La tristeza me ha robado a mi padre

Cuando en una familia uno de los padres sufre una depresión, los hijos sufren y su maduración peligra ante las tentaciones de evasión, la falta de autoestima y el desconcierto. El cónyuge sano tiene que explicarles la situación e impedir que la tristeza inunde toda la casa.

Autor: Ángel PEÑA

Las comidas eran insoportables. Todos concentrados en el plato, callados. Sabíamos que cualquier cosa podría irritarle. Y después era casi peor. La sobremesa delante de la televisión, cuando se levantaba de la siesta, siempre con la mirada vacía. A veces lloraba. Y era mi padre. ¡Mi padre llorando!” No quiere dar su nombre. Aunque hace años que su padre ha superado una terrible y larga depresión, los recuerdos son aún demasiado hirientes. E íntimos. “Cuando empezó yo tenía unos 12 años, me sentía mal, me costaba relacionarme con los demás en el colegio, me sentía una piltrafa, lleno de complejos”.

SIN DESCUIDAR A LOS HIJOS

La depresión es, para muchos, la gran epidemia del siglo XXI. Pero, ¿qué sucede cuando esa acumulación patológica de tristeza recae sobre quienes tienen que servir de anclaje a los más vulnerables, los niños? Desgraciadamente, el contexto de una familia, el cónyuge sano de un depresivo se encuentra ante la difícil tesitura de atender a éste sin descuidar a sus hijos.

Aunque la respuesta de los niños en estos casos es tan múltiple como el carácter y las circunstancias de cada uno, Mario Saura, psiquiatra y profesor de Medicina de la Universidad San Pablo CEU, establece dos grandes grupos: “si son pequeños, entre 5 y 7 años, se puede manifestar en que dejan de jugar con otros niños y en la pérdida de apetito; más tarde, en la adolescencia, es más complejo, también hay trastornos de la conducta alimentaria, pero ya del tipo de anorexia y bulimia, y además del descenso de actividad, sobre todo las extraescolares, hay un retraimiento afectivo, aunque también puede haber manifestaciones de carácter agresivo”.

Los chavales se aíslan en el colegio, empiezan mentir con más frecuencia de la habitual en casa, no les atrae el deporte ni el cine ni la lectura, surge la hipocondría –ven un cáncer en cualquier mancha en la piel–, su autoestima se resquebraja… Entonces llega la reacción, que puede llegar a ser desproporcionada. En algunos casos, la idea es huir, evadirse de lo que se percibe como un problema irresoluble: tienden a escabullirse de la vida familiar y buscan la evasión donde sea, incluidas las drogas o el consumismo excesivo. En otros, al contrario, manifiestan lo que Saura define como “conducta regresiva”: piden al progenitor sano una exagerada atención, como una demanda de mimos impropia de su edad, para compensar la carencia afectiva del otro.

EL CÓNYUGE SANO

En cualquier caso, estamos hablando de síntomas o efectos que no tienen que darse necesariamente, o al menos no en un grado tan problemático. José Benigno Freire, profesor de Psicología de la Personalidad de la Universidad de Navarra, aboga por el sentido común del cónyuge sano, que debe, ante todo, explicarles a los hijos que su padre o su madre tiene una enfermedad, “e igual que a otros se les nota porque les sale un grano, a él o ella se le nota en ese mal carácter que tiene ahora, que no es pereza ni tristeza ni culpa de nadie”. Esto último es muy importante: “debe saber que no es una carga insoportable, que si no fuera por la enfermedad del padre o la madre, su relación sería como la de cualquier otro hijo”.

Una información que debe administrarse con tiento y paciencia: no hay que intentar que lo comprendan todo de golpe. Porque, como matiza José Benigno Freire, lo más importante es una actitud de fondo: “No dejar que la tristeza inunde toda la casa”.

Mario Saura aconseja al cónyuge sano que haga lo posible para que los niños sientan que todo continúa como antes de que apareciera la depresión y explicarles que no pasa nada, que se trata de una mala racha. Sólo si aprecia algunos de los síntomas de los que hablábamos antes, convendría acudir a un médico de confianza. En cualquier caso, la clave de su relación con ellos debe ser el equilibrio: “Deben descartarse las posturas negativas, como los castigos, las riñas o los gritos, pero también la sobreprotección”, dice Saura.

LA POSIBILIDAD DE UNA PELIGROSA HERENCIA
Sin alarmismos, pero con responsabilidad, debemos plantearnos que los niños con familiares depresivos están más expuestos. Juan J. Carballo, psiquiatra de la Clínica Universitaria de Navarra, explica que “la depresión tiene un fuerte origen biológico, aunque la mayoría de niños y niñas cuyos padres presentan un trastorno depresivo no padecerá ningún problema psiquiátrico”. Y da una lista de síntomas:
• Menor interés o dificultad para divertirse en actividades que antes eran sus favoritas.
• Gran irritabilidad, ira u hostilidad que dificulta la convivencia en casa. Tristeza frecuente, llanto y sentimientos de desesperanza.
• Falta de energía o cansancio. Quejas frecuentes sobre problemas físicos sin causa médica.
• Aislamiento social o falta de comunicación. Baja autoestima o sensación de culpa por cosas malas que puedan pasar. Sensibilidad extrema al rechazo y poca resistencia ante los errores.
• Disminución del rendimiento escolar.

Una investigación publicada en The journal of the American Medical Association, pinchando aquí.

TIRANOS DEL HOGAR

El chantaje emocional entre padres e hijos es una práctica mucho más común de lo que a priori podría parecer: los expertos señalan que cualquier persona puede servirse de una estrategia de presión sentimental en un momento determinado y más o menos esporádico. Sin embargo, cuando esta práctica se convierte en costumbre, aunque sea de forma inconsciente, nos encontramos ante un problema grave que puede tener consecuencias nefastas tanto para adultos como para niños. Y, lo que es peor, esconder otros males.

Autor: José Antonio MÉNDEZ

Detesta el violín. No le gustaba de pequeña y sigue sin gustarle ahora. La única diferencia es que Ana, una joven de 17 años que cursa 2º de Bachillerato en Madrid, ya no tiene que asistir a las clases de Música que durante años le han ocupado dos tardes por semana. “Iba porque a mis padres les gustaba, y cuando yo decía que no quería ir, me pedían que lo hiciese por ellos, porque les hacía ilusión”, comenta. Hace un año que lo ha dejado, aunque ahora la presión paterna le llega por la elección de su futura carrera. María y Carlos viven una realidad diferente. Su hija María José, de 14 años, ha logrado imponer su horario de llegada, consigue cualquier capricho que se le antoje y sólo obtienen un “la culpa es tuya, que me presionas”, cuando le piden explicaciones por sus malas notas. Ambos son casos típicos de chantaje emocional entre padres e hijos, una realidad que, según los expertos, es mucho más frecuente de lo que podríamos pensar.

SENTIMIENTO DE CULPA

Aníbal Cuevas, orientador familiar, miembro del observatorio Family Watch y autor del libro Más allá del sí, te quiero, asegura que este tipo de presión emocional “es desgraciadamente común. Hay muchísimos padres que tienen un altísimo sentimiento de culpa por no poder estar más tiempo con sus hijos. Esto les lleva, erróneamente, a suplir la falta de tiempo con cosas materiales y cesiones. Los hijos se dan cuenta y aprenden, de manera inconsciente, a chantajear a sus padres cuando quieren algo. La falta de tiempo obliga a éstos a ceder antes que a pararse a solucionar el problema. De esta forma, los niños se van convirtiendo en pequeños tiranos que aprenderán a repetir esos esquemas en su vida social”.

Eso sí, para infligir esta coacción afectiva no hace falta tener la mente retorcida de Joseph Goebbels, ni tampoco es necesario ser un pusilánime para sufrirla. El psicólogo escolar Jesús Ramírez afirma que “aunque puede tener un cierto componente de dureza emocional (tendencia al psicoticismo), cualquier persona puede ejercer (y de hecho ejerce) este tipo de presión. Los padres suelen imponer su autoridad mediante castigos o sanciones, lo que, por sí mismo, no supone ningún chantaje. La cosa cambia cuando esas sanciones se basan en amenazas de castigos inciertos (‘prepárate, que te vas a enterar’, ‘como hagas esto, atente a las consecuencias’), en la culpa de problemas propios (‘como me dé un infarto, vas a ser el/la culpable’) o en castigos infinitos (‘vas a ir al infierno’)”. Cuando son los hijos los que extorsionan a sus padres, el resultado “no cambia demasiado: ‘Si me tocas, te denuncio’, ‘como me castigues, me voy de casa’ o ‘saco malas notas porque no me dejas hacer nada’. Entre los más pequeños, también se da mucho eso de ‘a fulanito le dejan sus padres’”, afirma el psicólogo. Si usted se ha reconocido en alguna de estas máximas –o en otras del estilo “tú no sabes lo que me cuesta llevarte al colegio”, “eso me lo dices porque no me quieres”, “si no haces esto no eres buena madre”–, si se reconoce, decimos, no se alarme en exceso. Ramírez recuerda que “es raro que en un momento dado no se recurra a este tipo de expresiones. Sin embargo, cuando es algo frecuente en una relación, lo normal es que quien ejerce la presión padezca alguna merma afectiva o que, contrariamente a lo que se piensa, se trate de una persona débil, incapaz de afrontar las situaciones normales de convivencia”.

HAY SALIDA

A pesar de los riesgos que entraña padecer este tipo de presión emocional, no se trata de una situación irreversible. Como recuerda Aníbal Cuevas, “en esto, como en todo lo relacionado con la familia, hay que tirar por elevación y pensar que lo mejor es posible. Lo característico de la familia es el amor, darse a los otros sin pensar en uno mismo. Esa manera de actuar y pensar llena a las personas y les hace felices. Hay que preocuparse más por qué puedo yo hacer para ser mejor, cómo puedo ayudar a mis hijos a ser mejores (a ser mejores, no a tener cosas mejores), cómo puedo hacerles felices. Cuando se piensa así, las cosas se simplifican, se tiene una autoestima mayor y, por tanto, estamos vacunados frente a la manipulación y el chantaje”.

CÓMO RECONOCERLO
El psicólogo Jesús Ramírez define el chantaje emocional como “el hecho de obtener un beneficio a costa del sufrimiento no físico de los demás, mediante amenazas, culpas, etc.” Este tipo de extorsión conlleva unas prácticas de las que “cualquier persona normal puede hacer uso en alguna situación que le ‘venga un poco grande’”, dice Ramírez. Lo anómalo, sin embargo, es que estas coacciones se repitan de manera habitual. He aquí algunas pistas para detectar si su hijo le chantajea emocionalmente o si su pareja (o usted mismo) pueden llegar a ser chantajistas emocionales:
• Cuando se realizan amenazas de fuertes castigos con efectos desconocidos: “prepárate, que te vas a enterar”; “como no hagas esto, atente a las consecuencias”.
• Cesiones materiales para compensar la falta de tiempo juntos.
• Cuando se proyectan los deseos paternos sobre la vida de los hijos, y se imponen con razones sentimentales: “me hace tanta ilusión…”
• Cuando se compara una situación con otra similar, pero distinta: “a mis amigos les dejan”; “si trabajases en lo mismo que el padre de fulanito…”
• Cuando existe una situación personal que puede derivar en baja autoestima, se es más propenso a ser chantajeado o, incluso, a caer en una especie de “autochantaje” para compensar ante los hijos una supuesta carencia: si se está pasando por una mala racha económica, una enfermedad, falta de trabajo, etc., es más fácil caer en la presión y/o en la cesión excesivas.


CÓMO REACCIONAR
1. “Analizar si yo mismo lo hago, con qué frecuencia y por qué motivo. Sólo así podré controlarme y procurar que no vuelva a ocurrir”, propone Jesús Ramírez.

2. Si cedemos voluntariamente para compensar la falta de tiempo entre padres e hijos, “hemos de asumir que dejándonos chantajear estamos haciendo un gran mal a los hijos y les damos un mensaje antieducativo y perverso, que es que puedes conseguir lo que quieras de las personas que te quieren presionando”, afirma el orientador familiar Aníbal Cuevas.

3. Si no se ha sabido medir los castigos impuestos, es mejor cambiar el modelo, es decir, hay que premiar las buenas conductas en lugar de castigar por las malas. Por ejemplo, “cuando termines de estudiar, puedes ver la tele”, es un premio. “Si no estudias, no ves la tele”, es un castigo.

4. Con respuestas firmes ante chantajes directos: “hasta que no me lo pidas con educación no voy a hacerte caso”; “hay cosas que podemos negociar, pero otras son innegociables”….

5. Hacer caer en la cuenta del planteamiento erróneo del chantaje: “si sabes que lo que pides no es justo, ¿por qué insistes?”; “para exigir, tú también tienes que dar”…

6. Si se observa que la pareja suele presionar emocionalmente a los hijos, con frecuencia excesiva o con un daño emocional que pueda ser grave, conviene dialogar con ella, “explicándole que a mí también me pasa, pero que he decidido cambiar mi estrategia, ya sea por un castigo real o por premiar las conductas contrarias, e invitarle a que haga lo mismo. Si nos controlamos el uno al otro, conseguiremos que deje de ocurrir”, propone Jesús Ramírez. 

CONDUCTAS PARA PREVENIRLO
1. Fijar unas normas de conducta nítidas, simples y que se puedan cumplir con facilidad. Hacer que los hijos las cumplan, y dar ejemplo respetándolas. Ser adulto no aporta inmunidad, sino responsabilidad frente a las reglas.

2. “Conviene tener claros una serie de objetivos educativos: ¿Qué quiero para mis hijos? ¿Qué considero más importante para ellos? Hemos de plantearnossi nuestra idea del éxito está basada en el tener (dinero, prestigio social, títulos académicos…) o en el ser (generoso, laborioso, sincero…). En la medida en que tenga más peso el ser, seremos más fuertes frente a los chantajes”, afirma Aníbal Cuevas, del Family Watch.

3. Evitar el abuso de expresiones coactivas, siempre que sea posible (“o haces esto, o te preparas”) y acostumbrarse a hablar con los hijos para encontrar puntos de acuerdo en las situaciones que sí sean negociables.

4. Saber adaptarse a la edad evolutiva de los hijos, sin tratar de acelerarla ni de retrasarla. Si todos sus amigos salen hasta una hora determinada y razonable, él no tiene por qué regresar antes, ni después. Una excesiva cautela es tan perniciosa como la falta de mesura.

5. “Aceptar y acatar el papel de padres. Los hijos tienen sus propios amigos, y nosotros no somos sus amigos, somos sus padres. Eso no quiere decir que seamos sus enemigos”, recuerda Jesús Ramírez. Dicho de otro modo, establecer los límites desde la disciplina y el afecto.

MÁS INFORMACIÓN: ACCEDE AQUÍ A LAS ENTREVISTAS COMPLETAS CON EL ORIENTADOR FAMILIAR ANÍBAL CUEVAS Y EL PSICÓLOGO ESCOLAR JESÚS RAMÍREZ.

Mochilas: 4 kilos más que hace 15 años

Si realmente el peso de la mochila escolar supone un problema grave para la salud de nuestros hijos, ¿por qué con el paso de los años y los cambios de currículo nadie aporta soluciones?

Autor: Marta SAHELICES

Un curso más la polémica referente al peso de las mochilas escolares asalta nuestros hogares, ya sea en forma de noticia (“Italia regula por ley el peso de las mochilas de los escolares”) o de charla afable con alguna madre a la salida del colegio. La información nos desborda y realmente no sabemos si nos enfrentamos a un problema nuevo o a un mal con el que convivimos desde hace años. Verdadero es que hace 15 años, cuando los niños estudiaban 7º de EGB (por poner un ejemplo) cursaban como mínimo dos asignaturas menos, las que ahora en 1º de ESO se denominan optativas, por lo que en la actualidad los pequeños trasladan en sus macutos dos libros más. Además, en los 90 la mayoría de colegios públicos y concertados no obligaban a los alumnos a usar el chándal del uniforme ni a cambiarse para las clases de Educación Física, por lo que tampoco debían transportar las prendas deportivas.

Salvando este tipo de diferencias sustanciales, habría que analizar otros factores culturales que provocan que los alumnos de la actual Secundaria carguen con más peso. Por ejemplo, el hecho de que los profesores hace años dictaran los ejercicios en los cuadernos antes de salir de clase ayudaba a no tener que cargar con los libros que ahora se denominan de ejercicios, una solución fomentada por las editoriales para dividir el peso en dos, pero que finalmente provoca que los chicos se lleven a casa ambos tomos, más el correspondiente cuaderno –no olvidemos que el de texto es indispensable para consultar–.

Aún así, los especialistas en traumatología pediátrica insisten en que la mochila convencional es el mejor modo para que los chavales transporten el peso, siempre que el tiempo de carga no supere los 15 minutos. José Ricardo Ebri, traumatólogo infantil que ha estudiado el peso que soportan casi 400 escolares entre 14 y 15 años, asegura que la carga media de los chicos es de 7,5 kilos, por lo que las patologías asociadas a las mochilas son infundadas. Por su parte, un estudio descriptivo realizado en el CEIP “Real Mentesa” de La Guardia (Jaén) asevera en sus conclusiones que el 68,9% de los niños supera en su mochila el 10% de su peso corporal, que es lo estimado como saludable.

Los datos no aclaran demasiado la cuestión, por lo que quizás la solución no pase por las mochilas de ruedas (recientemente denostadas por los traumatólogos por su peligro para las muñecas infantiles), o por las taquillas en los centros, sino por regular de forma estatal el peso de las mochilas, como harán nuestros homólogos europeos. Así el debate de una vez se cerraría y nuestros pequeños, en cualquier caso y frente a cualquier currículo, estarían protegidos ante el peso del saber, que en este caso sí que ocupa lugar.

PESO MEDIO EN KILOS HACE 15 AÑOS Y AHORA
7º EGB 1º ESO
Libros de texto (sin contar gimnasia, que no tenía libro de texto): 715 g x 7= 5,005 kg + cuadernos (contando con que se utilizaran para varias asignaturas): 60 g x 4= 240 kg + estuche: 500 g + estuche de compás: 200 g

TOTAL: 5,945 kg

Libros de texto (nueve asignaturas obligatorias y dos optativas): 715 gr x 11=7,865 kg + libros de ejercicios: 200 gr x 2= 400 g + cuadernos: 60 gr x 11= 660 g + estuche: 500 g + estuche de compás: 200 g + chándal: 550 g
TOTAL: 10,175 kg

* Este cálculo es estimativo y en ningún caso puede considerarse como un dato científico del peso de las mochilas. Los libros dependiendo de las editoriales tienen pesos diferentes, al igual que los estuches y cuadernos.

LA MOCHILA ADECUADA
• Lo principal es que la mochila sea adecuada, anatómica, de tirantes anchos y acolchados. Tanto los tirantes de los hombros como el cinturón de enganche –si lo tiene– han de ser extensibles. Mejor con respaldo duro, con ejes laterales y con compartimientos desmontables.
• El peso de la mochila no deberá superar el 10% del peso corporal del chico.
• El tamaño no ha de superar el del torso del niño.
•Hay que evitar que el chico cargue peso innecesariamente, debe ser aplicado a la hora de organizar sus libros según el horario escolar para que no tenga que llevárselos todos cada día.
• Los objetos pesados deberán colocarse de forma vertical, al fondo de la mochila y pegados a la espalda.
• Muy importante: los chicos deberán llevar siempre la mochila sobre los dos hombros, ya que por muy buena que sea, si transportan el peso sobre un hombro solo pueden provocarse lesiones permanentes en la espalda.
• Si la mochila es de ruedas, los pequeños deberán empujarla hacia adelante, nunca tirar de ella.
 
MÁS INFORMACIÓN: ACCEDE AQUÍ AL PROYECTO DE LEY ITALIANO SOBRE EL PESO DE LAS MOCHILAS Y A UN ESTUDIO SOBRE EL USO DE LA MOCHILA ESCOLAR.

Cada vez menos niños

«España es una nación vieja». Ésta es la primera de las conclusiones a las que ha llegado el Instituto de Política Familiar al elaborar su informe sobre la Evolución de la Familia en España durante 2007.

Autor: Laura GÓMEZ LAMA

La pérdida continuada de la juventud y el aumento de la población mayor refleja un envejecimiento poblacional que promete continuar. En este mismo sentido, el descenso de natalidad preocupa al IPF, debido a que además se suma el aumento del número de abortos practicados en nuestro país, “hasta tal punto que este año se ha convertido en la primera causa de mortalidad infantil”, comenta el presidente del IPF, Eduardo Hertfelder.

Otro aspecto que da que pensar es que cada vez se produzcan menos matrimonios y más rupturas, lo que se solucionaría, según Hertfelder, “ofreciendo los mecanismos para intentar superar las crisis. Si no se dan, es probable que éstas evolucionen hacia la ruptura como solución al problema. Entendemos que, si muchos matrimonios tuvieran esa ayuda, no tomarían la decisión de separarse”.

La escasez de ayudas económicas y su poca efectividad también ha sido criticada, ya que provoca que “España siga a la cola de Europa” y “que merezca más la pena vivir en casi cualquier otro país de la UE”, concluyó el vicepresidente del IPF.

Y… ¿POR QUÉ, MAMÁ?

A los 2 años empieza la etapa preguntona. Sucede en un momento en el que el niño incrementa su lenguaje y comprensión de una forma significativa. Incluso es posible que los padres a veces pasen por alto la edad de su hijo debido a que habla por los codos. A los 4 años, la explosión del lenguaje
aumenta su sociabilidad y necesita susurrar, cantar, gritar y compartir información sobre sí mismo. Hablará con el vecino, con los niños del parque, con su peluche y hasta consigo mismo.

Autor: Laura GÓMEZ LAMA

El aprendizaje del lenguaje le estimula a seguir aprendiendo. Esto unido a su gran curiosidad por todo lo que le rodea da lugar a rimas, exageraciones y preguntas persistentes que a veces ponen a los padres en un aprieto. Unas veces porque no saben qué contestar, otras porque no es ni el momento ni el lugar, y en otras ocasiones porque las preguntas son interminablemente contestadas con un nuevo “¿y eso por qué?”

CÓMO PIENSA UN NIÑO DE 4 AÑOS

A estas edades, el niño piensa en lo concreto y comprende más fácilmente lo que experimenta por sí mismo. Por ejemplo, si le dices que el color turquesa es parecido al azul le costará visualizarlo, pero si le muestras un trozo de tela de ese color o si le haces recordar algo turquesa que él conozca, lo aprenderá a la primera. Esto quiere decir que hay que intentar contestar a sus preguntas evitando lo abstracto y concretando las cosas con las que él está familiarizado.

También es un pensador mágico y egocéntrico, por lo que cree que, si se bebe un zumo de naranja, se pondrá bueno y que todo lo que él haga influye en lo que le rodea. Por eso, si le contestas mal porque tienes un mal día, es probable que él piense que estás de mal humor por su culpa o que estás enfadada por algo que ha hecho. Debido a esta visión limitada y egocéntrica del mundo, necesitará que le expliques constantemente tu estado de ánimo, sobre todo porque él no lo tendrá en cuenta si necesita monopolizar tu atención, jugar o satisfacer su curiosidad.

Otro aspecto a tener en cuenta es que el pequeño es un pensador literal y que está aprendiendo a diferenciar entre la realidad y la ficción, por lo que hará constantes preguntas sobre lo que ve en la tele, lo que oye en sus cuentos o a sus compañeros, así como sobre las mismas figuras del lenguaje. Por este motivo, si te oye decir que el tiempo vuela o que el corazón te ha dado un brinco, se lo imaginará tal cual, así que no te debe extrañar que, cada vez que le hables en su presencia o le contestes a algo, te pregunte sin tregua acerca de cada cosa que digas.

¿A QUÉ SE DEBE TANTO POR QUÉ?
Según la educadora infantil y psicopedagoga del Colegio “Sagrado Corazón- Sarriá” de Barcelona, Anna María Marco, “cuando un niño pequeño quiere saber el porqué de algo, más que una explicación objetiva, busca establecer una relación entre lo que pregunta y su propia realidad. Hay siempre una parte afectiva y emocional detrás de cada porqué que hay que tener muy presente”. Sin embargo, en ocasiones un niño puede poner a prueba los nervios de un adulto con sus insistentes preguntas. ¿Lo hará para atormentarte?
Necesita saber más. Hay momentos en el niño escucha la respuesta y se da cuenta de que la entiende y esto le anima a seguir avanzando.
Busca algo más concreto. Pegunta sin parar cuando las respuestas no le convencen porque debes adaptarlas a su manera de pensar concreta, mágica, egocéntrica y literal.
Quiere tu atención. Él siente que desde que habla le haces más caso, por lo que, a veces, su objetivo será monopolizarte.
Juega contigo. Otras veces pregunta simplemente porque se lo pasa pipa.

 

HAY QUE CONTESTARLO TODO
Las dudas de los niños pueden resultar difíciles de explicar, porque a veces no tienen la madurez necesaria para comprender. Como profesional de la psicopedagogía, Ana María Marco opina que hay que ir contestando en pequeñas dosis y a su medida.

“Empezamos con respuestas sencillas y esperamos a ver como son sus siguientes preguntas. Éstas nos indicarán lo que está entendiendo y cuál es su inquietud real”, pues muchas veces el problema es que no saben expresar lo que les preocupa. Contestar con otra pregunta también ayuda a saber en qué nivel está del tema que plantea. Puedes responder con una pregunta abierta como “¿tú qué crees?”, pues esto le anima a reflexionar sobre sus dudas y a la vez quita tensión al asunto que en ese momento le llama la atención.

De esta manera, podría prevenirse la enfermedad del porqué. “A pesar de que no está definida entre nuestros criterios diagnósticos, decimos que la sufren las personas que buscan una explicación de manera patológica. Es comprensible que quienes la padecen se vuelvan inseguros y tristes si imaginamos a alguien que se siente especialmente contento y comienza a cuestionarse por qué. Cada vez se sentirá peor porque ni todo se explica ni las respuestas resultan siempre convincentes”, explica la psicóloga infantil Virginia Godoy Zafra.

Si la pregunta nos descoloca, no hay que tener miedo a decir que no sabemos contestar. Un simple “ahora mismo no lo sé” o “mejor lo comentamos con papá”, serviría.

LA ACTITUD TAMBIÉN RESPONDE
Hay que cuidar lo que comunicamos sin palabras. La actitud que toma el adulto ante el porqué, el tono de voz al contestar y la mirada que acompaña esa explicación son una fuente de información muy rica para los niños.

En este sentido, es fácil que los padres empiecen a alargar las sílabas y expresen lo que no quieren decir con palabras: “qué pesaaado eeeeres”. Esto puede herir su autoestima y censurar su curiosidad, así que lo mejor es aplazar la respuesta y hacer que entienda que en este momento no puedes contestar. Eso sí, después tendrás que cumplir tu palabra. Si uno de los padres está muy cansado, el otro tendrá que echarle un cable.

Los padres son las máximas autoridades y no es raro oírles decir “porque lo ha dicho mi padre”. Somos el modelo que imitará y, si las respuestas que recibe son seguras, tranquilas y sinceras, eso será lo que nos devuelva en futuras conversaciones. Si pretendes dotar a tu hijo de tolerancia y espíritu crítico, debes ofrecérselos al expresar tus propias convicciones.

MALAS CONTESTACIONES
1. “¡Qué buen día hace!” Ignorar la pregunta o cambiar de tema favorece que el pequeño tenga una visión muy limitada de las cosas. Todas las preguntas deben ser respondidas porque partimos de la base de que está formándose sus propias ideas sobre todo lo que le rodea y tenemos que ayudarle a superar ese egocentrismo para que termine de comprender que la visión del mundo que tiene otro niño puede ser distinta de la suya.

2. “¡Niño, eso no se pregunta!”
Cualquier respuesta que implique censurar su curiosidad resulta algo más que poco constructiva, pues lo único que se consigue es que el pequeño se calle a costa de que se sienta mal consigo mismo y se cierre ante lo desconocido, porque interpreta que preguntar lo que no sabe es portarse mal.

3. “Como ya eres mayor…” Las respuestas deben adaptarse siempre a la capacidad de comprensión del niño. Es decir, si pregunta de dónde vienen los niños, no podemos ignorar esa pregunta, pero tampoco podemos darle una descripción detallada de todo el proceso, porque no lo va a entender; entonces, la capacidad de adaptación del lenguaje de los padres juega aquí un papel muy importante.

4. “Ven, que te lo explico todo”. Según la psicóloga infantil Virginia Godoy, del centro Psindra de Algeciras, “no debemos ignorar sus preguntas porque le estamos enseñando a pensar, pero tampoco conviene que se lo demos todo mascadito. Es decir, mientras se pueda explicar la duda mediante hechos que le ayuden a llegar a sus propias conclusiones, debemos hacerlo así. El mejor método es el de llevar a la práctica la teoría. El niño tiene que ir descubriendo el mundo que le rodea, debe andar el camino solo y nosotros somos su apoyo, unas muletas, pero no una silla de ruedas”.

Treinta alumnos heridos al volcar un autobús escolar en Toledo

Autor: Begoña LÓPEZ-ASIAIN MARTÍNEZ

Un total de 30 jóvenes sufrieron heridas leves tras volcar ayer por la mañana un autobús escolar en Talavera de la Reina (Toledo), en el que viajaban 42 escolares entre 16 y 21 años. El accidente, que se producía a las ocho de la mañana a la altura del kilómetro 120,3 de la N-502, fue ocasionado por un Renault Megane que intentó adelantar al autocar y al ver que no le daba tiempo porque venía otro coche de frente, retrocedió y golpeó al autobús escolar que se salió de la vía y volcó.

El Servicio de Salud de Castilla-La Mancha (Sescam) afirmó que, de los seis alumnos más graves que han tenido que ser hospitalizados, tres tienen traumatismo torácico, dos abdominal y otro fractura de fémur, mientras que el conductor del autobús fue operado por fractura de tibia.
En concreto, el autobús trasladaba a 42 estudiantes de ESO, Bachillerato y Formación Profesional de diversas poblaciones de la región.

No sé qué me pasa

Autor: Gabinete Psicopedagógico de la Universidad Alfonso X el Sabio

Hola. Soy una estudiante que está cursando el 1er curso de la Diplomatura de Turismo. Es mi primer año en la Universidad y la verdad no me va muy bien. Siempre he sido una buena estudiante pero últimamente no tengo ganas de seguir estudiando ni de hacer nada.
No sé qué me pasa pero estoy todos los días llorando desde que empecé el curso y creo que no me gusta la carrera que estoy cursando, aunque la elegí yo. Pero tengo miedo de cambiarme de carrera, ya que la otra carrera que me gustaría sería Magisterio Infantil, pero me bloqueo cuando pienso que a la hora de trabajar, si no apruebo oposiciones, tendré que marcharme lejos de mi pueblo y familia. También me preocupa cambiarme de carrera y que no me guste o simplemente me haya cansado de estudiar. No quiero que mis padres sufran por lo que me está pasando. ¿Qué me pasa? ¿Qué debo hacer?
SANDRA. GUADALAJARA

Sandra, no es fácil decirte qué te pasa sin conocerte personalmente y sin tener un estudio que científicamente nos avale tu diagnostico; no obstante, haré algunos comentarios para intentar darte alguna luz y tomar la mejor decisión. Si has sido una buena estudiante y ahora se te han quitado las ganas de estudiar, es necesario buscar las causas que te han llevado a este estado de desgana.

Entiendo que quieras evitar que tus padres sufran, pero lo primero que debes hacer, aunque te cueste, es comentarles cómo te encuentras. Normalmente, los padres están dispuestos a hacer frente a cualquier problema que se le presenta a un hijo y seguro que lo más importante para ellos es que estés bien. No es bueno que vivas esta situación sola. El llanto diario, el bloqueo ante situaciones de futuro, el miedo, etc.

Son síntomas que exigen acudir a un especialista que pueda darte las orientaciones que despejen tus dudas y te permitan tomar la decisión adecuada para que vuelvas a ser buena estudiante y, sobre todo, encontrarte mejor. Si en tu Universidad existe un gabinete psicopedagógico, acude a él, ellos podrán ayudarte y darte una primera orientación. Si no es así, puedes consultar con tu médico o, directamente, pedir cita con un psicólogo. En cuanto al cambio de carrera, quizás debas esperar antes de tomar la decisión, dado que tu estado de ánimo puede hacer que valores, o no, algunos aspectos de forma adecuada. En esos casos, nuestros pensamientos nos hacen “predecir” siempre un futuro negativo anticipando consecuencias que no tienen por qué ser inevitables.

Estoy seguro de que cuando te encuentres mejor podrás elegir tu camino y sacarlo adelante con éxito, ahora lo más importante es que busques ayuda para superar este bache, logrando la estabilidad anímica que te permita sentirte mejor y ser más feliz.

"No quiere volver a la Universidad"

Autor: Gabinete Psicopedagógico de la Universidad Alfonso X el Sabio

Me dirijo a ustedes para que nos aconseje a mi marido y a mí, pues no sabemos cómo ayudar a nuestro hijo Alfonso. Ha iniciado este curso estudios universitarios en Madrid, ha sido y es un buen alumno, muy estudioso y muy bueno. Durante el primer trimestre, según nos informa su tutor, ha mantenido una excelente actitud y el rendimiento es francamente bueno. Vive en el Colegio Mayor Universitario.

Nos ha venido llamando casi todos los días y no le notábamos nada, decía que estaba bien, que tenía amigos y que estaba contento con los profesores y el ambiente de la universidad. Durante las vacaciones de Navidad, ha venido a casa y los primeros días estuvo muy contento y muy cariñoso, pero a partir del 29 de diciembre surgió un comentario en casa y se nos vino abajo: “no quiero volver a la Universidad”, “quiero quedarme en casa”, “ yo haré lo que me digáis pero me paso muchos ratos llorando, me acuerdo mucho de vosotros”.

Empezó el año con una tristeza profunda, no supimos cómo consolarle ni cómo ayudarle. El día de los Reyes se metió en su habitación, preparó su maleta y dijo que volvía a la Universidad. Su padre y yo hemos estado preocupados y hundidos desde que se marchó. Nos sigue llamando todos los días. Cuando le preguntamos, nos dice que está bien, pero yo sospecho que no es así. ¿Qué hacemos?. Gracias.
UNA MADRE ANGUSTIADA

Ante todo debéis seguir observando cómo le percibís por teléfono y, con cualquier motivo, dejaos caer por Madrid y pasad con él algún día, seguro que detectaréis cómo se encuentra. Si no observáis nada grave, tendréis que aceptar que el comportamiento de Alfonso es un comportamiento natural de los hijos “salidos del nido” en el que reciben toda clase de apoyos, sobre todo emocionales, que le permitían gran seguridad dentro de la inseguridad propia de la adolescencia. Al alejarse, tiene que ir aprendiendo a hacer frente solo a las dificultades que se le van presentando y a la falta de calor de su familia.

Es relativamente frecuente que en algunos alumnos aparezcan crisis de soledad, con altibajos en el estado de ánimo, irritabilidad e inseguridad pero, aunque lo pasan mal una temporada, normalmente van adquiriendo, poco a poco, mayor autonomía y suelen adaptarse a una nueva realidad, necesaria, dado que la salida de la familia de origen ha de darse antes o después. Manteneos “alerta” en la distancia. Transmitidle vuestra confianza en él y la seguridad de que siempre estáis ahí y, al mismo tiempo, reforzad cada paso que dé hacia su autonomía, animándole a hacer nuevos amigos, nuevas actividades, a adquirir nuevas responsabilidades, etc.

Escuchadle, siempre. Arropadle, cuando realmente lo necesite y dadle un empujoncito y un ¡ánimo! cuando no se atreva a andar por miedo a caerse. Podéis sugerirle, también, que frecuente a su tutor y, si lo cree oportuno, al gabinete psicopedagógico, para que se sienta más apoyado en este periodo de adaptación. Confiamos en que Alfonso superará este altibajo sin más complicaciones; no obstante, si observarais que su tristeza, ansiedad o malestar crece excesivamente en intensidad, que dura más tiempo del esperable (como máximo un curso) o que los “ratos de crisis” se convierten en un estado de ánimo permanente, nuestro consejo es que consultéis con un especialista que valore su situación y os indique las medidas a tomar. A veces, es necesario algún apoyo psicoterapéutico para afrontar estas situaciones.