptado y esto ha formado parte de la vida familiar, preguntarán lo que necesiten saber con naturalidad”. De lo contrario, es cuando se manifestarán más problemas.
Parte de ellos pueden venir de la falta de acompañamiento de los padres en esa búsqueda de raíces. No es un proceso fácil a nivel emocional, pero sí a nivel técnico debido a la irrupción de las redes sociales. “Hoy en día pueden buscar a la familia de origen más fácilmente. Por eso, es mejor estar presentes y acompañarlos”, aconseja.
El problema es que la búsqueda de orígenes “levanta muchos fantasmas en todo el mundo, tanto en los adoptados como en los padres adoptivos”, comenta Lila. Por eso, tratan de ayudar a las familias a entender esa necesidad de información de sus hijos como una necesidad de construir su propia identidad, no como una falta de amor hacia ellos. “A muchos padres adoptivos les pesa la frase ‘la sangre tira’ como si solo eso fuera valer, como si todo el cariño, esfuerzo y apoyo que les podamos dar no sirviera de nada. Trabajamos con las familias para que estos fantasmas se difuminen”.
«La búsqueda de orígenes levanta muchos fantasmas en todo el mundo, tanto en los adoptados como en los padres adoptivos”
En primera persona
Hace 14 años que Lara Toro –periodista y autora de Estimada ch’askañawi: diari d’una adopción– fue a Bolivia. No era la primera vez que iba; había estado sola haciendo voluntariado y tiempo después con su marido. Pero un día, decidieron ir para algo diferente: querían aumentar su familia.
En aquel entonces, tenían ya dos hijos gemelos biológicos de un año. “Pensamos que el proceso tardaría –normalmente dura cuatro o cinco años– y decidimos iniciarlo con tiempo. Pero finalmente nuestro caso fue excepcionalmente rápido y, un año más tarde, ya teníamos a Mariona”.
Apostaron por Bolivia como país de origen por esa relación previa que ya habían generado con el país. “Cuando adoptamos niños de otros países, es muy importante que se respete esa identidad de origen y que se respire en casa cierto ego por este país. En nuestro caso, ya estábamos muy vinculados a Bolivia; pero aunque no sea así, si tienes un hijo de este país, es importante que se plasme en el día a día”, opina, aunque matiza que “sin imponer nada al niño”. “Debemos tener cuidado y respetar mucho cómo cada niño interpreta su historia; algunos quieren tener más relación con su país de origen, otros en cambio no quieren saber nada. Sea como sea, debemos ponernos a su disposición para que nos pregunten si quieren”.
“Cuando adoptamos niños de otros países, es muy importante que se respete esa identidad de origen y que se respire en casa cierto ego por este país»
Esta idea, “estar sin presionar ni perseguir”, planea en toda la educación de sus hijos, desde el inicio de su vida juntos hasta el día de hoy. Y es el mantra que ha seguido para explicar a su hija su historia. También ha apostado por hablar abiertamente de la adopción desde el primer día, para evitar construir un tabú familiar que les impidiese comunicarse libremente y con honestidad con sus hijos. “No hay un día en que sientas a tu hijo y le dices que es adoptado, es un proceso. Vas construyendo una historia que el niño va asimilando en función de su madurez. Desde el primer día, mi hija sabe que es de Bolivia pero ha tardado años en entender lo que esto significa», concluye.
Campamentos: su primer viaje sin los padres
Por Eva R. Soler
Llega el verano y con él, el aluvión de ofertas de campamentos infantiles. Para que esta experiencia resulte positiva lo aconsejable es adquirir previamente información exhaustiva sobre las características del viaje, hacer partícipe al menor en la elección del mismo, considerar si es adecuado según su personalidad, trabajar nuestros miedos y temores para no transmitírselos a los niños y respetar las normas del viaje, entre otras cosas.
La psicóloga Amaya Gómez Calvo nos explica con detalle esta serie de claves:
1. La edad más adecuada: ¿Cuándo es la mejor edad para hacer un primer viaje sin papá y sin mamá? Gómez Calvo considera que no hay una edad determinada en este sentido, sino que dependerá, en cada caso, de la personalidad de cada niño y de las características concretas del viaje: “Hay niños muy independientes y extrovertidos y eso facilita la separación de su familia y de su casa para irse de viaje”, puntualiza. Por otra parte, en la información del viaje, suele venir especificado la edad recomendada para realizarlo: “Sin embargo, aunque el centro escolar o el grupo de scout organice un viaje y recomiende una edad, es necesario preguntar al niño y que sea él que decida si desea o no desea ir de viaje”, aconseja la psicóloga y añade que “muchas veces los niños tienen la edad recomendada para viajar pero no se encuentran preparados psicológicamente para afrontar un viaje que les aleje de su entorno familiar”.
2. Duración del viaje: también dependerá de la personalidad del menor y no tanto de la edad. Hay desde estancias para menores de fines de semana (tipo acampada) hasta campamentos de semanas o quincenas. “Si tu hijo es introvertido y le cuesta separarse de la familia, es recomendable que pruebe con un viaje más corto, de fin de semana, por ejemplo, y luego vaya realizando paulatinamente viajes más largos de una semana hasta realizar uno que cubra una quincena. Sin embargo, hay menores más autónomos y menos dependientes de la familia que, desde edades tempranas, pueden pasar quincenas fuera de casa”, sostiene esta experta.
3. Hacer partícipe al o a la menor en la elección del tipo de viaje y su temática: Al fin y al cabo, él va a ser el protagonista de su primera experiencia de viajar solo (o sola) y necesita conocer cuáles son las características del viaje. Esto le ayudará a implicarse desde el primer momento en todas las fases: elección del tipo de viaje o campamento, implicación en los preparativos, despedida adecuada de la familia, normas del viaje: (¿puedo hablar con mi familia? ¿no puedo hablar con mi familia? ¿Puedo escribirles? ¿Van a venir a visitarme en mi estancia fuera de casa?), despedida del viaje y regreso con su familia.
«No hay una edad determinada en este sentido, sino que dependerá, en cada caso, de la personalidad de cada niño y de las características concretas del viaje»
4. Qué hacer si muestra un rechazo total: Nunca se debe obligar a ir de viaje a un niño que no quiere ir o no se encuentra preparado. Habrá que prepararle para la siguiente ocasión: “Ante un rechazo total lo que tenemos que hacer es no obligarle a ir de viaje y trabajar con él desde casa un fomento de su autonomía e independencia”.
5. Los padres también tienen que estar preparados: Las madres y padres siempre transmitimos a nuestros hijos nuestros sentimientos y si no estamos convencidos de que se vayan de viaje y tenemos nuestros propios miedos, los hijos lo van a percibir. Es importante que los progenitores se informen previamente de todas las características del viaje: número de participantes, número de monitores/as por alumno/a, normas del viaje, urgencias que pueden surgir y manera de proceder de los responsables. Por otra parte, también es adecuado que padres y madres trabajen su nerviosismo y su miedo antes del viaje, para no transmitírselo al menor y perjudicar de esta forma su primera experiencia de viajar solos. Para transmitir positivismo, motivación y ganas de participar, los padres y madres pueden recordar los primeros viajes que hicieron ellos de niños y como se sintieron (si su experiencia fue agradable, claro), aconseja Amaya.
6. Con amigos y amigas siempre es más fácil: “En cualquier caso, siempre es recomendable para el primer viaje sin sus padres, que el menor viaje junto a sus compañeros de clase o con alguno de sus amigos. Así le resultará todo más fácil, agradable y divertido”, añade.
7. Respetar las normas del viaje: Gómez Calvo también considera muy importante que las familias respeten el ritmo de funcionamiento del viaje y las normas: que no llamen cuando no proceda o que no realicen visitas si no están estipuladas. Es importante cuidar las normas y el funcionamiento del viaje, insiste: “No hay que llamar al menor fuera de las horas previstas o visitarlo en momentos que no procedan para calmar nervios o preocupación, puesto que exponemos al menor a una situación controvertida en la que lo suele pasar mal”. Sí es recomendable mantener previamente reuniones con los organizadores del viaje para informarse de todos los aspectos del mismo. Esto ayuda a tranquilizar a los padres preocupados y a calmar la ansiedad y de esta forma, se puede evitar transmitírsela a los niños. “Los padres y madres somos el modelo y guía de nuestros hijos y debemos ser muy cuidadosos con lo que les transmitimos. Si nos bloquea nuestra ansiedad y miedo a la hora de permitir viajar solo a nuestro hijo, tal vez debemos trabajar para superarlo y evitar de esta forma, obstaculizar su desarrollo y crecimiento psicológico sano.