Hasta cuándo se debe utilizar silla de seguridad

La ley, de 2008, prohíbe circular con menores de 12 años situados en los asientos delanteros del vehículo, salvo que utilicen dispositivos homologados al efecto. Sólo excepcionalmente, cuando su estatura sea igual o superior a 135 centímetros, los menores de 12 años podrán viajar delante.

La ley, de 2008, prohíbe circular con menores de 12 años situados en los asientos delanteros del vehículo, salvo que utilicen dispositivos homologados al efecto. Sólo excepcionalmente, cuando su estatura sea igual o superior a 135 centímetros, los menores de 12 años podrán viajar delante.

Si su estatura no alcanza los 135 centímetros, deberán utilizar obligatoriamente un dispositivo de retención adaptado a su talla y peso. En el caso de que la estatura sea igual o superior a esa se podrá utilizar indistintamente un dispositivo de retención homologado, adaptado a su talla y a su peso, o el cinturón de seguridad para adultos.

En caso de infracción, el responsable es el conductor o el tutor, si viaja con pasajero, y la sanción es de 150€ y 3 puntos para los menores de 135 cm. Los denominados elevadores, ya sean con respaldo o no, logran elevar al niño para alcanzar la altura necesaria para utilizar el cinturón de adulto del coche correctamente. Estos dispositivos ya no disponen de correas porque el propio cinturón del coche es el que sujeta al niño y a la silla. La banda diagonal del cinturón ha de pasar por encima de la clavícula, sobre el hombro, sin tocar el cuello, y la banda ventral lo más bajo posible, por encima de las caderas, sobre los muslos, y nunca sobre el estómago. Los elevadores con respaldo ofrecen mayor protección y resultan más cómodos.

A partir de 12 años. Los cinturones de 3 puntos también proporcionan protección al niño cuando sea lo suficientemente alto como para que, sentado recto sobre el respaldo del asiento del coche, pueda doblar las rodillas hasta el borde del asiento sin deslizarse. La banda diagonal del cinturón ha de pasar por la clavícula, sobre el hombro, bien pegada al pecho y la banda ventral ha de quedar bien baja sobre la cadera. Si la banda del hombro toca el cuello o pasa bajo el mentón, el niño debe seguir más tiempo en un asiento elevador. Las bandas del hombro y de las caderas actúan conjuntamente para sujetar la parte superior e inferior de su cuerpo en caso de colisión o detención brusca.

Nunca permita que el niño se coloque la banda del hombro debajo del brazo o detrás de la espalda.

Cómo elegir la silla

Las sillas de seguridad para niños para el automóvil deberán estar homologadas de conformidad con la norma de seguridad europea ECE R44/03, directiva 77/541/CEE o sus posteriores modificaciones.

Por ello, es preciso comprobar la etiqueta naranja visible en las sillas de seguridad y que indica el número de homologación. Esto significa en la práctica que las sillas de seguridad con la certificación ECE R44/03 o, aún mejor, ECE R44/04 cumplen la normativa. La Silla debe tener una etiqueta como la siguiente:

  • ECER44/04: (Norma de homologación)
  • Universal (Categoría del dispositivo homologación.(Universal, Semiuniversal o Específico). En este caso indica que es válido para todos los vehículos.)
  • 9-36kg (Indica el peso del niño al que se adapta el dispositivo. En este caso correspondería a una silla de Grupo 1, 2 y 3.)
  • E9 La E mayúscula es el distintivo de homologación y el número de subíndice se refiere al país que la ha otorgado. A España le corresponde el 9.

Cómo ser una Ecoescuela

El programa Ecoescuelas anima al alumnado a desarrollar un papel activo y participativo en sus colegios y les muestra cómo mejorar y benefi ciar su medioambiente local, a través de medidas surgidas en los centros, en especial, en las temáticas básicas de agua, energía y residuos, así como en aquellas prioritarias cada año a nivel global, como ahora el cambio climático.

El programa Ecoescuelas anima al alumnado a desarrollar un papel activo y participativo en sus colegios y les muestra cómo mejorar y beneficiar su medioambiente local, a través de medidas surgidas en los centros, en especial, en las temáticas básicas de agua, energía y residuos, así como en aquellas prioritarias cada año a nivel global, como ahora el cambio climático. De esto modo, estimula en las futuras generaciones el hábito de participación en los procesos de toma de decisiones, así como conciencia de la importancia del medio ambiente, el consumo responsable, la cooperación internacional y el comercio justo.

ADEAC-FEE. El programa Ecoescuelas es desarrollado en España por la Asociación de Educación Ambiental y del Consumidor (ADEAC), la misma que realiza las campañas Bandera Azul para las playas. Esta asociación, sin ánimo de lucro, es la rama española de la Fundación para la Educación Ambiental (FEE) y por tanto responsable del desarrollo de sus programas. La FEE ya cuenta con 27.000 centros participantes en el programa Ecoescuelas situados en 44 países.

Las Ecoescuelas trabajan en colaboración con sus municipios en la aplicación de la Agenda 21 de la Conferencia de Río’92: en especial en temas como el agua, la energía o los residuos.

Proceso

Los centros participantes deben formar un Comité ambiental elegido con representación del alumnado, profesorado, padres, personal directivo, administrativo, mantenimiento e incluso responsables municipales. Este Comité coordina la realización de un análisis de la situación de partida del centro escolar y su entorno en materia ambiental mediante un cuestionario elaborado por ADEAC. Tras la evaluación de los resultados del cuestionario, el Comité elabora anualmente un Plan de Acción donde aborda uno de los tres temas básicos (agua, residuos, energía) con objetivos, metas y fechas. Finalizado el plazo, los centros son evaluados por un jurado convocado e integrado por miembros de ADEAC, para lo que habrán presentado una memoria. Los centros participantes que desarrollen bien el programa serán galardonados por un período de tres años con un Diploma y una Bandera Verde. Para conseguirlo, las Ecoescuelas deben poder demostrar que han alcanzado al menos el 65% de los objetivos fijados en su Plan de Acción.

Primera escuela de parto y crianza

El pasado uno de febrero abrió sus puertas Armonía, la primera escuela para padres en la Comunidad de Madrid que ofrece cursos que abarcan desde la concepción hasta la crianza del bebé pasando por la preparación al parto o los primeros auxilios.

Entre otros, ofrece cursos impartidos por profesionales sobre el embarazo saludable, Pilates para embarazadas, masaje emocional, estimulación del bebé o prevención de accidentes infantiles.

Más información: www.arearmonia.com

¿Has visto bailar un elefante?

Samabá Samadé, elefante grande elefante pequeño, es un espectáculo visual, musical y enérgico que habla sobre la importancia que tiene la observación de la naturaleza para aprender sobre nosotros mismos.

A través de la música y la danza africana, así como de la percusión corporal interactiva y elementos visuales, nos introducimos en la cultura africana y sus enseñanzas primigenias.

Más información: www.cuartapared.es

Adolescencia sin fronteras

Niños respondones que visten según el dictado de la última moda. Veinteañeros incapaces de madurar y proyectarse hacia el futuro. La adolescencia ha trascendido sus fronteras para aterrizar en otras etapas de la vida. Los motivos combinan inevitables transformaciones sociales y un estilo de Educación que anima a vivir la libertad sin responsabilidad.

Si fuera un país, la adolescencia tendría poca historia (no fue teorizada hasta principios del siglo XX) y un desmedido afán invasor. Sus vecinos –la niñez por abajo; la juventud por arriba– la mirarían con pavor ante sus constantes acometidas por conquistar nuevos territorios. Protestarían ante la ONU y la acusarían de no conformarse con sus fronteras naturales, límites biológicos que la sitúan, aproximadamente, entre los 13 y los 18 años.

En su defensa, la adolescencia aduciría que las sociedades occidentales llevan décadas obligándola a que se prolongue más allá de esa franja de edad. Y que, de forma más reciente, han surgido circunstancias que también justifican su pujante irrupción en los dominios de la infancia.

Aunque existen tantas definiciones de adolescencia como autores han abordado esta etapa de la vida, casi todas asumen que el concepto esconde una clara dicotomía. Por un lado, la adolescencia física con sus terremotos hormonales, sus estirones y sus remedios para el acné. Por otro, la psicosocial, que nos enfrenta –al fijar su duración– a cuestiones tan escurridizas como qué entendemos por madurez o autonomía personal.

En palabras de Javier Elzo, catedrático de la Universidad de Deusto y autor de La voz de los adolescentes, hablamos de “un estado en el que una persona se estanca en ella misma, en el presente, sin preocupaciones, sin querer mirar más allá”. Todos conocemos a jóvenes en la veintena, incluso mayores, instalados en ese limbo de derechos sin deberes, de libertad sin responsabilidad. Continúan en casa de sus padres y posponen eternamente las decisiones esenciales sobre su propia vida.

Por el contrario, en los países pobres los chavales suelen pasar de la infancia a la edad adulta tras un salto abrupto que no admite marcha atrás. Simplemente dejan de estudiar (suponiendo que estén escolarizados), buscan trabajo y aspiran a formar una familia. Sin dudas existenciales ni crisis de identidad. Como ocurría en España hasta hace no tanto tiempo.
“A la hora de decidir quién es o no adolescente, aplicamos variables (familiares, escolares, sociales…) a cada persona con resultados muy diferentes”, explica José Chamizo, defensor del Menor de Andalucía.

‘Tweens’

Los anglosajones ya han acuñado sendos términos para referirse a las incursiones adolescentes en los últimos años de la infancia y la primera juventud. Nacido como categoría comercial o de marketing (target en la jerga publicitaria), la palabra tween definía en origen a un niño entre 9 y 12 años con gustos individuales y gran capacidad de compra. Luego se añadieron rasgos como su condición de nativo digital o la sobrecarga de horarios. Al otro lado del espectro, Jeffrey Arnett, profesor de la Universidad de Clark (EEUU), escribió en 2000 un influyente artículo sobre lo que vino a llamar “adultez emergente” (ver apoyo). En síntesis, veinteañeros dubitativos y abrumados ante las infinitas posibilidades (y retos) que la vida les plantea.

Javier Urra, prolífico autor sobre Educación y ex-psicólogo del Juzgado de Menores de Madrid, suscribe que la familia actual está convirtiendo a los tweens o preadolescentes en consumidores voraces: “Muchos disfrutan de una cuantiosa paga y eligen qué ropa visten o dónde va la familia de vacaciones, cuando no lo imponen. Las empresas lo saben y por eso se dirigen a ellos”. Elzo, por su parte, añade que “padres muy ocupados suele ser sinónimo de padres muy tolerantes que procuran mantener la paz en casa dando a los hijos todo lo que piden”. El engranaje consumista a escala infantil: como compran más, pasan a ser objetivo prioritario de los anunciantes, y, al intensificarse el bombardeo publicitario, crece su deseo de consumo, satisfecho por progenitores que no quieren líos.

La precocidad en las actitudes adolescentes también responde a otros factores como la sempiterna exposición mediática o la evolución del sistema de valores durante la infancia. Chamizo recuerda que “los niños de ahora tienen infinitamente más acceso a todo tipo de información que otras generaciones”. Y advierte sobre la presión de grupo: “siempre ha habido niños que empiezan a ser adolescentes antes y que tiran de los otros para que les imiten, y la amistad entre los preadolescentes de hoy en día tiene mucha más fuerza que la familia”.

¿Consecuencias? Desafío a la autoridad paterna, conductas de riesgo, idolatría del famoseo… Todo ello entre chavales (y sobre todo chavalas) que con suerte empiezan a vislumbrar las turbulencias fisiológicas de la pubertad.

Adultescentes

Bastante más antiguo que el fenómeno tween, el alargamiento de la adolescencia por arriba, entre los jóvenes adultos, ha sido objeto de todo tipo de análisis desde los años 60. Muchos perciben en él una consecuencia lógica de la sociedad posindustrial, y señalan sólidas razones difíciles de rebatir. A destacar, el aumento en la esperanza de vida, que ha dilatado todas las etapas (salvo la infancia) y su transición entre ellas. Si para algunos la juventud penetra hasta la temida crisis de los 40, ¿por qué no habría la adolescencia de extender sus tentáculos hasta, digamos, los 25?

Pensemos en el aumento del tiempo de escolarización. Resulta complicado imaginar cómo un estudiante de veintipocos años puede alcanzar un nivel de ingresos que le permita plantearse volar del nido de manera definitiva. Aunque trabaje a tiempo parcial y comparta piso, parece probable que sus padres tengan que echarle una mano para llegar a fin de mes, prorrogando así una dependencia que le impedirá considerarse a sí mismo como un adulto de pleno derecho.

Más flexible y abierta, nuestra sociedad también consiente, celebra incluso que los jóvenes jueguen al ensayo y error vital, que exploren nuevas vías de realización como individuos y vuelvan sobre sus pasos si éstas no les convencen. “Antes teníamos más o menos claro lo que íbamos a ser”, afirma Elzo. “Los patrones de comportamiento eran más rígidos, pero hacían la toma de decisiones más fácil”.

Acompañando a estos cambios –positivos para la mayoría, inevitables en cualquier caso–, la proliferación de enfoques educativos laxos y sobreprotectores ha frenado la inmersión de las nuevas cohortes de adolescentes en la adultez. Tras años flotando en una burbuja de bienestar y hedonismo, incubando una profunda aversión al “no”, muchos se muestran incapaces, cuando llega la hora, de enfrentarse al futuro cogiendo el toro por los cuernos. Se convierten entonces en adultescentes, neologismo que viene a sustituir al clásico complejo de Peter Pan y que, a diferencia de la adultez emergente (circunscrita a la veintena), puede aplicarse a cualquier edad. Para Urra, “nuestra gran asignatura pendiente sería enseñar a aceptar la frustración, a saber manejarse en la incertidumbre, a reinventarnos en los momentos de crisis”.

El nido vacío

España y otros países del sur de Europa se han convertido en auténticas fábricas de adultescentes. Aquí, los jóvenes se van de casa rondando los 30, mientras que en Francia, Reino Unido o Alemania lo hacen antes de los 25. Los datos proceden del Eurostat de 2007, antes de que el paro juvenil campara a sus anchas en nuestro país, así que todo indica que futuras estadísticas revisarán dicha cifra al alza.

Desde luego, el frenesí especulativo previo a la crisis no ha animado precisamente a nuestros jóvenes a ad
elantar su emancipación. Tampoco ayuda la obsesión nacional por hipotecarse con la primera vivienda en lugar de arrancar la vida adulta en alquiler, costumbre generalizada en el centro y el norte de Europa. Según Elzo, el español prioriza además el confort frente a la independencia, mientras que “en otros países la gente joven se va a un cuchitril con tal de tener su espacio”.

Urra opina que buena parte de culpa recae en los padres, “que no empujan a sus hijos a que se vayan, no sé si por el bien de ellos o por su temor al síndrome del nido vacío. Los padres españoles viven para los hijos, y hay que vivir para los hijos, para la pareja, para los amigos y para uno mismo”.

El autor de Fortalece a tu hijo o Educar con sentido común denuncia que la sociedad española confunde con una “disonancia grave” a las nuevas generaciones: “les educamos para exigir, y cuando crecen, les aportamos muy poco para que se abran camino en la vida”.

Un siglo de vida

Aunque proviene del vocablo latino adolescere (crecer, desarrollarse), la adolescencia como etapa de la vida no fue teorizada hasta principios del pasado siglo por Stanley Hall, el primer presidente de la Asociación de Psicología Americana. En su obra homónima, Hall apuntó a algunas transformaciones sociales que se estaban produciendo en la época (abolición del trabajo infantil, extensión de la Secundaria) para explicar el surgimiento de una nueva etapa que reclamaba un trato diferenciado de la infancia y la juventud. Hall definió la adolescencia como un momento de “tormenta e ímpetu” con tres características clave: rebeldía frente a la autoridad familiar, brucos cambios de humor y conductas de riesgo.

Según su tesis, se trata de necesidades intrínsecas que el adolescente no puede evitar y que los padres no deben impedir. Ante la actitud transigente que promovía hacia el hijo adolescente, Hall animaba a los padres a mostrarse severos y autoritarios (incluido el castigo corporal) con los niños hasta que cumplieran los 12 o 13 años. No deja de sorprender, por cierto, que el propio Hall extendiera la duración de la adolescencia hasta los 23-25 años.

Adultez emergente

En los años 90, Jeffrey Arnett enseñaba Desarrollo Humano en la Universidad de Missouri. Tras observar con detenimiento a sus alumnos, llegó a la conclusión de que él (por aquel entonces en la mitad de la treintena) y ellos (veinteañeros) no tenían nada que ver en cuanto a actitudes y expectativas vitales. Esto le animó a realizar encuestas entre sus pupilos y otros jóvenes alejados de la esfera universitaria. En los resultados, la gran mayoría se autodefinía como adulto en algunos aspectos y completamente inmaduro en otros. Según su artículo Adultez emergente –publicado en 2.000 en American Psychologist y citado en incontables ocasiones por investigadores del ámbito anglosajón–, Arnett detectó en concreto que los veinteañeros mantenían una visión excesivamente idealista de la existencia.

Aún no atisbaban, escribió, el desengaño que llegaría con “los trabajos rutinarios o los hijos impertinentes”. También se mostraban seguros de que lograrían lo que se propusieran en la vida, si bien pocos tenían claro cuáles eran esas aspiraciones. En esa “sensación de posibilidades” ilimitadas se encuentra la esencia de la adultez emergente, que Arnett y otros abogan por que pase a considerarse una nueva etapa de la vida.

Caminando (1-2 años)

Hola de nuevo: soy Miguel y quisiera contaros mi segundo curso en la Escuela Infantil. Aproveché el verano para que mis papas añadieran fotos a mi cuento personal, de la playa donde fuimos de vacaciones, y las fiestas del pueblo, en donde yo aparecía en ellas más mayor.

Mis papás me hicieron participar en la colocación de las fotos en el cuento, para que fuera consciente del proceso y me ayudara cuando llegara a la Escuela.

Llegó el día de reincorporarme; allí estaban mis amigos del curso anterior, y otros niños que no conocía, las educadoras eran nuevas pero no desconocidas, me resultaban familiares, así que tendría que conocerlas y encariñarme con ellas.

Poco a poco, durante la primera semana cogí el ritmo de nuevo; apenas tuve que hacer periodo de adaptación, ya que todo me resultaba cercano.

Se me olvidaba deciros que en el verano me afirmé en la marcha, eso significa que ya se andar con soltura; todos se pusieron muy contentos cuando di mi primer paso.

En la nueva clase recorro los rincones encantado; para mi el movimiento se ha convertido en el protagonista de mi actividad, las educadoras me insisten para que me centre un poquito, mirando un cuento, haciendo una torre….

Comencé a hablar: mis onomatopeyas eran de lo más divertido, aparecieron mis primeras palabras, ahora cuando cojo mi cuento, puedo nombrar a mi papá, mama…y también puedo pedir agua, pan…

Los encuentros con mis compañeros son diferentes que cuando era más pequeño; ahora tienen más interés para mí. Juego más con ellos, a correr, a subir y bajar, a compartir, y los desencuentros son mayores cuando defendemos cada uno lo nuestro.

Me gusta encontrarme por las mañanas cuando llego a la Escuela con Marta, ya que es mi mejor amiga, con Fernando lo busco para correr en el patio, son mis amigos.

Estoy descubriendo los rincones de mi nueva clase, acudo a ellos aunque en algunos, que son mis preferidos, me entretengo más.

Ya como solito, me dejan los cubiertos y cada día lo hago mejor aunque para terminar me suelen ayudar.

Para mi fue divertido empezar a comer entero, los purés me tenían aburrido y los nuevos sabores los acepté bien.

Estos aspectos refuerzan mi autonomía; es que estoy creciendo, aunque a mis padres les haga rabiar y consiga que me den a la boca.

Es muy distinto, a veces, mi comportamiento en casa y en la escuela Infantil; tengo mis recursos y se con quien me la juego.

Estoy aprendiendo mucho, mis educadoras dicen a mis padres, qué es un aprendizaje significativo; eso quiere decir que será la base del resto de mis aprendizajes posteriores; por ello, la importancia de que acuda a la escuela infantil, para poder adquirir estas experiencias y conocimientos.

Cuando termine el curso aun nos quedará otro mas, para finalizar nuestra etapa infantil, que será en el aula de mayores cuando tenga dos años.

Ya os contaré.

Cómo educar en dos (o más) idiomas

Durante las últimas décadas, los idiomas han ocupado el primer plano para afrontar el mundo. Pero, cuando la aldea global lleva a tus hijos a nacer en una torre de Babel desde la más tierna infancia, ¿cómo hacer que el aprendizaje sea un 'plus' y no una causa más de confusión?

Criar a un niño nunca es sencillo. Pero cuando a los problemas habituales se añaden diferentes formas de decirle 'no', el miedo a hacerlo mal aumenta entre los padres. La principal pregunta es ¿lo estamos haciendo bien? "Sí, lo estáis haciendo genial", afirma la doctora Naomi Steiner en su libro Siete pasos para educar a un niño bilingüe, donde insiste en que "no es fácil pero es importante intentarlo porque, aunque tu hijo no hable perfecto español o inglés ahora, lo hará".

Perseverar es uno de sus siete pasos con los que promete una coexistencia idiomática feliz y, sobre todo, próspera para el pequeño. "Si fuera de casa habla siempre español, en casa tendremos que hablarle todo el tiempo inglés para hacer que su tiempo se divida a partes iguales", comenta la pediatra, especializada en evolución y comportamiento infantil. Pero ¿cómo dividir el tiempo DENTRO de casa?

Un Padre-Un Idioma (One Parent – One Language) es uno de los sistemas más populares, que permite predeterminar un espacio de tiempo para cada idioma -el que está con cada padre- a la vez que mantiene la relación directa con ambos padres -sin preferencias o un mayor nivel de intimidad con aquel que comparte el idioma mayoritario que habla en el colegio-. "Hablar con tu hijo en tu idioma materno le da consistencia a su aprendizaje porque lo haces todo el tiempo y ahí marcas el período: siempre." De esta forma, verán el hablar en uno u otro idioma como la forma normal de comunicarse con sus padres y no como los deberes del fin de semana.

¿Y si son más de dos?

Sólo en la Unión Europea se hablan 20 idiomas, ¿os parece imposible juntar cinco en una casa? Difícil, puede. ¿Imposible? Cada vez menos. Es el caso de Mairu.

Ester (catalana) y Mikel (vasco) son padres de Mairu, una niña que, con tan sólo cuatro años y medio, tiene en su bagaje cultural cuatro idiomas. Ha vivido en el País Vasco sus primeros meses de vida, en Irlanda sus primeros tres años y ahora con casi cinco años se encuentra sumergida en la adaptación al catalán -ya entiende y contesta a las preguntas- desde que cambiaron su residencia a Barcelona, hace un año.

La adaptación a un idioma nuevo no fue tan sencilla desde el principio. Viviendo en Irlanda, toda la responsabilidad de la enseñanza del euskera y del castellano recaía únicamente sobre ellos, que además empleaban parte de sus fuerzas en intentar que Mairu se adaptara al inglés. "Su padre le habla euskera y el entorno era anglosajón; me preocupaba notar que su castellano era más pobre igual que ha Mikel le preocupa ahora sentir una regresión en las expresiones de Mairu en euskera. Empezamos a investigar y nos dijeron que el idioma materno no se pierde nunca. Y decidimos que siempre le hablaríamos cada uno en el idioma que consideramos nuestro".

El método OPOL se ha convertido en la norma de la casa. "A veces su aprendizaje pasa por fases más lentas o más rápidas en uno de los idiomas hasta que, de repente, da un salto cualitativo. Recuerdo cuando, tras ocho meses en Irlanda, me llamó su profesora para contarme que al fin había usado una frase en inglés para pedir un juguete. Ese momento fue muy importante para ella porque consiguió emplear un idioma con una función: para satisfacer una necesidad personal; es decir, empezó a comunicarse", comenta Ester orgullosa.

¿Debe mantenerse el método OPOL en cualquier situación? "Al principio yo lo hacía mal. Me tomé tan en serio el hablarle siempre en castellano que cuando estábamos en Irlanda con más gente les hablaba a los demás niños en inglés y a ella en castellano. Un día, un amigo me dijo que en esos casos él cambiaba el idioma con su hijo porque estás generando una dinámica nueva en un grupo distinto", dice. Sin querer, estaba aislando a Mairu del resto de los niños.

Pero hay que enseñarle al pequeño que -igual que sus padres- debe ser capaz de cambiar el chip en función de lo que necesite pero siempre sabiendo qué idioma está hablando, marcando periodos y límites.

Arrastrando los conflictos culturales: el drama del idioma minoritario

Guy nació en Bélgica y residió a partes iguales en Bruselas, Madrid y Londres. Todo eso sumado a la lengua de sus padres y abuelos: el kirundi -propio de Burundi-. "En casa siempre hemos hablado el francés. Estar en Bélgica pero venir de Burundi fue un gran condicionan para mis padres, que tuvieron que enfrentar algún que otro caso de racismo contra ellos", comenta Guy, que nunca ha sufrido ese tipo de situaciones. "Tenían miedo a que yo no me integrara bien, a que se me notara el acento o no estuviera al nivel de la clase en el colegio… Así que nunca me hablaron en kirundi". Actualmente, Guy difícilmente puede comunicarse con sus abuelos.

El caso de Cansu es similar, otro ejemplo de confluencia de culturas y lenguas. De padres turcos y residente en Londres, ha crecido hablando turco en casa y lo ha compaginado con los idiomas que ha aprendido debido a sus ciudades de residencia: inglés en Londres y francés en Bélgica. "Mi padre vivía en Turquía así que difícilmente me comunicaba con él en francés. Y, aunque mi madre tiene nociones de francés, siempre he hablado turco con ella. Curiosamente, su lengua materna no es el turco, sino el kurdo. Lamentablemente, fue prohibido Turquía durante años por cuestiones políticas y nunca me lo enseñaron. Ahora me he apuntado a clases de kurdo; quiero recuperar la parte de mis raíces que me falta y que me une más a mis abuelos", dice Cansu.

Ambos casos cuentan con cinco idiomas en juego. Y en ambos sale perdiendo aquel de habla minoritaria. ¿Casualidad o síntoma? La mayoría de padres en estas situaciones reconocen que sus hijos no están suficientemente expuestos al idioma con menos hablantes o incluso a aquel que no corresponde a su país de residencia. Eso hace que muchos se pregunten si realmente es posible el plurilingüismo o si hablamos de poliglosia, donde un idioma tiene status de prestigio frente a los otros que son relegados a situaciones socialmente inferiores y limitadas, en su mayoría, a la oralidad.

Ayuda en la red

  • www.bilingualreaders.es es la web de una editorial, dedicada a publicar libros en inglés y español para niños. Iñigo Gil, co-creador del proyecto junto con su pareja Deanne (estadounidense), lo tiene claro: "Frente a lo que muchas veces se cree, sobre todo en Occidente, crecer en un entorno monolingüe no es lo habitual. El bilingüismo es una realidad, un hecho del que aprovecharnos para beneficiar a nuestras familias". Bilingual Readers ofrece opciones de lectura padres e hijos en sendos idiomas. Una de sus recomendaciones: Consigue que tu hijo sea bilingüe, de Bárbara Zurer.
  • www.spanglishbaby.com Bajo el lema Raising Bilingual Kids (educando a niños bilingües) esta web se orienta al consejo práctico a padres en apuros. Creada por dos periodistas latinas y madres de niños bilingües (español-inglés), organizan un foro de debate donde p
    uedes exponer tu caso. Y si buscas ayuda profesional, los miércoles es el día de Pregunta a un experto.

Ni Mary Poppins ni la señorita Rottenmayer

Dos modelos educativos parecen enfrentarse en los últimos meses en la educación occidental: el modelo Mary Poppins –la diversión y el entretenimiento a cualquier precio, también dentro de la enseñanza– o el modelo Señorita Rottenmayer: ordeno, mando y tú te callas y a obedecer, que es tu obligación. Todo esto ha provocado un interesante debate que merece la pena analizar.

Si hay algo complicado en esta vida es ponerse de acuerdo en las cuestiones relacionadas con la educación, constante fuente de debates y hasta de enfrentamientos. Se trata de un asunto que excede el ámbito doméstico y familiar y que pone en jaque a toda la sociedad. Y no sólo en España, donde aprobar leyes y rectificaciones se ha convertido en un deporte nacional. En Estados Unidos y en Gran Bretaña se ha levantado una enorme polvareda por cuestionar la educación que se imparte en estos países.

De entrada, resulta interesante que los debates educativos ocupen las primeras páginas de los medios de comunicación, pues es señal de que este asunto, capital por otra parte, importa a mucha gente. Es bueno, por tanto, aprender a debatir y a disentir también sobre lo que de una u otra manera se quiere imponer desde los poderes políticos.

Las madres tigre

En Estados Unidos, el inicio del estallido ha sido la publicación de un libro sobre educación, de esos que aparentemente no lee nadie. La autora, Amy Chua, es una profesora de la Universidad de Yale, de origen chino, que ha escrito Battle hymn of the tigre mother, donde se atreve a defender los métodos educativos orientales y cuestiona la manera de educar a sus hijos que tienen los padres y madres de los países occidentales.

Su mensaje es muy sencillo e indirectamente cuestiona también teorías, pedagogías, filosofías relacionadas con la educación que han tenido su momento de esplendor a lo largo del siglo XX en Occidente. Estas teorías han convertido al niño en el centro del proceso educativo, exagerando si cabe su bienestar psicológico, sus posibilidades, sus gustos y preferencias como la clave de cualquier sistema educativo.

Las teorías más atrevidas han afirmado que a los niños no hay que forzarles, que hay que dejarles que vayan a su ritmo, que no se les puede imponer nada. Una de las escuelas creadas con estos ideales aparece en una desternillante novela que ha sido publicada recientemente en España, La Tía Mame, del escritor norteamericano Patrick Dennis (Acantilado). En ella se cuenta cómo el pequeño Patrick se queda huérfano y tiene que ser educado por la excéntrica y extravagante tía, que lo primero que hace es enviar a su sobrino a una escuela libertaria donde los niños, nada más entrar, están desnudos en las aulas y en todo el colegio y hacen lo que se les antoja.

Oriente vs. Occidente

Deliberadamente, quizás para provocar y llamar la atención, Amy Chua exagera los defectos de la educación occidental, aunque, como suele pasar en este tipo de debates, parte de razón sí que tiene. Por contraste con la laxitud de los valores educativos occidentales y de los métodos que emplean los padres para educar a sus hijos, ella contrapone el modelo oriental, basado en la exigencia, la disciplina y el constante fortalecimiento de la voluntad. Los resultados que se obtienen con estos métodos ahí están: en el último Informe PISA los primeros lugares, con Finlandia, los ocupaban Hong Kong y la ciudad china de Shanghai. Para Amy Chua, los gustos y preferencias de los niños no deben tener ninguna relevancia (al contrario que en Occidente, donde los niños son los que mandan) y lo único importante es el esfuerzo que deben poner para superar con buena nota todos los obstáculos. Ese es su programa.

Pero, como suele decirse, en el punto medio está la virtud. Por muy buenos resultados que tengan los alumnos chinos y coreanos, sus métodos educativos son excesivamente férreos y deshumanizados, y no pueden trasladarse a la cultura occidental. Además, en el contexto actual, no parece que sean lo mejor para la educación de los niños. Junto con la cultura del esfuerzo y del sacrificio (ausente en muchos sistemas educativos, todo hay que decirlo), también deben impulsarse valores como la creatividad, el compañerismo, el trabajo en equipo, la solidaridad, el fomento de las inclinaciones artísticas y deportivas, etc.

Cambios en Gran Bretaña

¿Qué ocurre en la actualidad en muchos países occidentales? Entramos ahora a analizar por encima lo que está pasando en Gran Bretaña, donde el Gobierno ha publicado un Libro Blanco sobre educación que contiene las reformas urgentes que deben emprenderse para mejorar el nivel y la calidad del sistema educativo británico: en primer lugar, mejorar la preparación de los profesores; en segundo, estimular la autonomía de las escuelas; en tercero, modernizar el Plan de Estudios.

Este último asunto ha sido el que más polémica ha suscitado en la opinión pública. El Gobierno británico quiere cambiar el modelo y recuperar, como ha dicho Michael Gove, ministro de Educación, la “transmisión de conocimientos, hechos”. Muchos han interpretado esto como una vuelta al pasado; otros, una valiente decisión para que la enseñanza cumpla con sus auténticos objetivos de educar a sus alumnos. Para ello se propone eliminar el número de materias obligatorias (unas 14) y centrarse en aquellas asignaturas básicas como las Matemáticas, la Lengua, las Ciencias, las Humanidades y el estudio de los idiomas.

No parece, pues, que lo que propone el Gobierno inglés sea descabellado, pero este nuevo modelo cuestiona un tipo de enseñanza que se ha impartido (y exportado) durante muchos años en Gran Bretaña con unos resultados que no han sido los esperados. Para Michael Gove, “los laboristas han creado una atmósfera cultural tóxica que empuja a los alumnos a apuntarse a las asignaturas más fáciles y menos relevantes para la vida laboral”.

Una llamada de atención

La editorial Ariel ha publicado hace unos meses el ensayo Una llamada de atención, del profesor francés Philippe Meirieu, que tiene como subtítulo “Carta a los mayores sobre los niños de hoy”. El autor intenta dar respuesta a dos preguntas fundamentales: ¿Qué mundo vamos a dejarle a nuestros hijos? ¿Qué hijos vamos a dejarle al mundo?
Muchas ideas sugerentes contiene este libro, que contribuirán a engrandecer el debate que mencionábamos más arriba.

Copio un párrafo que me parece clarificador: “El trabajo del educador consiste en ayudar al niño a desplazar su satisfacción del logro inmediato a la búsqueda de lo que le permite comprender, aunque tenga que perder tiempo, tantear, buscar informaciones poco accesibles, enfrentarse a la angustia de lo desconocido y quedar aparentemente retrasado con respecto a los que sólo se preocupan de exhibir lo antes posible unos resultados que atestiguan su virilidad mental, Aprender es, por tanto, aplazar, asumir la incertidumbre, meterse en una aventura muy imprevisible. Es disfrutar poniendo a prueba su inteligencia con el mundo gracias al lenguaje. Aprender es disfrutar de la exigencia de comprender”.

¿Juegan suficiente los niños?

Natalia, desde su doble faceta de madre y maestra, ha planteado esta pregunta por e-mail a PADRES. Hemos consultado con distintos psicólogos y todos están de acuerdo en lo que Javier Urra, psicólogo y primer Defensor del Menor explicaba hace unos días a un grupo de padres de un colegio: “Los niños tienen que volver a ganar la calle”.

Según la Declaración de los Derechos del Niño, adoptada en la Asamblea General de la ONU, “El niño debe disfrutar plenamente de juegos y recreaciones que deberán estar orientados hacia los fines perseguidos por la educación. La sociedad y las autoridades públicas se esforzarán por promover el goce de este derecho”.

Pero no nos engañemos. El juego es divertido, placentero, voluntario y, lo más importante, es libre. No es obligatorio. No consideremos juego a las clases de fútbol o de ballet por mucho que le gusten a los niños. El juego libre precisa de un tiempo largo y sin estructurar para que sea enriquecedor.

Los niños juegan menos que antes y como consecuencia muchos de ellos presentan carencias emocionales y sociales. La ciudad actual no está pensada para los niños, sin lugares donde puedan reunirse espontáneamente a jugar. Además, tienen pocos hermanos, no conocen a sus vecinos y las viviendas son pequeñas. A esto se unen las actividades extraescolares, la tele y los videojuegos. Por otro lado, los adultos percibimos que jugar por jugar es una pérdida de tiempo y que hay que aprovechar para aprender algo útil.

Beneficios del juego

En la primera infancia, través del juego el niño consigue un mejor control de su cuerpo, desarrolla su musculatura gruesa y fina, crea fuerza, paciencia y perseverancia. Tal y como explica la psicóloga Melita Cutright en su libro Crecer seguro, en el plano emocional, fomenta el desarrollo al “ofrecer al niño la posibilidad de expresar sus sentimientos y le permite aprender a compartir, cooperar y negociar y se da cuenta que perder es una parte de la vida igual que ganar”.

En definitiva es una actividad completamente necesaria para un crecimiento sano, fundamental para el desarrollo psicomotriz, cognitivo y afectivo social del niño. Como explica a PADRES Marta Moreno, psicóloga infantil ,“el juego además de ser la actividad preferida de los niños, ayuda a desarrollar sus funciones psicológicas, físicas y sociales, haciendo que conozcan el mundo exterior y tomen conciencia de éste, afianzando así, su propia personalidad”.

Para ser considerado como tal tiene que tener un fin en sí mismo y proporcionar diversión en lugar de utilidad. Carece de la estructura y organización que tiene un pensamiento ‘serio’, aunque en realidad para el niño muchas actividades no lúdicas no se diferencian del juego.

El juego es evolutivo y se va desarrollando en diferentes niveles. En un primer nivel se desarrolla la psicomotricidad, el control visoespacial, la orientación, el manejo de los sentidos, el control muscular, la coordinación, el ritmo. Por eso los juegos de ejercicio favorecen conceptos como derecha, izquierda, delante, detrás, arriba, abajo, cerca, lejos, que les ayudan a orientarse en el espacio y a ajustar más sus movimientos.

En el desarrollo intelectual, interviene la estimulación del entorno. Aquí, entra favorecen conceptos como derecha, izquierda, delante, detrás, arriba, abajo, cerca, lejos, que les ayudan a orientarse en el espacio y a ajustar más sus movimientos.

En el desarrollo intelectual, interviene la estimulación del entorno. Aquí, entra en escena el juego simbólico, ya que favorece situaciones de exploración y control de la realidad sin riesgos. En este proceso, el niño integra los nuevos aprendizajes y asimila las situaciones y relaciones que observa en el mundo que le rodea. Esto despierta el desarrollo de la creatividad, la teoría de la mente, la comprensión de las reglas sociales y la resolución de problemas más complejos. Facilita el encuentro con los otros porque para los niños es uno de los actos socializadores por excelencia.

El juego es espontáneo, libre, no ofrece posibilidad de fracaso y se aleja de lo cotidiano, de la realidad y de las reglas de la rutina diaria. Permite a la persona ser libre y decidir ante situaciones ficticias sin que pase nada. Permitir que el niño explore con sus propias reglas favorece el desarrollo de la capacidad creativa y la capacidad para resolver conflictos.

Jugar permite ponerse en el lugar del otro, ya que es hacer un ensayo de la realidad para de forma voluntaria actuar como si fuera otra persona. Esta empatía aprendida en edades tempranas evitaría la falta de compasión que se está detectando en algunos adolescentes.

Papel de los padres

Jugar con nuestros hijos, según los expertos, es tan importante como una buena alimentación. Raquel López, psicóloga estima que “éste es un aspecto de la relación familiar habitualmente descuidado, pero que puede llegar a ser de inestimable ayuda, por ejemplo, para capear con mayor estabilidad la turbulenta etapa adolescente”. Hay algunas claves para jugar bien con nuestros hijos:

  • Capacidad de observación, escucha y empatía para conocer a los hijos y saber sus necesidades y juegos preferidos, no los nuestros.
  • Reírse de uno mismo y vencer el sentido del ridículo. Los niños necesitan que nos pongamos a su nivel y les hagamos reír.
  • Planificar el tiempo y elaborar un listado de prioridades de modo que haya tiempo para el juego.
  • No darle al niño todo hecho. Jugar para él.

Gimnasia rítmica de base

Mónica Fornié, entrenadora nacional de gimnasia rítmica, explica a PADRES los beneficios, tanto físicos como psicológicos de la gimnasia rítmica en las niñas. Desde hace 25 años trabaja con niñas de entre 3 y 16 años.

La que fuera directora de la Escuela Nacional de Gimnasia Rítmica de la Real Federación española y juez internacional de gimnasia rítmica, Mónica Fornié, trabaja y promociona, desde hace 25 años con su empresa, la gimnasia rítmica de base en los colegios. Ella insiste en diferenciar la gimnasia de competición de la gimnasia de base. “El trabajo de competición lleva al límite la movilidad articular, que no tiene por qué ser patológico si se hace con un control y con un trabajo compensado”.

Con la gimnasia rítmica de base, por su parte,“se lleva a la niña a una movilidad articular que siempre es beneficiosa, porque le produce muchísima movilidad y flexibilidad, que en un futuro le va a resultar muy positiva”, aclara Mónica. En los colegios se trabaja mucho la coordinación ya que se manejan aparatos como aros, cintas, cuerdas, o mazas. “Incluso con niñas pequeñas utilizamos aparatos de repuesto como pañuelos, sombreros o paraguas”, explica. Algo que favorece la coordinación oculomotriz ya que lanzan y recogen y tienen que hacer una serie de movimientos mientras el aparato está en el aire, trabajar a una velocidad determinada controlando la trayectoria del aparato.

Beneficios

Fornié afirma que la gimnasia rítmica permite realizar en la niña un trabajo de colocación corporal postural, lo que quiere decir que una anomalía pélvica o de cadera se puede corregir. “La gimnasia puede corregir el problema de pies para dentro al trabajar pies, rodilla y pelvis”. Asimismo, al ser un ejercicio que estira los músculos, favorece el crecimiento. Psicológicamente, mejora la autoestima porque las niñas aprenden a bailar y a controlar su cuerpo, a hacer muchos movimientos que le dan mucha seguridad.

Cuándo empezar

“Hasta los seis años recomiendo algo que se acerque más a la danza, que no tenga normas, que no sea estricto ni repetitivo, porque si no, lo dejan y se cansan, pero que les ayude al control de su cuerpo, trabajar ritmo, coordinación y colocación postural”, nos responde Mónica. Entre 6 y 7 años, si se motiva y tiene estímulo externo para conocerlo, se puede comenzar, siempre que la niña lo pida.

Rítmica y matemáticas

Durante nuestra conversación, Mónica nos sorprendió con una teoría muy personal fruto de 25 años de experiencia. “Lo estoy haciendo como experimento”, nos confesaba. Ella ha observado que las niñas que hacen gimnasia rítmica y que saben trabajar bilateralmente, es decir, que trabajan igualmente con la derecha y con la izquierda, lo cual es obligatorio por código, desarrollan la parte cruzada del cerebro y por tanto están desarrollando muchísimo la capacidad espacial.

El resultado: son niñas con buenas notas en matemáticas. “Lo llevo observando hace años. Mejoran mucho en ciencias abstractas como matemáticas o geometría, porque cuando se trabaja en rítmica en equipos hay que trabajar haciendo figuras, colocarse en un fila perfecta o hacer una diagonal o un círculo. Estas formaciones deben ser claras con lo cual se trabaja con mucha precisión y esto les ayuda a tener un esquema y un control del entorno espacial que les favorece mucho para estas materias.”