Solos ante el juego (o cómo la videoconsola sustituyó al parque)

Ordenadores, videoconsolas
y televisiones por
doquier. Sobredosis de
actividades extraescolares.
Desaparición paulatina
de los tradicionales
lugares de encuentro lúdico.
Poco ayudan nuestras
sociedades a que los
niños jueguen en compañía.
Pero no hacerlo mermará
con seguridad sus
habilidades sociales.

Autor: padresycolegios.com

Hace unos diez años, la catedrática de Psicología de la Educación en la
Universidad de Sevilla, Rosario Ortega, publicó un estudio sobre hábitos de
juego entre los niños españoles. Los resultados planteaban una curiosa
dicotomía: la mayoría respondieron que preferían jugar en la calle, pero también
que sus juguetes favoritos eran las videoconsolas y los juegos de construcción,
que sin duda fomentan la actividad lúdica casera y, muchas veces, en soledad.
Más recientemente, de un informe realizado por Ikea se desprendía que el 60% de
los niños de este país suelen jugar solos, frente a un 35% que se rodea con más
frecuencia de amigos.
No es más que el refrendo estadístico de una realidad
evidente: nuestra sociedad está perdiendo el placer del juego colectivo. Según
la profesora del CSEU La Salle y experta en ludoteconomía, María López
Matallana, esto es debido a tres razones fundamentales: «El descenso de la
natalidad, la desaparición paulatina del espacio y del tiempo de juego [debido,
por ejemplo, a la sobrecarga de actividades extraescolares] y el uso, cada vez
más generalizado, del ordenador como recurso lúdico y de la televisión como
niñera».
En una sociedad tan sofisticada como la japonesa, los niños ultra-
solitarios ya tienen nombre: son los hikikomori, chavales que se recluyen en su
habitación para hincharse de videojuegos y telebasura, eliminando cualquier
contacto social y llegando incluso a dejar de ir a la
escuela.

PERJUICIOS

En
realidad, jugar sin compañía no es siempre perjudicial. En dosis moderadas, es
una práctica que favorece la independencia y autonomía del niño. De hecho, es lo
que se suele hacer la mayor parte del tiempo hasta los cinco o seis años. El
problema, afirma el psicólogo norteamericano Robert Caplan en un artículo, es
que «a la edad de siete u ocho años, los niños que aún juegan solos pudieran
estar en riesgo de ser rechazados por sus pares, así como de no aprender las
destrezas sociales necesarias para obtener relaciones exitosas».
En la misma
línea, una de las conclusiones de un seminario organizado por la Fundación
Crecer Jugando aseguraba que «numerosos estudios confirman que el principal
elemento que contribuye al desarrollo infantil es la relación que los pequeños
establecen con sus compañeros de juego».
López Matallana también afirma que
jugar en soledad limita el aprendizaje de las «habilidades de convivencia»
[ceder, pactar, llegar a acuerdos], que sólo «se adquieren entre iguales, no en
las relaciones jerárquicas entre niños y adultos».
Ante este panorama, los
padres tienen la opción de conformarse con la tranquilidad de tener al niños
perfectamente controlado, o esforzarse por socializar el juego de sus retoños.
¿Cómo? Responde López Matallana: «se puede invitar a niños a casa, buscar el
espacio de juego como los parques o las ludotecas y, por supuesto, jugar con
ellos siempre que se pueda».
Existen también tipologías de juguetes
especialmente recomendadas para aprender a vivir en sociedad. La Fundación
Crecer Jugando habla de tres: los que favorecen la acción y la respuesta
(pelota, juegos de raqueta, de habilidad…), aquellos que potencian la
necesidad de comunicación (magnetófonos, radioteléfonos, títeres…) y, por
último, todos los que suponen la aplicación de reglas. Y recordad: según la
Feria Internacional del Juguete, al elegir un juguete, el criterio más valorado
por el 49% de los niños es «que sirva para jugar con otros niños». No será
porque ellos no quieren…

La televisión les roba el sueño

Autor: padresycolegios.com

Un trabajo realizado por especialistas de la Universidad de Washington y
publicado recientemente en la revista Pediatrics ha dado el enésimo motivo para
restringir el tiempo que nuestros hijos pasan delante de la pantalla del
televisor. Según sus conclusiones, la caja tonta les provoca dificultades para
conciliar el sueño e irregularidades en sus patrones de descanso. «Las pautas
uniformes en este sentido son muy importantes para asegurar el descanso óptimo y
para evitar problemas como el insomnio o los despertares inoportunos», han
explicado los investigadores.
Según parece, la brillante luz de la pantalla
provoca una excitación en el niño que hace que, en lugar de irse relajado a
dormir, lo haga con cierto nerviosismo, lo que le impide conciliar el sueño y
aprovechar el descanso al máximo. Por este motivo, la Academia Americana de
Pediatría aconseja que los menores de dos años no vean la tele en absoluto y que
los que sobrepasen esa edad nunca vean más de hora y media o dos horas (como
mucho) diarias; y que no lo hagan imediatamente antes de acostarse.

El estudio y la implicación de los padres, claves del éxito escolar

La población de origen asiático en Estados Unidos supone
solo el 4,2% del total. Pero está mucho mejor representada
entre el alumnado de las universidades prestigiosas: en la Universidad
de California (Berkeley), el 41% de los alumnos son
asiáticos; en Stanford, Columbia y Pensilvania, alrededor del
25%; y en Harvard, el 18%. ¿Son más listos? No, trabajan más
y tienen unos padres que les empujan a tener éxito.

Autor: padresycolegios.com

Este es el diagnóstico de las hermanas Soo Kim Abbound y Jane Kim –cirujana y profesora, la primera; licenciada en Derecho y experta en inmigración, la segunda–, en su libro «Top of the Class: How Asian Parents Raise High Achievers –and How You Can Too» [Los primeros de la clase: qué hacen los padres asiáticos para tener hijos triunfadores… y cómo puede conseguirlo usted]. Las hermanas Kim consideran que si los hijos de familias asiáticas destacan académicamente es porque estudian y sus padres se implican –con mano firme– en su educación.
Las autoras del libro, recientemente publicado en Estados Unidos, insisten en que no es necesario gastar dinero en tutores o profesores particulares; basta con que los padres pasen tiempo con sus hijos y que haya disciplina en casa. Como explica Alex Williams en The New York Times (16-10-2005), decisivo según las autoras es que los asiáticos forman «hogares estrictos donde los padres pasan varias horas al día educando a sus hijos, donde el acceso a la cultura ´pop´ es limitado, y se enseña a los niños que sus fallos dan mala imagen de la familia».
En el hogar de las hermanas Kim, sus padres insistían en que volvieran directamente a casa a estudiar después del colegio, en lugar de salir con sus amigas (sólo podían verlas el fin de semana), y tenían un límite de una hora de televisión a la semana y 15 minutos diarios de teléfono. A la vuelta de los años, las hermanas Kim celebran la educación estricta que recibieron de sus progenitores y la proponen como ejemplo. Pero también advierten del peligro que tiene una educación enfocada exclusivamente hacia el triunfo.

ESTUDIO Y CONSTANCIA

Las hermanas Kim, que fueron a colegios públicos, piensan que los estudiantes asiáticos no son más listos, pero trabajan con constancia, apoyados por unos padres que consideran la competencia como algo inevitable y necesario.
La situación de los asiáticos afincados en Estados Unidos contrasta con la del resto de los grupos étnicos del país. Mientras que el 47% de los asiáticos mayores de 25 años tiene un título universitario de primer grado (la media nacional está en el 27%), y un 16% tiene títulos superiores (frente a una media nacional del 9%), muchos hispanos y afroamericanos abandonan los estudios antes de completar la enseñanza secundaria.
Por otra parte, la media de ingresos de los asiáticos es 10.000 dólares superior a la de otras minorías.
Aunque las razones de estas desigualdades son diversas, los expertos destacan el distinto grado de implicación de los padres en la educación de sus hijos. Los padres asiáticos, dicen, tienden a exigir más e insisten mucho en las buenas notas. Por esta razón, apunta Larry Elder (WorldNetDaily, 21-04- 2005), no se puede esperar luego idénticos resultados de los niños de todos los grupos. «Los partidarios del multiculturalismo no sólo exigen los mismos derechos. Piden también los mismos resultados. Pero los resultados requieren trabajo duro, sacrificio y disciplina».

Queso mordido

Autor: padresycolegios.com

Un día apareció el queso de la nevera mordisqueado como si hubiera un ratón en casa. Cuando la madre, Elena, preguntó a sus dos hijos si sabían que había pasado, nadie parecía haber visto nada ni saber nada del asunto. Pasó tiempo hasta que Carlos, el más pequeño de la familia con cinco años dijo sin sentirse muy seguro por temor a represalias: ¡Creo que he sido yo!

Fundir los plomos

Autor: padresycolegios.com

Estando de vacaciones en familia, el abuelo se puso malo. Los niños de la casa,
dos hermanos, Luis y Alfonso, de 5 y 4 años respectivamente, decidieron ponerle
unos paños de agua caliente como habían visto en algún sitio que se hacía cuando
las personas mayores estaban enfermas. Así que, ni cortos ni perezosos cogían
papel del wc y lo calentaban encima de una bombilla antes de ponérselo al abuelo
en la frente. Al cabo de un rato se fue la luz. ¡Se habían fundido los plomos de
toda la casa!

El femenino…

Autor: padresycolegios.com

A veces, hablar del femenino de los animales puede resultar embarazoso. Eso pensó Flora cuando, jugando con su hija Mariam a adivinar el femenino de los animales, su hija contestó sin pensárselo dos veces. ¿Para qué complicarse? Primero la madre preguntó el femenino de gato. Mariam contestó rauda y veloz. ¡Pues gato!. Muy bien pensó la madre. Ahora adivina el femenino de cerdo. ¡Pues cerdo!, dijo Mariam. El problema surgió cuando Flora le pidió que averiguara el femenino del pollo.

La autonomía de nuestros hijos La mejor ayuda, no ayudar

Todos los padres, o la mayoría de ellos, nacemos con el instinto
programado de amar y proteger a nuestros hijos. Les queremos
evitar sufrimientos, dolor, rodear de cariño y de seguridad.
Pero, ¿sabemos cómo se hace eso? ¿Creéis que evitándole
errores, fracasos o decepciones lo conseguiremos? ¿Creéis
que haciéndoles la vida más cómoda y fácil se sentirán más
seguros y fuertes?

Autor: Elena Roger

Muchos padres sabéis que ofrecer a vuestros hijos la oportunidad de equivocarse es ofrecerles también la oportunidad de aprender, de rectificar errores y mejorar. De madurar, en definitiva. Pero este principio se puede ampliar y enriquecer. Podemos ir más allá y no solo dejar que nuestros hijos se equivoquen y aprendan de sus errores sino además ayudarles a «separarse de nosotros».
Esto, que puede asustar a más de uno, se traduce en dos palabras: dejar libertad. Nuestros hijos no son propiedad nuestra ni tampoco nosotros somos parte de ellos ni ellos de nosotros. Son individuos en constante proceso de crecimiento, con necesidades e ideas independientes a las nuestras y con un proceso de maduración distinto al que nosotros tuvimos a su misma edad. No debemos hacerles creer que somos indispensables para ellos o que nos necesitan para ser ellos mismos.
Haim G. Ginott, en su libro Entre padres e hijos, de la editorial Medici, afirma que un buen padre, como un buen maestro, es el que se hace cada vez menos indispensable para los niños.
¿Qué quiere decir esto? Pues que debemos enseñar a nuestros hijos a ser autónomos e independientes.
En el día a día en casa este principio no es tan evidente. Cuando son bebés nos es fácil ayudarles a ser independientes de manera inconsciente: les mostramos su reflejo ante un espejo, les hacemos La autonomía de nuestros hijos La mejor ayuda, no ayudar cosquillas para identificar las diferentes partes del cuerpo, les fomentamos el arrastre y gateo… todo son pasos inconscientes que damos hacia este objetivo final.

BUENAS INTENCIONES

Pero en otras ocasiones actuamos con la mejor de nuestra intenciones, con todo el amor del mundo, pero no lo hacemos todo lo bien que sabemos. Cada día ocurren decenas de circunstancias que sin darnos cuenta dicen sin palabras a nuestros hijos que ellos mismos no se bastan y necesitan de nuestra ayuda:
– Esa pieza del puzzle no va ahí, cariño, va aquí.
– Tu no puedes solito. Ven que te abroche los zapatos (por cierto, ¿cuántos niños de 10 años saben abrochárselos hoy en día?).
– Te voy a poner guapísimo. Ven que te peine y te ponga colonia.
– Te pongo el bocadillo dentro de la mochila para que no se te olvide.
– Estos deberes son dificilísimos para ti. Deja que te ayude.
– No te preocupes, cielo. Encontraré tu peonza y cuando vuelvas del colegio ya la tendrás.
– Te he preparado la ropa de mañana.
– Deja que abra yo el paquete de galletas. Tú no podrás.

Cuando nuestro hijo se esfuerza por superar un reto o un problema, es lógico sentir el impulso de ayudarlo. Sin embargo, si queremos ayudarle debemos no ayudarle en ese momento, como dice Haim G. Ginott. En ese momento nuestro hijo lucha para saber hasta qué punto es autónomo y su opinión sobre él mismo dependerá directamente de la frecuencia y manera en que le ayudamos.

CÓMO AYUDAR

¿Quieres saber cómo ayudar a tu hijo a ser autónomo?
La teoría está clara y la mayoría de vosotros estará de acuerdo con este planteamiento pero, ¿sabéis cómo conseguir que vuestros hijos sean más autónomos e independientes en la práctica? ¿Cómo se fomenta este hábito desde casa?
Casi todos sabemos que establecer tareas para cada uno de nuestros hijos en casa fomenta la responsabilidad (Carlos saca la basura, Clara pone la mesa, Javi compra el periódico cada fin de semana, todos se hacen su cama y tiran la ropa a lavar), casi todos sabemos que debemos graduarles las dificultades en función de la edad y capacidad madurativa, casi todos sabemos que hay que dejarles explorar, dejarles equivocarse, dejarles aprender por ensayo-error.
tomar sus propias decisiones en cada etapa de su vida y en proporción a su capacidad madurativa, si es capaz de asumir responsabilidades y de hacer las cosas por sí mismo acabará creyéndose un individuo competente y, de hecho, será un individuo competente.

© solohijos.com

Fumar a escondidas desde los 13

Nada de amenazas. Frente al consumo de tabaco por los jóvenes,
los padres debemos mostrarles las consecuencias inmediatas
del pernicioso hábito.

Autor: MAR VILLASANTE

Prueban y se quedan. Seis de cada diez jóvenes de entre 14 y 18 años ha fumado
alguna vez y casi una tercera parte son fumadores activos antes de cumplir los
18. La edad media de inicio del consumo de tabaco es de 13 años, aunque la
mayoría empiezan a los doce. Sólo un año o dos más tarde, a los 14, ya son
consumidores diarios. De modo que, después del alcohol, el tabaco se ha
convertido en la droga más consumida entre los adolescentes.
Son cifras de la
última encuesta del Plan Nacional sobre Drogas,correspondientes al año 2004, que
revelan el alarmante dato de la precocidad con la que los jóvenes se enganchan
al tabaco.
A pesar de las insistentes campañas de sensibilización, España ha
sido el único país europeo en el que ha aumentado el consumo de tabaco entre los
jóvenes, empujados por «el deseo de adoptar conductas de adultos, atreverse con
lo prohibido o integrarse en el grupo», explica María José Prieto, psicóloga de
la Agencia Antidroga de Madrid.
¿Qué debemos hacer si descubrimos que
nuestros hijos fuman a escondidas? «Lo primero es no obsesionarse», señala la
psicóloga, «hablar con ellos y escucharles, hacerles preguntas abiertas más que
sugerencias». Es decir, que en lugar de amenazarle con un «te voy a romper la
cara» o un «no fumes, eso es malo», podemos recurrir al «¿Por qué fumas? ¿Qué te
aporta? ¿Qué consecuencias crees que tiene? ¿Por qué fumas ahora si cuando eras
pequeño nos reñías a nosotros?»
Mercedes, madre de un chico de 15 años,
recuerda que «mi hijo es el que desde muy pequeño me dice que deje de fumar».
«Lo hemos hablado muchas veces y yo le digo: ya ves que quiero dejarlo y no
puedo, si das una calada te puede pasar lo mismo que a mí». «A mi hijo nunca se
lo diré, pero yo empecé a los 14», se lamenta.
A la hora de exponerles las
razones para no fumar, la psicóloga María José Prieto recomienda que no acudamos
a las consecuencias a largo plazo, porque «un adolescente no tiene la sensación
de que su salud es vulnerable, así que si le decimos que va a tener un cáncer de
pulmón o una enfermedad aguda respiratoria se parte de risa». Por eso, es mejor
recurrir a las cosas que les interesan: «Si besas a un chico olerás mal, se te
pondrán los dientes amarillos…». Inconvenientes, en definitiva, para su modo
de vida adolescente.