Código de conducta: un ejemplo las 24 horas del día

“Unos mínimos razonables de comportamiento” tanto dentro como fuera del aula con el fin de “contribuir a mantener la confianza pública en la profesión”. Nada menos que actuar como ejemplo de ciudadano responsable las 24 horas del día es lo que exige el nuevo código de conducta elaborado por el Consejo General de la Enseñanza en Inglaterra para sus más de 250.000 miembros colegiados.

“Unos mínimos razonables de comportamiento” tanto dentro como fuera del aula con el fin de “contribuir a mantener la confianza pública en la profesión”. Nada menos que actuar como ejemplo de ciudadano responsable las 24 horas del día es lo que exige el nuevo código de conducta elaborado por el Consejo General de la Enseñanza en Inglaterra para sus más de 250.000 miembros colegiados.

Si la autoridad se gana con la fuerza de los hechos, ¿por qué no trascender las fronteras escolares? ¿Cómo esperar respeto de tus alumnos si éstos te vieron como una cuba el sábado por la noche?, viene a preguntarse el órgano de autocontrol de los profesores ingleses. El texto no es una mera recomendación: al díscolo le esperan sanciones disciplinarias, despidos e incluso una inhabilitación vitalicia si reincide.

Los sindicatos alucinan ante lo que consideran un ataque frontal al derecho de cualquier trabajador a hacer lo que le plazca en su tiempo libre. Según el Naswut (siglas en inglés del principal sindicato de profesores en el país), el código pretende convertir en “santos” a los docentes con una norma que “deja la puerta abierta a amplias interpretaciones y posibles abusos”.

“Si yo me emborracho los fines de semana es mi problema, otra cosa es que saque la botella de whisky en clase”, asegura Cuqui Vera, portavoz de la Federación de Enseñanza de CCOO. Para la secretaria de comunicación de FETE-UGT, Charo Pérez, la iniciativa podría derivar en una suerte de “estado parapolicial” con padres, alumnos y compañeros en calidad de delatores en potencia. Para ambas, sólo la ley marca el límite. Como para cualquier ciudadano.

Así nace un cole

Según los últimos datos del Ministerio de Educación, en el curso 2009-2010 los alumnos españoles han estrenado las aulas de casi 500 nuevos colegios privados o concertados. Lo que supone una apasionante aventura para otros tantos equipos directivos y claustros de profesores, que han levantado de la nada un lugar destinado a ser hervidero de conocimientos, juventud y valores.

Aunque el curso ya está más que empezado, en algunos centros aún es posible encontrar aulas que huelen a nuevo. Porque, en efecto, en los casi 500 nuevos colegios españoles que este año han abierto sus puertas por primera vez, alumnos, profesores, personal no docente e instalaciones protagonizan la apasionante aventura de poner en marcha un centro educativo. Una tarea hermosa pero nada fácil.

Uno de esos protagonistas “de estreno” es José María Calonge, director del recién inaugurado colegio Alborada, en Alcalá de Henares. Calonge asegura que lo primero que hace falta para levantar un colegio es la llamada a hacerlo: “Como tantas otras iniciativas, la nuestra nació ante una urgencia. En este momento se da en nuestra sociedad una urgencia educativa, y muchas familias piden un tipo de educación concreta. Esto es lo que ofrecemos, porque como la verdadera educadora de una sociedad es la familia, nuestro colegio pretende ser un apoyo en la educación de los hijos. Tenemos sentido porque detrás hay familias que nos respaldan, que buscan nuestro ideario y no otro. Embarcarse en la creación de un centro es el mayor reto para cualquier educador; una aventura apasionante que te permite ayudar a una nueva generación a comenzar el camino, con lo mejor de quienes les han precedido”.

Asentadas las bases, llega el momento de sumergirse en un océano de permisos, papeleos, proyectos, e ilusión. Así lo afirma Juan Antonio Perteguer, director del colegio Monte Tabor, un centro que en sólo cuatro años de vida es ya el más solicitado de la Comunidad de Madrid. Perteguer narra el itinerario que ha de seguir cualquier nuevo centro: “Lo más importante es tener una idea clara de lo que se desea ofrecer a las familias, y concretarlo en un proyecto educativo basado en una pedagogía sólida y contrastada. A partir de ese momento, hay que definir la zona donde se desea implantar el colegio y el tipo de centro: privado o privado-concertado. Entonces se hace un estudio de viabilidad y te pones en marcha. En paralelo con el proyecto arquitectónico y los trámites administrativos, hay que ir seleccionando al personal del colegio y dar a conocer el proyecto a las familias. Y después de todo, llega el día de la apertura del colegio, el comienzo de la gran aventura que llamamos educación”.

Amén de todos los trámites necesarios, hay un factor fundamental para el buen rumbo de la escuela, que José Pedro Fuster, director del colegio Edith Stein –que ha abierto sus puertas por primera vez este curso–, resume así: “Por encima de trámites y papeles está nuestra cultura organizativa. De ella, o si se quiere, de nuestros valores, se desprende la identidad del colegio, en este caso, un centro con una sólida y clara identidad cristiana y un fuerte sentido de pertenencia a la Iglesia. A su vez, esta identidad se apoya en tres pilares. Primero, la organización, donde confluyen el diseño de objetivos y estrategias educativas, el seguimiento y control de calidad, y la autoevaluación de nuestros servicios. Segundo, el equipo humano, que tiene el compromiso del aprendizaje continuo y la atención personalizada hacia los alumnos. Y tercero, el proyecto educativo, que tomamos como referencia para la toma de decisiones y garantiza nuestros compromisos hacia los padres”. Y remata: “En nuestros valores encontramos la fuerza motriz para sobrellevar todas las contrariedades y vicisitudes”. Porque en este camino, contrariedades y vicisitudes, como dice el acervo, haberlas, hailas.

Juan Antonio Perteguer reconoce que “las mayores dificultades iniciales se centran en conseguir la viabilidad del centro y superar las trabas administrativas. Una vez superadas, en el caso de nuestro colegio, apareció la oposición minoritaria pero ruidosa de algún grupo político contrario a la libertad de educación”. También José María Calonge lamenta que “los principales obstáculos son la intolerancia de unos pocos, su falta de amor por la libertad, la imposición de las ideas de unos cuántos sobre las del resto, la ideologización de la escuela… Todo eso es un serio problema de la escuela española y una de las asignaturas pendientes de nuestra democracia”. A lo que Fuster añade: “Independientemente de quien gobierne, hoy se requiere, más que nunca, que no empañemos la educación con ideologías. De lo que se trata es de lograr el éxito personal y académico de nuestros alumnos e hijos. Eso es lo importante, lo demás es instalarse en prejuicios”. Llegados a este punto, sólo queda echar a andar. Perteguer, que ya ha visto varias hornadas de alumnos entrar en el centro que dirige, recuerda que “los primeros años de la vida de un colegio son cruciales, porque en ellos se asientan las bases de lo que será el centro en el futuro. Y es muy importante contar desde el principio, como en nuestro colegio, con un personal muy vocacional, que sabe descubrir en cada niño los dones que Dios le ha dado, y suscitar en ellos el deseo de crecer como personas, sembrando semillas de vida en cada alumno, y capacitándolos para darse a los demás con generosidad. En último término, la razón de ser de un nuevo centro es la de ofrecer una educación dirigida a la persona, que ayude al alumno a descubrir críticamente la realidad, a crecer en la virtud, a ser auténticamente libre, a ser capaz de transformar el mundo. Todo un reto para los auténticos educadores”, concluye.

Pequeños grandes lectores

Aunque las estadísticas de los últimos años desmienten el tópico de que los jóvenes no leen, los informes educativos señalan que los niños españoles tienen grandes carencias de comprensión lectora. O lo que es lo mismo, que las nuevas generaciones leen más, sí, pero aún nos queda mucho por recorrer. Los expertos aseguran que enganchar a los niños a la lectura beneficia su vocabulario, su capacidad cognitiva y, si se les orienta correctamente, pueden llegar a ser ávidos lectores el resto de su vida.

José Antonio Méndez
Quizá más de un lector recuerde con espanto cómo, en su niñez, hubo de adentrarse entre las páginas de El Quijote o de El libro del buen amor. Y quizá recuerde también, con alivio, cómo con la misma edad disfrutó con un libro de Julio Verne, Salgari o Los Cinco. Porque, en efecto, no todos los títulos están concebidos para los más tiernos lectores, y la costumbre por leer no se adquiere sólo con los libros que imponen los planes de estudio. Gustos literarios aparte, la importancia de que los niños tomen la lectura como un hábito no es una cuestión baladí. Según afirman los expertos, lograr que los pequeños se interesen por los libros puede repercutir, y de hecho repercute, en su capacidad cognitiva, enriquece su vocabulario, fomenta la imaginación, ejercita la memoria, pule su ortografía y les ayuda a poner palabras a sus propios sentimientos. Tanto es así que entre los 10 y los 12 años se sitúa la llamada “edad de oro del lector”, porque es en esa franja cuando se domina la técnica lectora y uno puede aproximarse a textos complejos no sólo entendiéndolos sino también disfrutándolos.
a cada edad, lo suyo
José Manuel Mañú ha sido profesor en todos los cursos que van desde los 6 hasta los 18 años, y es autor de obras como “La escuela del siglo XXI”, “Cómo mejorar la educación de tus hijos” o “Lecturas entre los 12 y los 18 años”. Precisamente en este último, Mañú señala las diferencias que se han de tener en cuenta a la hora de iniciar a los menores en la lectura, puesto que al pequeño que aún esté en Primaria “hay que facilitarle libros, mientras que al de Secundaria hay que sugerirle, y sólo después de haber ganado su confianza con aciertos anteriores se estará en condiciones de ser aceptado como consejero. Así como el niño pequeño apenas tiene sentido crítico en cuanto a las lecturas, el adolescente comienza a mostrar unos gustos muy definidos, por lo que es preciso personalizar los consejos”. Según Mañú, en estas edades “tenemos que conseguir fidelizar al lector, para no perder su acceso a una riqueza cultural de la humanidad de muchos siglos, y a la vez hacerlo de un modo atractivo. Si no, corremos el riesgo de que opte por lo más cómodo, que sin duda está en el mundo de las nuevas tecnologías. En la práctica la mayoría de los adolescentes españoles dedica muchas horas al Messenger y muy pocas a la lectura voluntaria de libros que amplíen su horizonte cultural o le enriquezcan interiormente”. Además, recuerda que, en una época con tantos cambios interiores, “reconocer un sentimiento que uno no sabía expresar, puesto en labios de uno de los personajes, enriquece nuestro lenguaje emocional para hacer más comprensible a las personas de nuestro entorno, o a nosotros mismos, lo que nos sucede”.
En la misma línea se manifiesta el escritor y articulista Kiko Méndez-Monasterio, que habla desde la experiencia de quien combina su pasión por las letras con el amor a sus hijas. Méndez-Monasterio asegura que, para lograr que los menores no cambien los libros por el Tuenti, “hay que enseñar a leer, es decir, enseñar a divertirse leyendo; igual que enseñamos a nuestros hijos a utilizar una bicicleta, o las reglas de un juego de mesa. Los primeros libros son fundamentales, hay que asegurarse de que el contenido corresponda con su madurez intelectual, la sensibilidad del lector, ¡y con sus gustos!”. El escritor asevera que “cuando no se está leyendo se hace otra cosa, y hoy el ocio parece diseñado para minar nuestros cerebros. La gran ventaja de leer es que uno puede entretenerse y divertirse, y a la vez ejercitar el intelecto, desarrollar la memoria, aprender cosas de lo más variadas, y mejorar la ortografía y la capacidad de concentración. Creo que no hay nada, ni siquiera el deporte, tan positivo para una persona”.
disfrutar de la lectura
En este momento es cuando surge la gran pregunta: “Entonces, ¿cómo puedo conseguir que mi hijo disfrute con la Literatura, si todo el mundo dice que los jóvenes no leen?” Vayamos por partes. En primer lugar, según los datos del Índice de lectura de libros, el 83% de los niños entre 10 y 13 años se declara lector. La cosa cambia en la adolescencia, cuando, en palabras de Méndez-Monasterio, “se produce una auténtica huida de los libros”. Para encontrar las causas, dice el escritor,“quizá deberían revisarse los manuales de Literatura de Secundaria: Leer El Quijote antes de los 25 años debería estar prohibido; obligar a hacerlo es crear enemigos de los libros”.
Más allá de estas cuestiones, conviene tener claros algunos trucos para conseguir que los hijos se aficionen a las letras. En “Lecturas entre los 12 y los 18 años”, Mañú recoge 300 reseñas altamente recomendables para niños y jóvenes, y facilita algunas pistas. En primer lugar, conviene “elegir libros amables y, a la vez, que aporten valores culturales, morales o estéticos”, entre otras cosas porque “un malentendido realismo ha llevado a algunos a huir de todo lo que pudiera sonar a moralizante. Nuestros jóvenes tienen que aprender que no todo está al mismo nivel, que no todo vale lo mismo. Siempre y cuando sepan que, junto a eso, lo lícito es juzgar conductas, no personas”. Además, hasta los 14 o 15 años “es importante tener en cuenta la diferencia que se observa entre los intereses de los chicos y las chicas. A grandes rasgos, el chico prefiere libros de aventuras, mientras que la chica manifiesta su preferencia por el mundo de los sentimientos, en su sentido más amplio. Muchos libros, lógicamente, satisfacen ambas características”. Como se ve, un buen anzuelo para los primeros lectores es la literatura fantástica, aunque no conviene educar el paladar literario sólo con este sabor. Mañú recomienda no temer al género biográfico adaptado a los niños, pues “encontramos un protagonista con el que nos sentimos afines: una persona humana. Nos resulta más próximo el modo de actuar de una persona real”. En todo caso, si usted quiere que su hijo lea, debe tener claro que, una vez más, lo importante es el ejemplo. “Quizá el modo más eficaz para conseguir buenos lectores es el contagio. Una persona que no lea no tiene ni la pasión por la lectura, ni la autoridad moral, ni los conocimientos suficientes para contagiar a los adolescentes (o niños) para que apuesten por este estilo de ocio y de formación”, concluye Mañú. Y el sentido común, todo sea dicho, lo refrenda. z

 

Quizá más de un lector recuerde con espanto cómo, en su niñez, hubo de adentrarse entre las páginas de El Quijote o de El libro del buen amor. Y quizá recuerde también, con alivio, cómo con la misma edad disfrutó con un libro de Julio Verne, Salgari o Los Cinco. Porque, en efecto, no todos los títulos están concebidos para los más tiernos lectores, y la costumbre por leer no se adquiere sólo con los libros que imponen los planes de estudio. Gustos literarios aparte, la importancia de que los niños tomen la lectura como un hábito no es una cuestión baladí. Según afirman los expertos, lograr que los pequeños se interesen por los libros puede repercutir, y de hecho repercute, en su capacidad cognitiva, enriquece su vocabulario, fomenta la imaginación, ejercita la memoria, pule su ortografía y les ayuda a poner palabras a sus propios sentimientos. Tanto es así que entre los 10 y los 12 años se sitúa la llamada “edad de oro del lector”, porque es en esa franja cuando se domina la técnica lectora y uno puede aproximarse a textos complejos no sólo entendiéndolos sino también disfrutándolos.

 

A cada edad, lo suyo

José Manuel Mañú ha sido profesor en todos los cursos que van desde los 6 hasta los 18 años, y es autor de obras como “La escuela del siglo XXI”, “Cómo mejorar la educación de tus hijos” o “Lecturas entre los 12 y los 18 años”. Precisamente en este último, Mañú señala las diferencias que se han de tener en cuenta a la hora de iniciar a los menores en la lectura, puesto que al pequeño que aún esté en Primaria “hay que facilitarle libros, mientras que al de Secundaria hay que sugerirle, y sólo después de haber ganado su confianza con aciertos anteriores se estará en condiciones de ser aceptado como consejero. Así como el niño pequeño apenas tiene sentido crítico en cuanto a las lecturas, el adolescente comienza a mostrar unos gustos muy definidos, por lo que es preciso personalizar los consejos”.

Según Mañú, en estas edades “tenemos que conseguir fidelizar al lector, para no perder su acceso a una riqueza cultural de la humanidad de muchos siglos, y a la vez hacerlo de un modo atractivo. Si no, corremos el riesgo de que opte por lo más cómodo, que sin duda está en el mundo de las nuevas tecnologías. En la práctica la mayoría de los adolescentes españoles dedica muchas horas al Messenger y muy pocas a la lectura voluntaria de libros que amplíen su horizonte cultural o le enriquezcan interiormente”. Además, recuerda que, en una época con tantos cambios interiores, “reconocer un sentimiento que uno no sabía expresar, puesto en labios de uno de los personajes, enriquece nuestro lenguaje emocional para hacer más comprensible a las personas de nuestro entorno, o a nosotros mismos, lo que nos sucede”.

En la misma línea se manifiesta el escritor y articulista Kiko Méndez-Monasterio, que habla desde la experiencia de quien combina su pasión por las letras con el amor a sus hijas. Méndez-Monasterio asegura que, para lograr que los menores no cambien los libros por el Tuenti, “hay que enseñar a leer, es decir, enseñar a divertirse leyendo; igual que enseñamos a nuestros hijos a utilizar una bicicleta, o las reglas de un juego de mesa. Los primeros libros son fundamentales, hay que asegurarse de que el contenido corresponda con su madurez intelectual, la sensibilidad del lector, ¡y con sus gustos!”. El escritor asevera que “cuando no se está leyendo se hace otra cosa, y hoy el ocio parece diseñado para minar nuestros cerebros. La gran ventaja de leer es que uno puede entretenerse y divertirse, y a la vez ejercitar el intelecto, desarrollar la memoria, aprender cosas de lo más variadas, y mejorar la ortografía y la capacidad de concentración. Creo que no hay nada, ni siquiera el deporte, tan positivo para una persona”.

 

Disfrutar de la lectura

En este momento es cuando surge la gran pregunta: “Entonces, ¿cómo puedo conseguir que mi hijo disfrute con la Literatura, si todo el mundo dice que los jóvenes no leen?” Vayamos por partes. En primer lugar, según los datos del Índice de lectura de libros, el 83% de los niños entre 10 y 13 años se declara lector. La cosa cambia en la adolescencia, cuando, en palabras de Méndez-Monasterio, “se produce una auténtica huida de los libros”. Para encontrar las causas, dice el escritor,“quizá deberían revisarse los manuales de Literatura de Secundaria: Leer El Quijote antes de los 25 años debería estar prohibido; obligar a hacerlo es crear enemigos de los libros”.

Más allá de estas cuestiones, conviene tener claros algunos trucos para conseguir que los hijos se aficionen a las letras. En “Lecturas entre los 12 y los 18 años”, Mañú recoge 300 reseñas altamente recomendables para niños y jóvenes, y facilita algunas pistas. En primer lugar, conviene “elegir libros amables y, a la vez, que aporten valores culturales, morales o estéticos”, entre otras cosas porque “un malentendido realismo ha llevado a algunos a huir de todo lo que pudiera sonar a moralizante. Nuestros jóvenes tienen que aprender que no todo está al mismo nivel, que no todo vale lo mismo. Siempre y cuando sepan que, junto a eso, lo lícito es juzgar conductas, no personas”. Además, hasta los 14 o 15 años “es importante tener en cuenta la diferencia que se observa entre los intereses de los chicos y las chicas.

A grandes rasgos, el chico prefiere libros de aventuras, mientras que la chica manifiesta su preferencia por el mundo de los sentimientos, en su sentido más amplio. Muchos libros, lógicamente, satisfacen ambas características”. Como se ve, un buen anzuelo para los primeros lectores es la literatura fantástica, aunque no conviene educar el paladar literario sólo con este sabor. Mañú recomienda no temer al género biográfico adaptado a los niños, pues “encontramos un protagonista con el que nos sentimos afines: una persona humana. Nos resulta más próximo el modo de actuar de una persona real”. En todo caso, si usted quiere que su hijo lea, debe tener claro que, una vez más, lo importante es el ejemplo. “Quizá el modo más eficaz para conseguir buenos lectores es el contagio. Una persona que no lea no tiene ni la pasión por la lectura, ni la autoridad moral, ni los conocimientos suficientes para contagiar a los adolescentes (o niños) para que apuesten por este estilo de ocio y de formación”, concluye Mañú. Y el sentido común, todo sea dicho, lo refrenda.

 

Algunos consejos de la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción

Para ayudar a paliar la creciente angustia de los padres en lo relativo a las drogas, la FAD ha publicado, en colaboración con la editorial Temas de Hoy, el libro “¿Qué les digo?”, una guía práctica con información básica. Aquí van algunas de las claves que aporta:

Para ayudar a paliar la creciente angustia de los padres en lo relativo a las drogas, la FAD ha publicado, en colaboración con la editorial Temas de Hoy, el libro “¿Qué les digo?”, una guía práctica con información básica. Aquí van algunas de las claves que aporta:
Para niños de hasta seis años
4“En estas edades, no conocen las drogas ni se interesan por ellas, por eso cuando respondamos a sus preguntas o toquemos el tema hemos de hacerlo con naturalidad y sin alarmismo”.
4“Los niños hacen lo que ven hacer, por eso los adultos hemos de ser coherentes con lo que hacemos delante de ellos”.
4“Las normas son necesarias. Está claro que los padres han de ser pacientes. Si criamos a un niño que respeta las normas de casa, tendremos a un adolescente que respetará espontáneamente las normas sociales”.
4“Las mejores respuestas en estas edades suelen ser las más simples”.
4“Debemos evitar mentir, banalizar o frivolizar, pasarle la pelota a otros, asustar o atacar.
De los 6 a los 12 años:
4“Son perfectamente conscientes de que las drogas existen y de que hay personas que las consumen”.
4 “Por lo general, adoptan una actitud de rechazo hacia las drogas. El consumo de alcohol y tabaco les ocupa, y a menudo les preocupa”.
4 Los medios de comunicación y el grupo de amigos comienzan a ejercer una influencia que compite con la nuestra”.
4 “Hasta los doce años, difícilmente encontrará drogas (a excepción de alcohol y tabaco), y es precisamente éste el momento de iniciar las acciones preventivas”.
4 Es muy posible que, como padres, tengamos que ‘abrir la brecha’ de la comunicación, aunque debemos estar preparados para situaciones en las que nuestros propios hijos tomen la iniciativa.
4Es positivo conocer a los amigos de nuestros hijos; fomentar actividades en el hogar.
4 Debemos evitar desconfiar, formular preguntas-trampa, juzgar a priori o rebuscar en sus cajones algo que ‘lo inculpe’, alarmarnos sin razón.
De los 12 a los 16:
4Por lo general, adoptan una actitud de rechazo inicial hacia las drogas (entre los 12 y los 13 años). Pero los años siguientes suele transformarse en curiosidad y fantaseo.
4Los medios de comunicación y el grupo de amigos comienzan a ejercer una potente influencia.
4Nuestro objetivo último es guiar a los hijos hacia una maduración responsable, de forma que vayan siendo progresivamente autoeficaces.
4Las drogas son para los adolescentes una realidad más. El enfrentamiento con las drogas es parte del crecimiento.
4Si creemos que en nuestro hogar puede haber un consumo problemático de drogas, debemos afrontarlo con prudencia. Si vemos que el consumo es muy problemático, debemos buscar ayuda y motivar hacia el tratamiento.

 

Para niños de hasta seis años

-“En estas edades, no conocen las drogas ni se interesan por ellas, por eso cuando respondamos a sus preguntas o toquemos el tema hemos de hacerlo con naturalidad y sin alarmismo”.

-“Los niños hacen lo que ven hacer, por eso los adultos hemos de ser coherentes con lo que hacemos delante de ellos”.

-“Las normas son necesarias. Está claro que los padres han de ser pacientes. Si criamos a un niño que respeta las normas de casa, tendremos a un adolescente que respetará espontáneamente las normas sociales”.

-“Las mejores respuestas en estas edades suelen ser las más simples”.

-“Debemos evitar mentir, banalizar o frivolizar, pasarle la pelota a otros, asustar o atacar.

 

De los 6 a los 12 años:

– “Son perfectamente conscientes de que las drogas existen y de que hay personas que las consumen”.

– “Por lo general, adoptan una actitud de rechazo hacia las drogas. El consumo de alcohol y tabaco les ocupa, y a menudo les preocupa”.

– Los medios de comunicación y el grupo de amigos comienzan a ejercer una influencia que compite con la nuestra”.

– “Hasta los doce años, difícilmente encontrará drogas (a excepción de alcohol y tabaco), y es precisamente éste el momento de iniciar las acciones preventivas”.

– Es muy posible que, como padres, tengamos que ‘abrir la brecha’ de la comunicación, aunque debemos estar preparados para situaciones en las que nuestros propios hijos tomen la iniciativa.

– Es positivo conocer a los amigos de nuestros hijos; fomentar actividades en el hogar.

– Debemos evitar desconfiar, formular preguntas-trampa, juzgar a priori o rebuscar en sus cajones algo que ‘lo inculpe’, alarmarnos sin razón.

 

De los 12 a los 16:

– Por lo general, adoptan una actitud de rechazo inicial hacia las drogas (entre los 12 y los 13 años). Pero los años siguientes suele transformarse en curiosidad y fantaseo.

– Los medios de comunicación y el grupo de amigos comienzan a ejercer una potente influencia.

– Nuestro objetivo último es guiar a los hijos hacia una maduración responsable, de forma que vayan siendo progresivamente autoeficaces.

– 4Las drogas son para los adolescentes una realidad más. El enfrentamiento con las drogas es parte del crecimiento.

– Si creemos que en nuestro hogar puede haber un consumo problemático de drogas, debemos afrontarlo con prudencia. Si vemos que el consumo es muy problemático, debemos buscar ayuda y motivar hacia el tratamiento.

 

"Es responsabilidad de todos la falta de educación en hábitos saludables"

Ferrán Adrià ha pedido al Gobierno español que aproveche la próxima presidencia de la Unión Europea para impulsar que se imparta en los colegios una asignatura sobre alimentación saludable. Como presidente del Consejo Asesor de la Fundación Alícia trabaja, en colaboración con otros profesionales como el cardiólogo Valentín Fuster, en enseñar a los niños que la alimentación es una prioridad para su salud y en mejorar los hábitos alimentarios de nuestra sociedad.

Esmeralda Mardomingo
Ferran Adrià ha pedido al Gobierno español que aproveche la próxima presidencia de la Unión Europea para impulsar que se imparta en los colegios una asignatura sobre alimentación saludable.
Como presidente del Consejo Asesor de la Fundación Alícia trabaja, en colaboración con otros profesionales como el cardiólogo Valentín Fuster, en enseñar a los niños que la alimentación es una prioridad para su salud y en mejorar los hábitos alimentarios de nuestra sociedad.
P. ¿Con qué objetivo se crea la Fundación Alícia?
R. Alícia es un centro que investiga en cocina con rigor científico para conseguir que todos comamos mejor de lo que lo hacemos.
P. ¿Cuáles son las actividades concretas que se realizarán en los colegios?
R. Está definido el objetivo a alcanzar, pero el cómo exactamente -que es la clave de un cambio de actitud vital real- está trabajándose con un equipo de expertos pluridisciplinar, con profesores y con tres escuelas piloto.
P. Junto al cardiólogo Valentín Fuster también está desarrollando varios proyectos fuera de nuestro país ¿nos podría explicar en qué consisten?
R. El Doctor Fuster, amigo y admirado, trabaja en otros grandes proyectos de educación para la salud en países como Colombia.
P. ¿A qué porcentaje de niños españoles afecta la obesidad en estos momentos?
R. A demasiados. Según los datos del sistema nacional de salud publicados en 2007, un 18% de niños entre 2 y 17 años padece algún tipo de sobrepeso y alrededor del 8% ya han desarrollado obesidad. Esto representa más de un millón y medio de niños.
P. ¿De quién es la responsabilidad de que desde pequeños no se inculque la salud como prioridad?
R. De todos. De no tener precisamente esa actitud y valorar  por tanto la necesidad de transmitirla.
P. ¿De qué forma padres y profesores pueden educar a los niños de la importancia de una dieta saludable?
R. Los padres son los primeros responsables de procurar una dieta sana y apetecible a sus hijos. Preparar una buena comida no es difícil ni caro. Y dedicar un poco de tiempo a cocinar para la familia es el mejor ejemplo de cuáles son las cosas que importan.
P. ¿Se debería implantar en los planes de estudio una asignatura obligatoria de alimentación saludable?
R. La escuela no puede ser el único responsable de la educación de los niños en todos los aspectos de la vida. Tiene que ser un medio que contribuya a aprender a comer sano. Pero la reponsabilidad es mucho más compleja, los primeros educadores tienen que ser los padres, pues sólo el 20% de las comidas se realizan en la escuela. También es necesario que los medios de comunicación, los programas televisivos, los municipios, la Administración… contribuyan en la educación de hábitos de vida saludables en general.
P. Siempre ha insistido en que la gastronomía no es ir al Bulli sino comer en casa ¿cuáles son sus recomendaciones para que la compra en el hogar no se dispare de presupuesto?
R. Dedicar un rato a planificar el menú, aprovechar la temporada, recordar siempre que es mejor una buena sardina que una mala langosta… Continúa habiendo muchos productos deliciosos y accesibles a un bolsillo medio de nuestra sociedad.
P. ¿La clave para que los niños aprendan a comer bien desde pequeños pasa por sensibilizar a los padres de la importancia de una dieta saludable?
R. El problema es porqué, a estas alturas, aún no estamos sensibilizados. Por falta de información al respecto no será.
P. De qué forma se puede motivar a los padres para que cambien su actual estilo de vida y que redunde en la salud de toda la familia?
R. Hay que empezar a plantearse -eso sí, cada día- por qué, si preparar el mejor zumo de naranja para los nuestros no requiere ni dos minutos, no lo hacemos.
P. Si estamos a la vanguardia mundial de cocina, ¿podemos estarlo también en gastronomía, en alimentación para escuelas, hospitales…?
R. Al final la materia es la misma, el arte o forma de preparar la comida. Se trata de aprovechar nuestra buena experiencia  en alta cocina y aplicar el mismo esfuerzo, rigor e imaginación a la cocina diaria de estos colectivos, de la mano de los expertos en nutrición. Además de una responsabilidad social, puede ser una aportunidad para nuestro país. En la Fundación Alícia ya hemos empezado a trabajar en ello. z

P. ¿Con qué objetivo se crea la Fundación Alícia?

R. Alícia es un centro que investiga en cocina con rigor científico para conseguir que todos comamos mejor de lo que lo hacemos.

 

P. ¿Cuáles son las actividades concretas que se realizarán en los colegios?

R. Está definido el objetivo a alcanzar, pero el cómo exactamente -que es la clave de un cambio de actitud vital real- está trabajándose con un equipo de expertos pluridisciplinar, con profesores y con tres escuelas piloto.

 

P. Junto al cardiólogo Valentín Fuster también está desarrollando varios proyectos fuera de nuestro país ¿nos podría explicar en qué consisten?

R. El Doctor Fuster, amigo y admirado, trabaja en otros grandes proyectos de educación para la salud en países como Colombia.

 

P. ¿A qué porcentaje de niños españoles afecta la obesidad en estos momentos?

R. A demasiados. Según los datos del sistema nacional de salud publicados en 2007, un 18% de niños entre 2 y 17 años padece algún tipo de sobrepeso y alrededor del 8% ya han desarrollado obesidad. Esto representa más de un millón y medio de niños.

 

P. ¿De quién es la responsabilidad de que desde pequeños no se inculque la salud como prioridad?

R. De todos. De no tener precisamente esa actitud y valorar  por tanto la necesidad de transmitirla.

 

P. ¿De qué forma padres y profesores pueden educar a los niños de la importancia de una dieta saludable?

R. Los padres son los primeros responsables de procurar una dieta sana y apetecible a sus hijos. Preparar una buena comida no es difícil ni caro. Y dedicar un poco de tiempo a cocinar para la familia es el mejor ejemplo de cuáles son las cosas que importan.

 

P. ¿Se debería implantar en los planes de estudio una asignatura obligatoria de alimentación saludable?

R. La escuela no puede ser el único responsable de la educación de los niños en todos los aspectos de la vida. Tiene que ser un medio que contribuya a aprender a comer sano. Pero la reponsabilidad es mucho más compleja, los primeros educadores tienen que ser los padres, pues sólo el 20% de las comidas se realizan en la escuela. También es necesario que los medios de comunicación, los programas televisivos, los municipios, la Administración… contribuyan en la educación de hábitos de vida saludables en general.

 

P. Siempre ha insistido en que la gastronomía no es ir al Bulli sino comer en casa ¿cuáles son sus recomendaciones para que la compra en el hogar no se dispare de presupuesto?

R. Dedicar un rato a planificar el menú, aprovechar la temporada, recordar siempre que es mejor una buena sardina que una mala langosta… Continúa habiendo muchos productos deliciosos y accesibles a un bolsillo medio de nuestra sociedad.

 

P. ¿La clave para que los niños aprendan a comer bien desde pequeños pasa por sensibilizar a los padres de la importancia de una dieta saludable?

R. El problema es porqué, a estas alturas, aún no estamos sensibilizados. Por falta de información al respecto no será.

 

P. De qué forma se puede motivar a los padres para que cambien su actual estilo de vida y que redunde en la salud de toda la familia?

R. Hay que empezar a plantearse -eso sí, cada día- por qué, si preparar el mejor zumo de naranja para los nuestros no requiere ni dos minutos, no lo hacemos.

 

P. Si estamos a la vanguardia mundial de cocina, ¿podemos estarlo también en gastronomía, en alimentación para escuelas, hospitales…?

R. Al final la materia es la misma, el arte o forma de preparar la comida. Se trata de aprovechar nuestra buena experiencia  en alta cocina y aplicar el mismo esfuerzo, rigor e imaginación a la cocina diaria de estos colectivos, de la mano de los expertos en nutrición. Además de una responsabilidad social, puede ser una aportunidad para nuestro país. En la Fundación Alícia ya hemos empezado a trabajar en ello.

 

I+D en la alimentación

I+D en la alimentación

Alícia es el nombre por el que se conoce la Fundación Alícia, Alimentación y Ciencia, una entidad sin ánimo de lucro creada en el año 2004.

Alícia es el nombre por el que se conoce la Fundación Alícia, Alimentación y Ciencia, una entidad sin ánimo de lucro creada en el año 2004. Es un centro de investigación dedicado a la innovación tecnológica en cocina y a la difusión del patrimonio agroalimentario y gastronómico. Tiene una clara vocación social con el objetivo de promover una buena alimentación.
Esta Fundación, creada por la Generalitat de Cataluña y Caixa Manresa, cuenta con un Consejo Asesor presidido por el chef Ferran Adrià y con el asesoramiento del cardiólogo Valentín Fuster.

Es un centro de investigación dedicado a la innovación tecnológica en cocina y a la difusión del patrimonio agroalimentario y gastronómico. Tiene una clara vocación social con el objetivo de promover una buena alimentación.

Esta Fundación, creada por la Generalitat de Cataluña y Caixa Manresa, cuenta con un Consejo Asesor presidido por el chef Ferran Adrià y con el asesoramiento del cardiólogo Valentín Fuster.

 

Las dos caras del trabajo infantil

¿Son determinadas formas de trabajo infantil un peaje obligatorio para que los países subdesarrollados salgan de la pobreza? ¿Qué tipo de empleos deberían prohibirse a toda costa? Todos compartimos el sueño de un mundo en el que los niños puedan estudiar sin carga laboral alguna. Las divergencias surgen a la hora de trazar el camino a seguir.

RODRIGO SANTODOMINGO
Supongamos que una comitiva de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) desembarca en cualquier país en vías de desarrollo. Su objetivo, convencer al gobierno de turno sobre la imperiosa necesidad de erradicar sin demora el trabajo infantil de su sistema productivo.
Intuyen los técnicos de la OIT que la vertiente humanitaria del problema (la negación del derecho a la Educación y a gozar de una infancia plena sin presiones laborales) no conmoverá necesariamente a sus interlocutores. Por eso vienen provistos de refinadas predicciones estadísticas sobre los inmensos beneficios económicos de acabar con una práctica que (haciendo caso omiso al diablillo del relativismo, ya saben, en Occidente no, en otros países sí) todos consideramos aberrante.
Si el país está en el África Sub-sahariana, por cada dólar invertido en atajar la plaga retornan cinco para la economía nacional. En Asia, siete. Las ventajas son “enormes, casi astronómicas en términos de productividad, aumento salarial y recaudación de impuestos”, aseguraba hace un par de años Frans Roeselaers, director del Programa Internacional para la Eliminación del Trabajo Infantil (IPEC en sus siglas en inglés), durante la presentación del informe que recoge tan optimistas cálculos.
“¿Y esto para cuándo?”, preguntan algo escépticos los países pobres. “De aquí a 20 años”, responde la OIT. Mientras, sólo cabe hablar de costes. Para infraestructuras educativas y formación del profesorado. Para arreglar los desajustes en el mercado laboral. Para que las familias puedan apañárselas sin esa fuente de ingresos que antes se enfundaba el mono de trabajo y ahora viste de escolar.
No al boicot
“Planes integrales”, “visión multidisciplinar”, “intervenciones micro”. Son todas expresiones utilizadas por la directora de sensibilización de Unicef-España, Marta Arias, cuando habla de posibles estrategias en la lucha contra el trabajo infantil, un fenómeno que no desaparecerá “mientras exista pobreza”.
Arias insiste en la importancia de evitar “prácticas contraproducentes” como el boicot a productos sospechosos de haber sido elaborados con mano de obra infantil. En Bangladesh, unos 50.000 niños que trabajaban en la industria textil fueron despedidos tras aprobar EEUU una ley de importación llena de buenas intenciones. Su destino fue en muchos casos la prostitución, la mendicidad o un nuevo empleo en la minería.
Incluso aquellos estados que más empeño ponen en alejar a sus niños de la vida laboral se niegan a concretar soluciones tajantes o a aceptar fechas límite impuestas por la comunidad internacional. En 2000, Bill Clinton propuso sancionar a las naciones que consintieran las peores formas de trabajo infantil. Brasil e India criticaron duramente una iniciativa que tildaron de “moralista” y encaminada a ralentizar el despegue de las economías emergentes. También recordaron que el mundo rico hizo la vista gorda con el empleo de menores hasta que su desarrollo económico le permitió terminar con lo que muchos consideran un “mal necesario” intrínseco al sistema capitalista.z

 

Supongamos que una comitiva de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) desembarca en cualquier país en vías de desarrollo. Su objetivo, convencer al gobierno de turno sobre la imperiosa necesidad de erradicar sin demora el trabajo infantil de su sistema productivo.

Intuyen los técnicos de la OIT que la vertiente humanitaria del problema (la negación del derecho a la Educación y a gozar de una infancia plena sin presiones laborales) no conmoverá necesariamente a sus interlocutores. Por eso vienen provistos de refinadas predicciones estadísticas sobre los inmensos beneficios económicos de acabar con una práctica que (haciendo caso omiso al diablillo del relativismo, ya saben, en Occidente no, en otros países sí) todos consideramos aberrante.

Si el país está en el África Sub-sahariana, por cada dólar invertido en atajar la plaga retornan cinco para la economía nacional. En Asia, siete. Las ventajas son “enormes, casi astronómicas en términos de productividad, aumento salarial y recaudación de impuestos”, aseguraba hace un par de años Frans Roeselaers, director del Programa Internacional para la Eliminación del Trabajo Infantil (IPEC en sus siglas en inglés), durante la presentación del informe que recoge tan optimistas cálculos.

“¿Y esto para cuándo?”, preguntan algo escépticos los países pobres. “De aquí a 20 años”, responde la OIT. Mientras, sólo cabe hablar de costes. Para infraestructuras educativas y formación del profesorado. Para arreglar los desajustes en el mercado laboral. Para que las familias puedan apañárselas sin esa fuente de ingresos que antes se enfundaba el mono de trabajo y ahora viste de escolar.

 

NO AL BOICOT

“Planes integrales”, “visión multidisciplinar”, “intervenciones micro”. Son todas expresiones utilizadas por la directora de sensibilización de Unicef-España, Marta Arias, cuando habla de posibles estrategias en la lucha contra el trabajo infantil, un fenómeno que no desaparecerá “mientras exista pobreza”.

Arias insiste en la importancia de evitar “prácticas contraproducentes” como el boicot a productos sospechosos de haber sido elaborados con mano de obra infantil. En Bangladesh, unos 50.000 niños que trabajaban en la industria textil fueron despedidos tras aprobar EEUU una ley de importación llena de buenas intenciones. Su destino fue en muchos casos la prostitución, la mendicidad o un nuevo empleo en la minería.

Incluso aquellos estados que más empeño ponen en alejar a sus niños de la vida laboral se niegan a concretar soluciones tajantes o a aceptar fechas límite impuestas por la comunidad internacional. En 2000, Bill Clinton propuso sancionar a las naciones que consintieran las peores formas de trabajo infantil. Brasil e India criticaron duramente una iniciativa que tildaron de “moralista” y encaminada a ralentizar el despegue de las economías emergentes. También recordaron que el mundo rico hizo la vista gorda con el empleo de menores hasta que su desarrollo económico le permitió terminar con lo que muchos consideran un “mal necesario” intrínseco al sistema capitalista.

 

QUÉ

Ni las voces más autorizadas se ponen de acuerdo. Unicef advierte que desde que el tema figura en el top de la agenda humanitaria internacional se “han utilizado multitud de medidas y definiciones”, lo que ha creado “confusión en torno a la naturaleza exacta del problema”. El último intento de acotar en pocas palabras un fenómeno tan complejo data de 2008, e incorpora como novedad las tareas domésticas que arañen tiempo al estudio, tradicionalmente obviadas en las estadísticas.

La definición tipo suele tener zonas blancas (no es trabajo infantil echar una mano en casa o en el negocio familiar, los empleos “ligeros” a partir de ciertas edades) negras (prostitución, guerra, esclavitud) y una pantanosa escala de grises. ¿Qué entendemos por “nocivo” para la salud física y mental? ¿Y por “dignidad” del niño? Ambigüedad léxica que obliga a la Organización Internacional del Trabajo (OIT) a relativizar el término: “la respuesta (a qué es trabajo infantil) varía entre países”.

Otra opción pasa por fijar límites horarios. Antes de los 11 años, proscrito. Entre 12 y 14, no más de 14 horas. A partir de esa edad, carta blanca para que cada país legisle a su manera sin consentir que los menores de 18 años desempeñen labores de alto riesgo. Son los parámetros más utilizados por Unicef y la OIT.


CUÁNTO
Seguro, entre 150 y 200 millones.  La fragilidad burocrática de los países pobres, la opacidad de la economía sumergida, el interés por falsear cifras y la propia esencia difusa del término no contribuyen precisamente a conseguir cálculos precisos. ¿Probable entonces que sumen más? Hay quien dice que podría ser al contrario, ya que en ocasiones es necesario extrapolar datos y recurrir a otras licencias que pueden distorsionar la realidad, aunque no sabemos si para bien o para mal.
Antes de la crisis, la tendencia descendente (según la OIT, entre 2000 a 2004 pasamos 211 a 190 millones) hizo soñar con metas nutridas por alardes de optimismo y algunas gotas de ingenuidad: erradicar por completo las formas más crueles antes de 2016, finiquitar el asunto en todas sus formas de aquí a 30 años. Ahora prima la cautela, los “ya veremos” y el temor a que el próximo recuento depare sorpresas desagradables.


DÓNDE
En números absolutos, Asia ocupa el primer lugar con más de 120 millones, aproximadamente el 20% de su población menor de 14 años. El África Sub-sahariana aparece, con tasas superiores al 25%, como la región más castigada en términos relativos. Latinoamérica es el milagro: asevera la OIT que en cuatro años redujo sus cifras de 17 a 5 millones.
Aquejada de gigantismo demográfico y siniestros contrastes, India lidera la clasificación por países con entre 30 y 40 millones de infantes sin infancia. Le siguen muy de lejos Bangladesh, Perú, Pakistan y Brasil.


CÓMO
En contra del tópico que nace en el hollín de las novelas de Dickens y viaja en el tiempo hasta los infames tugurios donde pequeñas manos zurcen material deportivo de marca, la inmensa mayoría de los niños trabajadores (casi un 70%) se dedica a la agricultura. Le sigue el sector servicios (puestos callejeros, todas las modalidades de empleos urbanos poco cualificados) con un 22%, mientras que la industria sólo recoge al 8% restante.

 

Juan Felipe Hunt, director de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) en España

Juan Felipe Hunt, Director de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) en España

Siendo tan ambiguas, ¿sirven de algo las definiciones sobre trabajo infantil?

Sí sirven. Todas las definiciones tienen algo de pragmático, se trata de saber dónde estamos, con qué fenómeno nos enfrentamos. Eso hay que tenerlo claro. Otra cosa es que en el camino se acepten tareas que no dañen el desarrollo físico, emocional y educativo del niño.

Siendo tan ambiguas, ¿sirven de algo las definiciones sobre trabajo infantil?
Sí sirven. Todas las definiciones tienen algo de pragmático, se trata de saber dónde estamos, con qué fenómeno nos enfrentamos. Eso hay que tenerlo claro. Otra cosa es que en el camino se acepten tareas que no dañen el desarrollo físico, emocional y educativo del niño.
¿Y qué lo daña? Trabajar en una mina, sí; echar una mano en el negocio familiar, probablemente no. Hay ejemplos claros, pero otros muchos no tanto.
Existen zonas grises, claro, ¿dónde no las hay en este mundo? Aún así considero que nuestra organización lo define de manera bastante exhaustiva. También es importante la distinción entre las peores formas de trabajo infantil (prostitución, niños soldado, esclavos o en condiciones de semiesclavitud) y el resto. Terminar con las primeras es nuestro objetivo prioritario; con las segundas, el objetivo final.
Occidente lo utilizó para desarrollarse hasta bien entrado el siglo XX, y su erradicación fue un proceso muy progresivo. ¿Cómo se convence a los países pobres de que hay que terminar radicalmente con él, cuanto antes?
Diciéndoles que es un desastre para todos. Las familias obtienen una renta, sí, pero hipotecan el futuro de su hijo. Nuestra organización también ha demostrado que el coste económico para el país es brutal. Desde cualquier punto de vista, supone un error de bulto pensar que pueda ser beneficioso. Perpetuarlo condena a toda la sociedad a la pobreza.
Pero en el corto plazo, los niños pueden ser obligados a emplearse en trabajos peores, las familias dejan de percibir un ingreso, los empresarios han de contratar mano de obra más cara y el estado debe invertir en Educación. Un esfuerzo enorme.
Cada país tendrá que ir a su ritmo, establecer plazos o fechas límite es muy difícil. Ahora con la crisis hemos detectado un incremento de niños trabajadores, niñas sobre todo. Algunos estados han reducido los programas de ayuda, quizá a los padres que han perdido sus empleos no les quede otra que movilizar a todos los recursos familiares para sobrevivir. Esto no ayuda.
Antes de la crisis íbamos a mejor. Todas las regiones redujeron sus cifras entre 2000 y 2004. El caso de Latinoamérica asombra: de 17,4 a 5,7 millones de niños trabajadores en cuatro años.
Sí, sorprende. Las cifras son el resultado de los programas de alfabetización y apoyo a la infancia que se han llevado a cabo, sobre todo y por importancia demográfica en Brasil y México, aunque también en otros países como Venezuela y Bolivia. La tendencia global era muy buena, y confiamos en que los efectos de la crisis, que habrá que analizar cuando remontemos el vuelo, no la invierta.

 

Siendo tan ambiguas, ¿sirven de algo las definiciones sobre trabajo infantil?

Sí sirven. Todas las definiciones tienen algo de pragmático, se trata de saber dónde estamos, con qué fenómeno nos enfrentamos. Eso hay que tenerlo claro. Otra cosa es que en el camino se acepten tareas que no dañen el desarrollo físico, emocional y educativo del niño.

 

¿Y qué lo daña? Trabajar en una mina, sí; echar una mano en el negocio familiar, probablemente no. Hay ejemplos claros, pero otros muchos no tanto.

Existen zonas grises, claro, ¿dónde no las hay en este mundo? Aún así considero que nuestra organización lo define de manera bastante exhaustiva. También es importante la distinción entre las peores formas de trabajo infantil (prostitución, niños soldado, esclavos o en condiciones de semiesclavitud) y el resto. Terminar con las primeras es nuestro objetivo prioritario; con las segundas, el objetivo final.

 

Occidente lo utilizó para desarrollarse hasta bien entrado el siglo XX, y su erradicación fue un proceso muy progresivo. ¿Cómo se convence a los países pobres de que hay que terminar radicalmente con él, cuanto antes?

Diciéndoles que es un desastre para todos. Las familias obtienen una renta, sí, pero hipotecan el futuro de su hijo. Nuestra organización también ha demostrado que el coste económico para el país es brutal. Desde cualquier punto de vista, supone un error de bulto pensar que pueda ser beneficioso. Perpetuarlo condena a toda la sociedad a la pobreza.

 

Pero en el corto plazo, los niños pueden ser obligados a emplearse en trabajos peores, las familias dejan de percibir un ingreso, los empresarios han de contratar mano de obra más cara y el estado debe invertir en Educación. Un esfuerzo enorme.

Cada país tendrá que ir a su ritmo, establecer plazos o fechas límite es muy difícil. Ahora con la crisis hemos detectado un incremento de niños trabajadores, niñas sobre todo. Algunos estados han reducido los programas de ayuda, quizá a los padres que han perdido sus empleos no les quede otra que movilizar a todos los recursos familiares para sobrevivir. Esto no ayuda.

 

Antes de la crisis íbamos a mejor. Todas las regiones redujeron sus cifras entre 2000 y 2004. El caso de Latinoamérica asombra: de 17,4 a 5,7 millones de niños trabajadores en cuatro años.

Sí, sorprende. Las cifras son el resultado de los programas de alfabetización y apoyo a la infancia que se han llevado a cabo, sobre todo y por importancia demográfica en Brasil y México, aunque también en otros países como Venezuela y Bolivia. La tendencia global era muy buena, y confiamos en que los efectos de la crisis, que habrá que analizar cuando remontemos el vuelo, no la invierta.