Se estrena la película El maestro, inspirada en hechos reales

El viernes 4 de septiembre se estrena en España una película que es todo un homenaje a la profesión docente. Se trata de El maestro, que narra la emotiva historia de Alberto Manzi, un profesor que logró llenar de esperanza la vida de un grupo de jóvenes delincuentes desahuciados por la sociedad.

Avalada por la calidad tras las cámaras del lombardo Giacomo Campiotti, especialista en narrar ejemplares historias reales rebosantes de humanidad, como Moscati, el médico de los pobres o Prefiero el paraíso, llega a las salas El maestro, la historia de un profesor que devuelve su dignidad a un grupo de chavales encerrados en un reformatorio.

Nunca es demasiado tarde

Es el propio Alberto Manzi quien recuerda sus inicios en la enseñanza, cuando en 1946, acabada la guerra en Italia, encuentra un difícil empleo de maestro en un férreo reformatorio de jóvenes en Roma. Manzi luchará con denuedo para que sus alumnos –rateros, ladrones, asesinos– aprendan a leer y a escribir. Les dará confianza, creerá en ellos y poco a poco los chicos empezarán a sentirse queridos e iniciarán el camino de la transformación.

Como otras películas inspiradoras de grandes maestros como El Club de los poetas muertos, Profesor Holland, Profesor Lazhar, Diarios de la calle, La profesora de historia, etc., el film muestra la importancia del ejemplo y del convencimiento de que se puede y se debe creer en las personas. Es encomiable en este sentido la tozudez con la que el protagonista Alberto Manzi (magnífico personaje creado por los guionistas Claudio Fava y Monica Zapelli) lucha una y otra vez ante los elementos para lograr aportar un futuro de esperanza a unos alumnos prácticamente desahuciados por la sociedad. Precisamente, ese no tirar la toalla es de lo que habla el título original: “nunca es demasiado tarde” para dar a los jóvenes una guía, un norte para su futuro, para sentirse queridos y creer así en ellos mismos, de modo que la sociedad cuente con la esperanza de un mundo mejor.

Tradición neorrealista

Inspirado en hechos reales, el film bebe mucho de la tradición neorrealista italiana, tanto por su puesta en escena (convincente la recreación de la época) como por el material de fondo con el que trabaja. Hay en los años cuarenta del siglo XX en Italia unas tremendas dificultades para salir adelante, la Segunda Guerra Mundial ha hecho estragos no sólo en lo material sino en el optimismo del corazón humano. Pero, siguiendo la tradición de Roberto Rossellini y demás, Campiotti ofrece un retrato de personajes entrañables, seres sufrientes pero de corazón grande y de admirable fortaleza. En este sentido cobran mucha importancia la mujer del protagonista (Nicole Grimaudo), así como el director del reformatorio (Giorgio Colangeli), un hombre sufridor, cuyo duro caparazón no podrá impedir que su nobleza enterrada por el pesimismo gane finalmente la partida.

Al final queda una enseñanza universal, centro argumental de la película: si tratamos a las personas como seres humanos, sea cual sea su situación, su historia y sus tragedias, daremos el primer paso para que su dignidad tome las riendas y su libertad encuentre responsablemente el camino para que lleguen a encontrarse a sí mismos y convertirse en buenas personas.

Ficha

El maestro
T.O.: Non è mai troppo tardi
Dirección: Giacomo Campiotti
Guión: Giacomo Campiotti, Claudio Fava, Monica Zapelli
Intérpretes: Claudio Santamaria, Nicole Grimaudo, Giogio Colangeli, Gennaro Mirto, Lorenzo Guidi
Música: Stefano Lentini
Fotografía: Fabricio Lucci
Distribuye: European Dreams Factory
Estreno: 4 de septiembre de 2015

El entusiasmo favorece el aprendizaje

La ciencia asegura que el cerebro está íntimamente ligado al sentimiento y que los estados emocionales positivos favorecen su desarrollo. Por eso, es fundamental que los niños mantengan la ilusión por aprender desde que empieza el curso hasta que termine, porque ese entusiasmo les ayudará a superarlo.

Salvo raras excepciones, los niños comienzan el curso encantados: la emoción de reencontrarse con sus amigos, la satisfacción de pasar a un nivel superior, la curiosidad por descubrir los libros nuevos… Son alicientes que contribuyen a que las primeras semanas escolares transcurran como la seda. Lo malo es que este espíritu positivo no se mantiene siempre tan en alza. A medida que pasa el tiempo y las lecciones van siendo cada vez más complicadas, los ejercicios más difíciles y los deberes más abundantes, ese entusiasmo va desapareciendo y en algunos casos termina siendo sustituido por la desilusión, el aburrimiento, la apatía… ¡Hay que actuar! Debemos intentar evitar por todos los medios que los estudiantes lleguen a esta situación de desidia. Primero, para que no lo pasen tan mal (cuanto más desanimados estén, más cuesta arriba se les hará el curso) y segundo, porque numerosas investigaciones médico-científicas aseguran que el entusiasmo es un estimulante para el cerebro, que regenera las neuronas y facilita las sinapsis entre ellas, favoreciendo los procesos de aprendizaje. En esta misma línea, Alfred Sonnenfeld, doctor en Medicina y en Teología y catedrático de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR), afirma: “Todos tenemos un potencial mucho mayor de lo que nos imaginamos, pero debemos contar con una motivación que nos empuje a actuar con entusiasmo, porque sólo si estamos entusiasmados podemos alcanzar lo que pretendemos”. “Efectivamente es así y los chicos que estudian sin ilusión se encuentran con un enorme impedimento para avanzar en clase”, corrobora la psicóloga Concepción Ocaña. “Por eso, siempre que los adultos veamos a nuestro hijo o alumno apático debemos convertirnos en su motor e impulsarle a interesarse por lo que tiene que aprender. ¿Cómo? Transmitiéndole ilusión, contagiándole nuestras ganas de descubrir algo nuevo cada día y explicándole que lo que tiene que estudiar en realidad no es tan aburrido como a él le parece y seguro que consta de apartados, aunque sean mínimos, que merece la pena escudriñar”.
“buenos aprendices”
El psicólogo Guy Claxton, experto en aprendizaje, insiste en su obra Vivir y Aprender (Alianza Editorial) en la enorme relevancia que tiene que los adultos dejemos ser “buenos aprendices” a nuestros hijos y alumnos. Explica este autor que para despertar el interés de los chicos por saber y lograr que se entusiasmen con lo que están aprendiendo debemos seguir las siguientes pautas:
–Incitarles a debatir sobre los temas que tienen que estudiar, pero también por los que les inquietan o atraen fuera del ámbito académico.
–Dejarles participar y colaborar en su formación activamente.
–Darles oportunidades de desarrollar sus propios gustos y criterios, así como su imaginación.
–Enseñarles técnicas de relajación para que no se angustien al comprobar la extensión de los temas que tienen que estudiar ni lo complicada que puede resultar una materia.
–Incitarles a buscar soluciones por sí mismos y a evaluarlas tranquilamente después, para que se conviertan en analistas.
¿Y qué ocurre si al comportarnos de esta forma con ellos, se equivocan? Según Claxton, no pasa nada. Darles un margen de tiempo para que reflexionen y permitirles que metan la pata varias veces, hasta dar con el resultado correcto, son otras de las condiciones básicas que deben reunir los “buenos aprendices”, pues estas experiencias son, precisamente, las que les llevan a entusiasmarse con lo que tienen delante.

Descubrir “in situ”
Además de tener en cuenta las pautas recomendadas por Claxton, la psicóloga Concepción Ocaña señala que para mantener el interés de los niños por saber, tanto los padres como los profesores debemos acompañar nuestras explicaciones teóricas con vivencias prácticas; es decir, llevarles a exposiciones, bibliotecas, teatros, museos de diferentes tipos (arte, ciencia, naturaleza)… También son muy buenas costumbres dejarles hacer experimentos controlados en casa y en el laboratorio del colegio y llevarles al campo de excursión a menudo, para que se deleiten observando y explorando la naturaleza en estado puro. Según nos explica la especialista: “Cuando el estudiante experimenta y descubre cosas por sí mismo se impregna de sensaciones agradables muy positivas, que le motivan y potencian sus ganas de aprender. No es palabrería, esto ocurre así por una explicación muy sencilla: en el tálamo se elaboran los estímulos visuales y auditivos y cuando al niño le resulta interesante lo que está experimentando, esas imágenes y sonidos actúan como impulsos que estimulan sus neuronas y las conexiones entre ellas, algo que a su vez favorece la asimilación y la memorización de lo que está descubriendo”.

En cuanto a la motivación, es otro aspecto a aclarar. Sin ella, el rendimiento escolar baja, pero ojo, el niño también rinde por debajo de sus posibilidades cuando está tan sumamente motivado que estudiar le produce ansiedad. Esta situación se presenta cuando el alumno es muy perfeccionista y se exige mucho a sí mismo y también cuando se siente presionado por sus padres, pues le piden notas altísimas y él no quiere decepcionarlos. “La clave para motivar a un estudiante moderadamente, sin transmitirle angustia ni permitir que él mismo se estrese cada vez que se pone delante de los libros radica en explicarle que su meta no es convertirse en el número uno de la clase, sino en ir superándose a sí mismo poco a poco. Debe ir construyéndose como persona, al ritmo que sus posibilidades le permitan, ni más ni menos”, afirma Concepción Ocaña. “Y en este proceso no caben las comparaciones ni los castigos. Las comparaciones, porque sólo conllevan situaciones negativas: rivalidad, enemistades, complejos… Y los castigos, porque enseñan a los niños que el entusiasmo debe proceder de un factor externo (conseguir el premio y huir del castigo) y esto no es verdad. El entusiasmo debe nacer del interior de cada uno. Para el estudiante no hay peor castigo que ver que no progresa y con eso ya tiene bastante. Por el contrario, comprobar que sabe resolver por sí mismo las dificultades que se va encontrando en su camino es el mejor aliciente para que continúe manteniéndose ilusionado y con un buen nivel de autoestima. Y para que finalice el curso con las mismas ganas de saber y el mismo entusiasmo con que lo ha empezado”, concluye la psicóloga.

Títulos universitarios de la Facultad de Música

Hola, me llamo Blanca y me gustaría saber un poco más de la Facultad de Música de la UAX. He leído que es algo más que conservatorio, que cuando los alumnos terminan sus estudios reciben un título universitario. Aún me quedan dos años para entrar en la universidad, pero me estoy planteando qué carrera elegir y no sabía que tenía la posibilidad de estudiar Música. ¿Podríais contarme algo más sobre qué grados se pueden hacer y si realmente acabas obteniendo dicho reconocimiento?
Blanca, (16 años)

Hola Blanca, efectivamente la Facultad de Música y Artes Escénicas es una apuesta que la Universidad Alfonso X el Sabio hizo para que la música se convirtiera en disciplina universitaria. De esta forma, quedan atrás los reparos de muchos por dedicarse profesionalmente a este mundo, debido al temor de no contar con un título que reconociera su formación, como pensamos que puede ser tu caso.

Los estudiantes de la Facultad de Música y Artes Escénicas reciben un título reconocido oficialmente por los países europeos que se acogen al Espacio Europeo de Educación Superior. La UAX ofrece la posibilidad de estudiar el Grado en Interpretación Musical – Música Clásica y el Grado en Interpretación Musical –Música Moderna, dos formas de entender la música que requieren una extensa preparación.

En la Facultad de Música y Artes Escénicas contamos con excelentes profesores, grandes profesionales del panorama musical internacional que imparten un plan de estudios basado en el crecimiento académico y el personal.

Para poder llevar a cabo los estudios en la Facultad de Música y Artes escénicas de la UAX es necesario realizar una prueba de admisión, que consiste en un test psicotécnico, una prueba de análisis musical y una prueba de instrumento principal.

El coro, una nota de armonía en el cine

Se estrena un film dirigido al público de todas las edades que cuenta en su reparto con Dustin Hoffman, Kathy Bates y Josh Lucas.

Boychoir. EE.UU. 2014. Drama. 106 minutos.

Dirección: François Girard.

Guión: Ben Ripley.

Intérpretes: Dustin Hoffman, Garrett Wareing, Kathy Bates, Josh Lucas, Kevin McHale, Debra Winger, Eddie Izzard, Joe West, River Alexander, Dante Soriano, Janine DiVita.

Tras el fallecimiento de su madre soltera, Stet, un niño de un pueblecito de Texas, queda a cargo de su padre, casado con otra mujer a la que le ha ocultado su existencia. Para quitarse el problema de encima usa su influencia para matricularle en un exclusivo internado para chicos con habilidad para el canto. Allí, el carismático individuo que dirige el coro quedará deslumbrado por el talento del chico, que chocará con su joven compañero que hasta el momento ha sido el solista de la formación.

Además de dirigir tres largometrajes, Cargo, El violín rojo y Seda, el canadiense François Girard ha puesto en escena diversas óperas, por lo que conoce al dedillo el mundo de la música clásica. Así lo pone de manifiesto El coro, su primer trabajo fílmico con guión ajeno, rodado en inglés, con evidentes puntos en común con la francesa Los chicos del coro, y que como aquélla tiene un claro interés para la comunidad educativa.

Aunque quizás parte de la crítica acusará al film de sensiblero, lo cierto es que también reconocerán su brillante ejecución, sobre todo porque parte de un libreto de Ben Ripley (Código fuente), bien estructurado y con diálogos de enorme nivel. Y también porque cuenta con un reparto de primera categoría, en el que sobresalen Dustin Hoffman y Kathy Bates, en papeles poco arriesgados para ellos porque se parecen a otros que han abordado anteriormente, pero que sin lugar a dudas bordan. Están muy bien respaldados por profesionales como Josh Lucas (el progenitor), Eddie Izzard (mano derecha del personaje de Hoffman) o Debra Winger (desaprovechada en un breve papel de directora de escuela). Y sobre todo se luce el joven Garrett Wareing, que debuta en el cine encarnando al protagonista.

El film, de tono amable, tiene un ritmo pausado, que se acaba agradeciendo. Acumula secuencias de altura, como cuando el padre debe convencer a los responsables de la institución de que acepten a su hijo, la directora del centro tiene que justificar una decisión difícil, y sobre todo cuando Hoffman, el director del coro, se declara ateo pero pone de manifiesto la ‘comunión espiritual’ que propicia la música clásica entre el público.

Además, desarrolla cuestiones de interés para los docentes y jóvenes que la visionen, como el valor de la familia, el potencial de la educación, y la necesidad de inculcar a los alumnos no sólo conocimientos, sino también disciplina. Las imágenes están acompañadas por una valiosa banda sonora de temas corales, tanto clásicos como «Spem in Alium», de Thomas Thallis, como contemporáneos, en el caso de «Adiemus», del galés Karl Jenkins.

7 propuestas para un nuevo recreo

Las propuestas pedagógicas para aprovechar el recreo como un espacio educativo extra son tan numerosas como la imaginación de cada uno. No se trataría tanto de acabar con la espontaneidad del juego libre, sino de aprovechar ese momento diario en el que participan todos los niños para añadir otros valores pedagógicos. Estas son algunas de las iniciativas que pueden transformar la misión del recreo.

– Talleres de juegos tradicionales.

Impartidos por profesores, padres o alumnos, los talleres de juegos tradicionales, como la comba, la rayuela o las chapas, aportan una nueva visión del juego individual o por equipos y permiten la transmisión de valores culturales de otras épocas, al margen del entorno digital en el que se suelen mover los niños hoy en día…

– Talleres de juegos de otros países.

La mayoría de los centros vive hoy una realidad multicultural en las aulas. El recreo puede ser un elemento integrador importante mediante la organización de juegos de otros países, impartidos por los alumnos extranjeros, como un modo de enriquecimiento cultural para todos y de empoderamiento del alumno que viene de fuera.

– Aprendemos sin darnos cuenta.

Laberintos, letras, formas geométricas, relojes, brújulas… El recreo puede decorarse con multitud de elementos curriculares con los que el alumno puede jugar y afianzar lo aprendido en el aula. Tener la posibilidad de experimentar con ellos fuera de los libros fomenta su imaginación y refuerza la idea de que lo aprendido nos ayuda en la vida diaria.

–MICROTALLERES
De cuentos, de cine, de teatro, de radio, de magia… Cada rincón del patio puede ser una oportunidad para crear microtalleres que exploren y alimenten los gustos, los intereses y las aficiones del alumnado.

– REDECOREMOS EL PATIO
Organizada como una actividad colectiva, el patio puede redecorarse, mediante pinturas, grafitis, murales… que le proporcionen un nuevo aire estético mientras que los escolares aprenden a organizarse, responsabilizarse y se fomenta su creatividad y su gusto por aficiones artísticas.

– BAILEMOS JUNTOS
Los escolares españoles sufren, como en el resto de sociedades occidentales, una creciente tendencia a la obesidad. Por este motivo, cualquier iniciativa que luche contra el sedentarismo y que implique a todo el alumnado, y no solo a los que juegan un deporte como el fútbol en el recreo, debe ser bienvenida. Las sesiones colectivas de baile en el recreo, con la participación de distintas clases y niveles educativos, ayudan en el objetivo de movilizar a los escolares y les permite participar en una actividad divertida en grupos extensos, mejorando el buen ambiente general.

– SOMOS SOLIDARIOS
El recreo puede aprovecharse también para fomentar la solidaridad y el altruismo entre los niños. Así, el centro puede asumir un proyecto en beneficio de un colectivo necesitado y, mediante la exposición de ideas y de acciones para conseguir los objetivos, implicar en la actividad a los escolares, que aprenderán así otro tipo de valores personales.

El hermano mayor, ¿el más listo?

Todos hemos escuchado decir en alguna ocasión que los primogénitos son más inteligentes que los hijos medianos y pequeños, pero ¿es sólo palabrería o hay algo de cierto en ello? ¿Es verdad que el orden que se ocupa entre los hermanos influye en el desarrollo cognitivo? Veamos algunas de las tendencias e investigaciones que la Ciencia de la Educación ofrece sobre el tema.

A lo largo de los años han ido surgiendo diferentes teorías sobre la importancia que tiene en su rendimiento académico el orden de nacimiento que ocupa un niño con respecto a sus hermanos. A principios del siglo XX, el psicólogo austriaco Alfred Adler, uno de los más fieles seguidores de Sigmund Freud, afirmaba que los primogénitos eran más responsables, trabajadores, ambiciosos e inteligentes que los hijos medianos y pequeños, a los que describía como más independientes, audaces y creativos. En la década de los 70, el psicólogo estadounidense Robert Zajonc continuaba defendiendo esta misma idea y explicaba que los hermanos mayores alcanzaban resultados escolares más óptimos porque ejercían de profesores con sus hermanos y porque trataban de darles ejemplo y de este modo, aplicaban y fijaban mejor los conocimientos que habían adquirido.

Más adelante, el profesor Peter Lindert, de la Universidad de California-Davis (EEUU), “completó” esta teoría argumentando que mientras no hay más niños en casa, los padres dedican todo su tiempo y atención al hijo mayor, lo que hace que éste cuente con una mayor estimulación cognitiva que los hermanos que llegan después. Además, los progenitores son más exigentes y estrictos con él, algo que influye positivamente en sus avances y por consiguiente, también en sus resultados académicos. Por si esto fuera poco, cuando nace el segundo bebé, los aprendizajes del primogénito van aún más deprisa. ¿Por qué? Porque el niño se da cuenta de que a sus padres les agrada que él sepa vestirse solo, comer solo y entretenerse solo y en su afán por satisfacerles, pone todo su empeño en aprender más para ser “más mayor”. Y a ello se suma que él mismo comprueba que está mucho más espabilado que su hermanito, lo que refuerza su autoconfianza y le da la seguridad que necesita para poder seguir avanzando y superándose a sí mismo a marchas forzadas.

Pero a finales de los años 80 el panorama cambia. Aparece la Teoría de las Inteligencias Múltiples, del psicólogo estadounidense Howard Gardner, y las fórmulas “pro-primogénito” comienzan a perder fuerza, una tendencia a la baja que ha continuado hasta nuestros días. Gardner no concibe la inteligencia como algo estable y estático, sino como algo que puede variar a lo largo del tiempo y que hace referencia no sólo a una, sino a diversas facetas del ser humano (inteligencia lingüístico-verbal, musical, lógico-matemática, viso-espacial, naturalista, interpersonal, intrapersonal y corporal-kinestésica).

En este mismo sentido, el filósofo y pedagogo español José Antonio Marina explica que la inteligencia es como el juego de póker: a cada cual le tocan genéticamente unas cartas (la inteligencia), pero el uso que hagamos de ellas es el que va a determinar nuestro desarrollo cognitivo y nuestro mayor o menor éxito académico. “Efectivamente, en esta partida de cartas entran en juego muchos más condicionantes y de mucha mayor trascendencia que el lugar que cada cual ocupa en la familia, como la capacidad de concentración, la confianza en las propias capacidades, la constancia, el autodidactismo, el hábito de estudio, la resiliencia o fuerza para sobreponerse a las circunstancias adversas de la vida… Por ello, los programas de estimulación temprana y los métodos que potencian estas aptitudes van a suponer una gran ayuda en el desarrollo general del niño y más concretamente en su éxito educativo, al margen de que sea el hijo mayor, el mediano o el menor”, apostilla Rafael M. Hernández Carrera, doctor en Ciencias de la Educación y coordinador de Kumon, Instituto de Educación de España.

todos pueden llegar
Estas teorías más modernas, que defienden que el desarrollo cognitivo no está determinado por el lugar que se ocupa entre los hermanos, han sido reforzadas por un reciente estudio realizado en la Universidad de Leipzig (Alemania). Los expertos que lo han llevado a cabo han cruzado información de más de 20.000 personas de las bases de datos de Alemania, Reino Unido y Estados Unidos y han observado que, efectivamente, el hermano mayor posee un cociente intelectual superior, pero sólo en el dominio puramente intelectual, lo que pone de manifiesto un gran hallazgo: este dato, tan valorado en épocas anteriores, es estadísticamente notable, pero intrascendente a efectos prácticos. “Dicho de otro modo, los hermanos medianos y pequeños pueden llegar tan alto como los primogénitos, siempre y cuando su entorno familiar funcione; es decir, siempre que los padres les dediquen tiempo y atención y eduquen las cuatro dimensiones de su persona (corporal, intelectiva, volitiva y afectiva). En este ambiente, cualquier niño, independientemente del orden de nacimiento que ocupe en su familia, puede desarrollar todo su potencial”, concluye Rafael Hernández- Carrera.

BENJAMINES QUE HICIERON HISTORIA
Los hechos hablan por sí solos y son muchos los hermanos pequeños que han pasado a la posterioridad, a los que en absoluto ha influido de forma negativa ser los últimos (o casi) de su prole. Algunos ejemplos dignos de mención: Johann Sebastian Bach (el menor de ocho hermanos), Benjamín Franklin (el decimoquinto de diecisiete), Leon Tolstoi (el cuarto de cinco), Gustavo Adolfo Bécquer (el segundo de dos), Auguste Rodin (el tercero de tres), Thomas Edison (el benjamín de seis), Marie Curie (la menor de cinco hermanos) y René Descartes (el menor de tres).

Y ahora, ¿a cuál le apunto?

Hay niños que con el nuevo año abandonan la actividad extraescolar a la que se apuntaron en septiembre. Antes de elegir otra, es muy importante tener en cuenta el carácter del niño para no volver a errar en la elección.

“Me apunté a danza este curso y he estado tres meses en clase, pero no me gusta, yo pensaba que iba a hacer ballet pero lo único que nos enseña la profesora es flamenco. Ahora me he borrado y estoy pensando en otra actividad, aunque no lo tengo nada claro”, cuenta Carmen Hernández Castro (9 años), una niña bastante tranquila y sosegada. Su madre también comenta que la profesora le ha indicado que quizá se encuentre más cómoda en una actividad menos movida, ya que el flamenco suele gustar más a los inquietos, que necesitan descargar energía y relajarse. El caso de Laura no es aislado, ya que muchos niños no aciertan al elegir actividad extraescolar en septiembre, por lo que tras las vacaciones de Navidad, se encuentran con la duda de si se apuntan o no a otra actividad y a cuál. Según la psicóloga infantojuvenil Laura Aut, de ISEP Clínic Barcelona, se debe tener en cuenta la forma de ser del niño y los motivos por los que quiere abandonar la actividad. “Hemos de recordad que no hay dos niños iguales y antes de tomar una decisión los padres deben conocer los motivos por los cuales su hijo no quiere continuar con esa actividad, además de ser conscientes de las capacidades, habilidades y gustos que tiene”, dice.

Conviene destacar que el hecho de descubrir que la actividad no es lo que ellos habían pensado, de probar otra nueva, de equivocarse… forma parte del aprendizaje, e incluso los expertos lo incluyen como una de las facetas positivas de las actividades extraescolares, tal y como se recoge en el informe “La Hora de la Escuela”, realizado por Mariano Fernández Enguita, catedrático de Sociología de la Universidad de Salamanca. Algo en lo que también coincide la psicóloga: “Los niños están en la época de probar, de descubrir, de equivocarse… por lo tanto de aprender, y la mejor forma de aprender es si están en una actividad que les motive y divierta, así como aprender de los errores”.

no volver a equivocarse
Los padres juegan un papel muy importante a la hora de orientar a su hijo. La psicóloga Laura Aut, explica que se debe prestar atención a tres premisas: que el niño no lo coja como un hábito y se quiera apuntar y desapuntar a extraescolares muy a menudo; que pruebe antes la actividad, ya que en muchas extraescolares dejan hacer un par de horas de prueba para que el niño pueda ver en que consiste la actividad; y que vaya motivado porque si no el aprendizaje se dificulta. Además, existen pautas que ayudan a elegir con mayor certeza, y que detalla la experta:
– Motivaciones y gustos. Lo más importante es conocer las motivaciones y preferencias de los niños, que deben dar su opinión. “Se debe de buscar una actividad extraescolar que les motive y entretenga a la vez que fomente su desarrollo y que les ayude a aumentar sus relaciones sociales. Para todo esto, el niño tiene que ir con ganas y no lo conseguiremos si los padres le asignan directamente las extraescolar”.
– Involucración paterna. Los padres y madres deben estar implicados en las actividades de sus hijos, interesarse de los avances que están haciendo en éstas, hablar con los monitores y con el propio niño, y asistir a las exhibiciones, partidos o muestras de trabajos.
– No abusar. Si se abusa de las extraescolares podemos provocar estrés en los niños. “Necesitan tiempo para desconectar y descansar, compartir tiempo con la familia, disfrutar de momentos de ocio y juegos, y poder realizar todas las tareas que les mandan en el colegio. Además de tener tiempo para aburrirse y así fomentaremos el que puedan imaginar, crear, saber esperar…”, recomienda Laura Aut.
¿niños saturados?
Siete de cada diez niños y adolescentes siguen alguna actividad al terminar su horario escolar, en el mismo colegio o fuera de él, según recoge un informe del Consejo Escolar de Navarra sobre la Jornada de los Escolares presentado en el año 2010. La cifra es considerable, por lo que conviene plantearse también que el número de actividades extraescoalres no saturen al niño. ¿Cómo saberlo? “Podemos saber que está saturado de las extraescolares cuando observamos que está agotado y agobiado, los niños también presentan estrés, entran en esta vida frenética donde no se les permite parar. No hay que sobrecargarlos ya que se ha visto un incremento importante de casos de estrés y depresión infantil debido a la sobrecarga horaria y la falta de tiempo libre”, explica la psicóloga, quien recomienda no realizar más de dos o tres extraescolares.

La parte positiva de las actividades extraescoles es que a nivel general “favorecen la socialización, aumentan la autoestima y la tolerancia a la frustración y crean a niños más seguros de sí mismos”, dice la psicóloga Laura Aut. Esta especialista destaca el papel de estas actividades cuando se eligen en función de los beneficios que aportan: “Las deportivas favorecen un estilo de vida saludable, en los deportes de grupo aprenden a compartir, esperar y se socializan más; las artísticas aumentan la creatividad y formas de expresarse, trabajan la psicomotricidad fina, se observa una liberación de emociones y sentimientos, y potencia la imaginación; y las académicas aportan conocimientos y ayudan a consolidar o ampliar lo aprendido en clase”, concluye esta psicóloga.

Buen humor: aulas en positivo

Los niños pasan la mayor parte del día en el colegio. Habitualmente recibiendo sesudas enseñanzas que dejan poco espacio dentro del recinto escolar al ingenio y la risa. Pero ¿qué sucede cuando el humor y la risa se introduce en el aula?

Si los que ya hemos concluido nuestra etapa escolar nos parásemos a pensar en los profesores que nos han dejado huella, posiblemente la mayoría de los recuerdos se concentrarían en dos perfiles: el de los docentes muy estrictos y el de los docentes divertidos. ¿Cómo olvidar a aquellos profesores que nos hacían temblar y a aquellos otros con los que la hora de clase se nos pasaba volando?
Germán Payo pertenece al segundo grupo. Durante treinta años ha impartido clases en el colegio Antonio Machado de Salamanca, adonde implantó una pedagogía centrada en el buen humor. Su programa, denominado Educa desde el Humor, se ha exportado a numerosos países y en España ha sido galardonado con dos premios a la Experiencia Educativa Innovadora. Uno de sus lemas es “el humor no te soluciona la vida, pero sí ayuda”. Él ha tenido ocasión de comprobarlo en el ámbito educativo.
El humor beneficia seriamente la salud y, según algunos estudios, también la calidad de la enseñanza. Cuando el humor se utiliza en clase, hay un efecto directo sobre el clima escolar, “mejora la relación con los demás compañeros y con el profesor”. Además, “cuando el alumno puede reírse en clase y está relajado, aprende mejor. La tensión no ayuda al aprendizaje”, explica Germán Payo. Además, hay otros dos aspectos fundamentales que se fomentan gracias al humor: los alumnos están más motivados en el proceso educativo y tienen posibilidad de desarrollar su creatividad y su ingenio “lo que les va a ayudar mucho para enfrentarse al estrés”.
La risa se emplea como medida terapéutica. Pero sus beneficios no se circunscriben al momento en que se produce, sino que van mucho más allá. La risa produce sensación de bienestar, ya que al reír se generan endorfinas y serotonina, permite liberar tensiones y estrés, ayuda a hacer juicios más compensados, poniendo los problemas en perspectiva, mejora la autoestima y estimula la creatividad y el ingenio, entre otros beneficios.
“Muchos profesores son reticentes a introducir el humor en las aulas porque tienen miedo a no poder dominar a la clase, pero esto no tiene por qué suceder”, advierte el experto, que es miembro de la Sociedad Internacional de Estudios del Humor. “Los profesores deben usar el sentido común antes del sentido del humor. Primero hay que lograr el control de la clase, y luego aplicar el sentido del humor durante un tiempo limitado, contando alguna cosa que sea divertida, mediante la improvisación, llamando su atención con algo gracioso o imposible…”, puntualiza Germán Payo.
“Poner límites no está reñido con el sentido del humor, del mismo modo que el sentido del humor no es incompatible con ser serio, cumplidor y exigente en el trabajo”, explica. “Se pueden poner límites, pero sin estar enfadado todo el día”.
El humor en el aula ha de ser un humor blanco, no es un humor basado en el chiste fácil ni en el sarcasmo ni  la burla. En la risa deben participar todos, y en este sentido el profesor ha de cuidar no herir ninguna sensibilidad. No consiste en reírse de alguien sino en hacer partícipe a todo el grupo del buen humor, en el que ninguno de los alumnos sea el blanco de las burlas.

¿Por qué lloras? Análisis del llanto

Hambre, sueño, miedo… suelen ser algunos de los motivos por los que los niños lloran. Pero ¿es posible averiguar problemas de salud a través del llanto? Los padres –especialmente los primerizos- se vuelven locos para averiguar por qué lloran sus hijos. Un pañal sucio, hambre o sueño suelen ser los primeros pensamientos que vienen a la cabeza. Varios investigadores estadounidenses han querido ir más allá.  Tras dos años de trabajo, científicos de la Universidad de Brown y del Hospital Women & Infants han desarrollado un dispositivo informático que puede analizar el llanto de los niños. El objetivo es detectar desordenes neurológicos o fisiológicos  en la edad temprana a través de matices en el llanto.

 En la primera fase del procedimiento, se analiza la frecuencia, el tono y el volumen del llanto en secuencias de 12.5 milisegundos. Después, realiza una segunda fase donde sólo se estudian los parámetros más frecuentes. Las secuencias se ponen de nuevo juntas y se dividen entre expresiones y silencios. Al final, el sistema evalúa de 80 parámetros diferentes, cada uno de los cuales podrían ser indicios de la salud del bebé. El sistema detectó entre un 88% y un 95% de precisión.
Stephen Sheinkopf -profesor de Psiquiatría y del Comportamiento Humano de la Universidad de Brown- afirma que han detectado algunos elementos de la acústica del llanto que permitirían deducir problemas en el desarrollo. Aunque advierte que estos matices “sólo pueden ser detectados mediante la tecnología adecuada, no mediante el oído humano” e insiste en que los padres no deben caer en el error de intentar interpretar el llanto de sus hijos para determinar problemas de salud que sólo podría detectar este dispositivo.
«Hay muchas condiciones que podrían manifestarse a través de matices en la acústica del llanto. Por ejemplo, se podrán determinar traumas del nacimiento o incluso lesiones cerebrales provocadas por complicaciones en el embarazo o en el nacimiento. Incluso podremos detectar problemas médicos habituales en bebés extremadamente prematuros”, explica Sheinkopf que añade: “El ‘analizador del llanto’ puede ser un método no invasivo para obtener una medida de estas interrupciones en el desarrollo neurobiológico y en los sistemas neuroconductuales de niños muy pequeños».
Sheinkopf ha trabajado junto a Barry Lester, director del Centro de Brown para el Estudio de Niños en Riesgo en la escuela de medicina Brown Alpert Medical School y en el Women & Infants Hospital. Lester afirma que esta investigación se remonta a la década de 1960 y que empezó con el estudio de un trastorno llamado síndrome del maullido de gato (Cri du chat). El síndrome del maullido es una enfermedad caracterizada por un llanto que se asemeja al maullido de un gato. Su causa es una anomalía genética similar al síndrome de Down. Ya que esta enfermedad se detectaba a través del llanto, plantearon si podrían también detectar otras alteraciones por el mismo medio.
Entonces, ¿pueden los déficits neurológicos modificar la forma en que los niños controlan sus cuerdas vocales? Este equipo de investigadores insiste en que sí y que esas diferencias pueden notarse cuando lloran, a través de pequeños cambios en el tono, frecuencia y otras características acústicas. “El llanto puede ser una ventana hacia el cerebro», dice Lester.
Las herramientas iniciales eran más primitivas: convertían los llantos en espectrogramas -gráfica tridimensional que representa la energía del contenido frecuencial de la señal y sus variaciones- que los investigadores debían codificar a mano. Actualmente, el sistema se ha automatizado, permitiendo a los investigadores evaluar los llantos mucho más rápida y detalladamente.  Sheinkopf, especializado en trastornos del desarrollo, cree que este dispositivo se podría llegar a utilizar para buscar indicios de autismo en la edad temprana. «Los adultos con autismo producen sonidos o vocalizaciones que son atípicas por lo que las vocalizaciones de los bebés podrían ser útiles para el diagnóstico precoz del autismo”, explica Sheinkopf .
Por su parte, Lester explica que «la detección temprana de trastornos del desarrollo es fundamental y puede ayudar a averiguar las causas de estos trastornos y las intervenciones para prevenir o reducir la gravedad de las deficiencias”.

El perdón: carretera de doble sentido

Una mala palabra, un juego que termina sin reglas, la competencia entre compañeros, el sentido de la propiedad sobre sus juguetes… los niños se pelean y se abrazan a partes iguales. Pero cuando cuando una pelea termina en un enfado real, ¿saben cómo pedir perdón? ¿Podemos enseñarles?

Decía Paulo Coelho que “el perdón es una expresión de amor”. Sin embargo, eso no significa que sea fácil. No en vano Gandhi lo definía como “el valor de los 
valientes”. Y es que el valor y el perdón suelen ir de la mano. ¿Por qué nos cuesta tanto perdonar?
“Pedir perdón implica reconocer que te has equivocado y algunas personas temen que sea herido su orgullo o autoestima, sobre todo quienes tiene una autoestima más frágil”. Quien habla es Ana Muñoz, directora del portal de psicología y medicina Cepvi.com.
La autoestima es muchas veces la clave ya que suele ser el ingrediente secreto detrás de muchos sentimientos, tanto buenos como malos. La propia Real Academia de la Lengua la define como “la valoración, generalmente positiva, de uno mismo”. Es decir, la imagen que cada uno tenemos de nosotros, un espejo interno al que no podemos engañar y  que muestra lo que realmente creemos de nosotros mismos.
Ana Muñoz lo define como “pensamientos, conductas y emociones dirigidas hacia uno mismo. Lo que pienses de ti en cada momento, cómo te hablas, cómo te tratas, lo que haces cuando cometes un error”. Así, al pedir perdón son la autoinculpación y malestar los que surgen en el niño como un “crítico interno” construido sobre su opinión de si mismo.
Rosario Linares, directora de El Prado Psicólogos, lo relaciona con el ego: “Disculparse produce una herida a nuestro ego. Sentimos que le damos poder a la otra persona, tememos que si reconocemos nuestro error es­temos validando el enfado del otro y tememos las represalias”. Pero insiste en que, en realidad, sucede al contrario: “Pedir perdon es tan liberador como perdonar. Nos permite liberarnos de emociones tan desagradables como la culpa o el rencor, y es el camino hacia la reconciliación”.
Sin embargo, y aunque Muñoz explica que “no hace falta que los niños se sientan culpables sino que basta con que reconocezcan que su error”, sí insiste en que debemos diferenciar entre la culpa y la vergüenza: “Nunca debemos hacer que un niño se sienta avergonzado por haber cometido un error. La vergüenza es una emoción sumamente desagradable que no trae nada bueno; mientras que la culpa es el reconocimiento de un error y es más probable que vaya asociada al intento de reparación y a que se aprenda del fallo”.
De hecho, aprender de uno mismo es una de las finalidades del proceso del perdón. ¿Pero podemos enseñar a nuestro hijos a pedir perdón? Podemos instruirle. “Primero hay que explicarle por qué lo que ha hecho ha estado mal y luego es recomendable decirle, en primera persona, lo que esperas que le diga a la otra persona. Por ejemplo: Dile a tu hermana: lo siento, ha estado mal que esconda tu juguete, ¿me perdonas?» explica Muñoz.
Por su parte, Linares matiza que lo imporante de este proceso de aprendizaje es no enseñarle a disculparse “de forma mecánica”. E insiste en que lo más importante es que sea “consciente de que su comportamiento ha causado un daño a alguien” y “hacerle consciente de cómo se siente la otra persona” para “fomentar su empatía”. Los niños deben hacerse “responsables del daño causado” para que lleguen a pedir un perdón sincero y no mecanizado. Y aunque siempre es difícil disculparse, explica que la edad más complicada suele ser “antes de los cinco años los niños están en la fase egocéntrica y les cuesta ponerse en el lugar de los demás”. Por supuesto, la mejor forma de enseñarles será dando ejemplo.
Linares nos da unas pautas para enseñarle a disculparse. “Si ha pegado a otro niño, conviene interesarnos por cómo se encuentra el otro niño, preguntarle ¿te duele mucho? Siento que «x» te haya pegado.  Luego podemos dirigirnos a nuestro hijo y explicarle cómo nos hace sentir que pegue a otro niño, decirle que eso no nos gusta, preguntarle qué ha pasado , validar su emoción y explicarle cómo podría haber resuelto la situación sin tener que recurrir a pegar,o explicarle que la próxima vez que le quiten un juguete puede pedirle al niño que se lo devuelva o “puedes llamarme”. Después debemos darle a nuestro hijo la posibilidad de enmendar su error pero no debemos presionarle”, explica.   
También es importante que seamos conscientes de que lo justo es que el perdón sea una carretera de doble sentido. No sólo los niños deben pedir perdón sino que nosotros también debemos disculparnos con ellos si nos equivocamos. “Pedir perdón a los hijos es un buen modo de mostrarles que no deben tener miedo a cometer errores. Todo el mundo puede equivocarse, no es ninguna tragedia. Tenemos derecho a cometer errores y eso no nos convierte en malas personas ni en incompetentes. Además, así pueden aprender el modo de reparar el daño causado al ver cómo o hacen sus padres”, dice Muñoz.
Y Linares añade: “Muchos padres tienen miedo a perder su autoridad si piden perdón pero por el contrario, pedir perdón evita que el niño se rebele ya que se siente comprendido y respetado”.