Sí, un adolescente puede vivir sin móvil

OLGA FERNÁNDEZ
Alba (14 años) tiene móvil, pero casi no lo utiliza: “Es como si no lo tuviera porque solo lo uso dos días a la semana”. Esta adolescente de 2º de secundaria vive en una aldea remota de la montaña leonesa, a 1.200 metros de altitud, “y la cobertura no llega”, dice. Se desplaza en autobús al instituto, a 30 kilómetros de su casa, y es entonces, cuando al perder altitud, puede utilizar el móvil. “Pero mis padres solo dejan que lo baje dos días a la semana porque dicen que me entretiene mucho. Me lo dejan esos días para que no me sienta marginada porque todos mis compañeros lo llevan”. Los inconveniente que relata son varios: “No estoy conectada con mis amigas, ni al tanto de las conversaciones que mantienen por WhatsApp; si tengo dudas de clase o me faltan apuntes debo utilizar el teléfono fijo o a través del correo, en el ordenador; y lo peor es que no puedo utilizarlo en los descansos de clase, ni escuchar música, ni navegar en Internet, ni seguir las redes sociales, como hacen mis compañeros”. La ventaja que encuentra, según dice, es que cuando hay conflictos en Instagram por la publicación de fotos o “broncas” en los grupos de WhatsApp, ella está al margen. Alba forma parte del 7% de adolescentes de 14 años que no tiene móvil en España.
A qué edad tener móvil
Según datos recientes de la “Encuesta sobre Equipamiento y Uso de Tecnologías de Información y Comunicación en los Hogares, TIC-H 2017”, realizada por el Instituto Nacional de Estadística (INE), a los 14 años, un 92,8 % de adolescentes tiene móvil, y a los 15, un 94 %. De forma que, desde los 14 años, nueve de cada diez niños disponen de este dispositivo. Los datos también desvelan que cada vez se extiende más su uso entre los niños pequeños: a los 10 años sólo un 25% de ellos lo utiliza, pero a los 11 años pasan a tenerlo un 45,2%, casi el doble. A medida que cumplen años aumenta la tendencia: a los 12, un 75%, y a los 13, un 83,2 %. En las edades más inferiores es posible encontrar niños sin móvil, como Carmen (10 años), que se encuentra entre el 75% de los niños de su edad que aún no lo tiene. Sus padres han decidido que se lo comprarán a los doce años. “En su clase hay varias niñas que ya lo tienen, y ¡claro!, ella lo quiere porque dice que así se puede intercambiar mensajes con las amigas, pero nosotros pensamos que son muy pequeñas para utilizarlo: no saben controlarse y se distraen mucho”, explica la madre. Sabe que las nuevas tecnologías son el futuro y que su hija debe aprender a manejarlas para no quedarse anclada en el pasado, pero “aprenden muy rápido, en cuanto haya madurado más y lo tenga, lo manejará con soltura en dos días”, dice. Una de las cuestiones que más le preocupa a esta madre es que se vulnere la intimidad de su hija: “En el colegio se han dado casos de niños que han grabado a sus compañeros en los vestuarios. Imagínate si luego lo suben a Internet…”.
Una opción a la que suelen recurrir los padres cuando le compran el primer móvil al niño, es que esté preparado solo para recibir llamadas, de manera que sirva a los padres para tener al pequeño localizado, pero éste no puede navegar en Internet ni realizar llamadas. Y para los que sí disponen de Internet, también existen infinidad de aplicaciones de “control parental” que ayudan a los padres a saber qué páginas visita su hijo o a cancelar aquellas que no quieren que visite. Incluso existen aplicaciones que bloquean el teléfono, a través de una contraseña, cuando el niño no atiende las llamadas de los padres, permitiendo que solo pueda llamar a sus padres o a los servicios de emergencia. En cualquier caso, hay edades en las que, por sentido común, no está indicado el móvil. Laura Aut, psicóloga infantojuvenil de Isep Clinic, advierte que a los siete años es muy pronto para que los niños dispongan de este dispositivo: “A esta edad aún no están maduros para tener el móvil sin un control paterno, por lo que les ponemos en una situación de riesgo, ya que los niños son muy vulnerables y no tienen herramientas personales para desenvolverse en muchas situaciones sociales, además de poder afectar de forma negativa en su rendimiento académico, ya que su atención estará focalizada en otro tema”.
Ventajas de su uso
Una de las ventajas de no tener móvil, como dice Alba (14 años), es que se evitan muchos de los conflictos que ocurren a diario en los colegios sobre el mal uso de las nuevas tecnologías. Por ejemplo, la toma de fotos de niños y adolescentes que luego publican en las redes sociales sin permiso o las discusiones en los grupos de WhatsApp. De hecho, la Agencia Española de Proteccción de Datos, ha editado una guía sobre este tema para asesorar a padres y profesores. Otro inconveniente de disponer de móvil es que la adicción que puede producir en el niño y adolescente, suele llevar a una utilización masiva y a desviar la atención de las tareas escolares. La Asociación Española de Pediatría también alerta sobre la relación entre el exceso del uso de este dispositivo y el aumento del sedentarismo y, en consecuencia, de la obesidad infantil. “Se debe limitar el tiempo que pasan los niños delante de las pantallas (TV, consola, móvil, etc.) y aumentar el del juego al aire libre. Los menores de dos años se recomienda que no pasen nada de tiempo y los adolescentes no más de dos horas diarias”, aconsejan.
Asimismo, la Sociedad Española de Pediatría Extrahospitalaria y Atención Primaria (Sepeap) también advierte del aumento de los trastornos de sueño en menores por la falta de atención de sus padres. «Su uso antes de dormir produce una alteración importante del sistema nervioso; en ese momento tienen que estar relajados y no haciendo una actividad que les exija una sobrecarga neuronal», afirma el pediatra Fernando García-Sala.
¿Y las ventajas? Además de aprender a manejar una tecnología que ya es global para comunicarse y trabajar, existen infinidad de aplicaciones con las que el niño puede aprender jugando: matemáticas, lectoescritura, cálculo mental, estimulación de la memoria… Tiene la ventaja de que los padres pueden elegir lo que quieren que vea su hijo, cosa que no ocurre, por ejemplo, con la televisión. Se puede programar al móvil para que el niño solo pueda visitar determinados espacios. Y permite jugar en grupo. No es sinónimo de aislamiento; para evitar que juegue solo, los padres deben intervenir, controlar el uso que hace el niño del mismo y orientar.

Los espectáculos familiares vuelven por Navidad

Llegan días para compartir con los niños y se multiplican las ofertas de musicales infantiles y circos familiares para disfrutar con los más pequeños de la casa. Colorido, música, magia e ilusión con sus personajes más queridos.
Cirque du Soleil. Llega a España el espectáculo Totem del Cirque du Soleil. Pasará la Navidad en Madrid, y el 25 de enero viaja a Sevilla, en marzo a Barcelona, junio a Málaga y julio a Alicante. Totem te transporta a través de un viaje a la evolución humana, desde su original forma de anfibio hasta su deseo último de volar. Con grandes momentos acrobáticos que rememoran escenas de la historia de la evolución, cuenta con un elenco formado por 46 artistas, actores, músicos y cantantes.

Billy Eliot. Del más veterano al último gran estreno de esta temporada en la capital. Billy Eliot ha llegado con fuerza a Madrid tras once años de éxito en Londres y cuatro en Broadway. Espectáculo recomendable para niños mayores de ocho años es un alegato para luchar por nuestros sueños. Un niño que consigue sus metas gracias a una profesora que cree en él. Los niños que lo representan, al igual que Billy, llevan más de dos años de duro trabajo en distintas disciplinas para salir ante el público en el Nuevo Teatro Alcalá.

Circo MáGico. Por primera vez, Ifema acoge una carpa de circo con un espectáculo que se mantendrá hasta el 28 de enero. Más de 30 artistas llegados de las mejores escuelas de circo de todo el mundo en una escenografía única. El cielo de la carpa se convierte en un auténtico planetario plagado de estrellas, y en el interior se desarrolla una historia narrada por el árbol Mágico.

Disney on Ice. Como cada año vuelve Mickey Mouse y sus amigos en un colorido espectáculo sobre hielo. Emprenden un viaje a explorar el mundo y llegan a la Sabana de El Rey León, al fondo del Mar con la Sirenita, al cielo volando con Peter Pan al mundo de Nunca Jamás y, cómo no, al paraíso helado de Frozen con Anna y Elsa. Un mundo mágico que podrás disfrutar con los más pequeños en Madrid y Barcelona en 14 únicas funciones en febrero.

Tadeo JONES. Tadeo Jones y Sara se embarcan en una nueva aventura recorriendo la mitología griega en busca del tesoro de Euterpe, la musa de la música. Un viaje por distintos escenarios a través de las canciones de las películas del héroe español con un final apoteósico con efectos lumínicos que termina con un baño de fuego en un castillo de oro en el que tendrá que liberar a Sara. Hasta el 21 de enero en el Teatro Calderón de Madrid.

LA BELLA Y LA BESTIA. La compañía MundiArtistas, que ya ha ofrecido otros musicales infantiles como El Mago de oz y Alicia en el País de las Maravillas, llega esta navidad con la historia de la Bella y la Bestia en forma de Musical. Una versión libre con elementos de las adaptaciones cinematográficas y siete canciones originales, humor, proyecciones audiovisuales y un cuidado vestuario. Hasta el 7 de enero en el Teatro Maravillas de Madrid.

LA REINA DE LAS NIEVES. Este musical basado en el cuento de Hans Christian Andersen llega a la Gran Vía en Navidad con la voz de Mireia, componente del primer OT. La historia, que fascina a los niños tras la versión de Disney con Frozen, nos habla de la relación entre hermanos y del bien y el mal con toques de humor. Escenografía, vestuario y efectos especiales impactantes con un equipo de 12 actores, cantantes y bailarines para que disfrute toda la familia hasta el 7 de enero en el Teatro de la Luz Philips de Madrid.

PETER PAN. El eterno niño estará en Madrid en formato musical con una puesta en escena con 10 actores-cantantes que dan vida a 20 personajes, números acrobáticos, música, canciones, bailes y sorpresa. Un viaje emocionante al País de Nunca jamás para derrotar al capital Garfio entre hadas, cocodrilos e indios pieles rojas estarán hasta el 31 de marzo en el teatro Maravillas de Madrid.

¿Los niños necesitan de sus padres más tiempo o “tiempo de calidad”?

adrián cordellat
El concepto de “tiempo de calidad” referido a la crianza de los hijos ha corrido como la pólvora y dado lugar a mil y un artículos que ensalzaban los beneficios de este tiempo de calidad (no más de una hora diaria) por encima del tiempo, en general, que los padres, y sobre todo las madres, han dedicado siempre al cuidado y crianza de sus hijos.
“Sinceramente, por muy extraordinarios que sea esos 30 minutos, un hijo necesita una inversión mucho mayor de tiempo, por muy mediocres o de pésima calidad que sean el resto de minutos”, reflexiona al respecto Lucía Trabajo, autora del blog Planeando Ser Padres, donde no dudó es escribir un post sobre lo que ella considera “el engaño del tiempo de calidad”. Lucía trabaja desde casa, así que pasa las 24 horas al día con sus hijos. “Sinceramente creo que mis hijos valoran más la cantidad de tiempo juntos que la “mala” calidad de entretenernos haciendo la cena o acercándome las pinzas del tendedero. Quieren contacto humano, cercanía, cariño, una madre a la que recurrir ante cualquiera de sus dramas infantiles. Con ese apego primario cubierto, creo que tienen felicidad de sobra. Se sienten seguros, acompañados y queridos en todo momento, aunque nuestras vidas no sean una fiesta constante”, reflexiona.
Los expertos en psicología infantil coinciden mayoritariamente en la importancia del tiempo de calidad dedicado a los hijos. “Claro que hay que jugar y hacer cosas únicamente dedicadas a ellos pero la cantidad de tiempo que pasamos junto a nuestros hijos debe ser siempre superior a ese tiempo en exclusiva mal llamado de calidad”, afirma Sara Tarrés, psicóloga y autora del blog Mamá Psicóloga Infantil, para quien los niños “deben aprender a ver que sus padres tienen también sus propias tareas, a entretenerse solos o jugar con sus amigos o hermanos”; a la vez que los padres aprendemos a “estar ahí para cuando nos necesiten”.
Una opinión que refrenda en parte Josevi Baeza, psicólogo especialista en coaching educativo y consultor familiar en Centro Baeza, para quien según los datos de estudios a los que ha tenido acceso no es necesaria tanto una dedicación exclusiva a los niños como el hecho de pasar tiempo con ellos de forma no exclusiva, pero sí accesible. “Si entendemos de esa forma el concepto de “tiempo de calidad”, en contraposición al “tiempo de exclusividad”, entonces por supuesto que es importante. Por ejemplo, el concepto de “tiempo de calidad” mientras ellos juegan y nosotros leemos un libro es perfectamente compatible porque, vuelvo a insistir, lo que necesitan los niños es que estemos accesibles.”, asegura.
tiempo de calidad
Los padres de hoy nos enfrentamos a un montón de problemas, el principal de los cuales, para el psicólogo Alberto Soler, coautor de Hijos y padres felices (Editorial Kailas), “es el poder estar presentes en la vida de los hijos”. A ello contribuye, entre otras cosas, el hecho de vivir en contextos urbanos cada vez más grandes que requieren de tiempos de desplazamiento mayores; y la precarización laboral, que se traduce en jornadas más largas e intensas y salarios que, a diferencia de otras épocas precedentes, obligan a trabajar a los dos miembros de la familia para poder salir hacia adelante. “En esas circunstancias, poder mantener una relación estrecha, cálida y presente con nuestros hijos cada día es más difícil”, reflexiona Soler, para el que en su opinión el concepto de “tiempo de calidad” es en cierto modo un “anestésico social” en un contexto en el que la conciliación se ha convertido en una utopía: “necesitamos creer en ciertas ideas para no sentirnos culpables, así que si tenemos a alguien que nos calma la conciencia diciendo que no pasa nada, que media horita de calidad es suficiente, pues eso nos proporciona cierto alivio”.
La reflexión de Soler la comparte Sara Tarrés, para quien el “tiempo de calidad” es un “concepto trampa” con el que todos, “excepto el sistema productivo”, salimos perdiendo. “Creyendo que por pasar cinco minutos de calidad con nuestros hijos es suficiente perdemos los padres, porque dejamos de luchar por la verdadera conciliación laboral y familiar, pero también pierden nuestros hijos, porque nos ven poco y porque al final piensan que los padres deben ser únicamente la fuente de su entretenimiento”, explica antes de recordar que para educar y para formar a los futuros adultos del mañana “hace falta tiempo”. A secas.
Para Josevi Baeza existe otro mito en torno al estilo de crianza y la parentalidad más allá del que hace referencia al “tiempo de calidad”: el de la cantidad de tiempo. En ese sentido cita el estudio longitudinal Does the Amount of Time Mothers Spend With Children or Adolescents Matter?, publicado en la revista ‘Journal of Marriage and Family’. “En esta investigación se vio que, a pesar de que cada vez pasamos más tiempo con nuestros hijos, esto no se traduce en ningún aumento en cuanto al correcto desarrollo de ellos como individuos, ni en su comportamiento ni en su crecimiento emocional. Es más, hemos llegado al punto de que estamos cayendo en el fenómeno de los padres y madres helicóptero, que sobrevolamos todos los aspectos de la vida y desarrollo de nuestros hijos, y esto se ha visto que provoca a la larga una menor capacidad de resolver problemas por ellos mismos”. “Estoy diciendo que deberíamos dejar de sentirnos culpables por no pasar suficientemente tiempo con ellos, ya que no hay consecuencias. Las opiniones y nuestras emociones pueden ser encontradas, pero la ciencia parece que apunta en otro sentido”.
Para Alberto Soler, por el contrario, “las investigaciones demuestran” que no dedicar tiempo a los hijos sí que tiene consecuencias que dependerán de la edad de éstos. El psicólogo cita entre ellas problemas de índole emocional, de estado de ánimo e, incluso, de ansiedad. “También de orientación, porque carecen de ella a nivel nutricional, de hábitos de vida saludables, académico… Son consecuencias que van a tener que hacer más en solitario si los padres no tienen presencia”, explica.

Las ventajas de enseñarle autocontrol

olga fernández
Inculcar autocontrol en los niños puede ser clave para su futuro. Esta es la principal conclusión del Estudio Multidisciplinario de Salud y Desarrollo de Dunedin (Nueva Zelanda), que abarca el seguimiento de más de 1.000 niños desde el nacimiento hasta los 32 años. “A la edad de 10 años, muchos habían dominado el autocontrol, pero otros no lograron esta habilidad. Los seguimos durante más de 30 años y rastreamos las consecuencias del autocontrol de su niñez por su salud, riqueza y delincuencia criminal”, comentan los autores. Las conclusiones del trabajo son sorprendentes: los niños con autocontrol deficiente eran más propensos a cometer errores cuando eran adolescentes y presentaban más probabilidades, de adultos, de tener mala salud, menos riqueza y más riesgo de caer en la delincuencia.
Ventajas de cultivarlo
Pero, ¿en qué consiste esta cualidad? “El autocontrol es la capacidad de dominio de sí mismo en las diferentes situaciones de la vida, ya sean positivas o negativas. Ello supone dirigir el propio comportamiento, darse pautas a sí mismo para saber en cada momento lo que es más adecuado y cómo lo debemos hacer. Es la capacidad de controlar nuestras emociones, favorables y desfavorables, e impulsos de una manera positiva y eficiente”, explica Antonio Labanda Díaz, psicólogo educativo del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid y del Instituto de Orientación Psicológica EOS.
Retrasar la gratificación, controlar los impulsos y modular la expresión emocional, son claves para desarrollar el autocontrol. El trabajo invertido en la etapa infantil dará sus frutos cuando el niño se convierta en un adulto responsable. Aunque también es importante señalar que llevado a extremos puede conseguir el efecto inverso: “Un excesivo autocontrol produce rigidez emocional y de pensamiento, y puede conducirnos a tomar decisiones erróneas”, advierte el psicólogo.
Sus ventajas son muchas: el niño estará más entrenado para ser constante en el trabajo, sabrá esperar e inhibir una respuesta inadecuada, mantendrá mejor la atención sostenida sobre una tarea, su pensamiento será más flexible, razonará sus decisiones y no las tomará desde las emociones y sabrá manejar las situaciones de conflicto social y de convivencia.

Policías en el cole

TERRY GRAGERA
¿Qué sucede cuando la Policía entra en los centros? “En general, la aceptación es altamente positiva. Para ellos es una alegría y una curiosidad. Es fundamental enseñar a los niños y jóvenes que la Policía Nacional es la garante de sus derechos y la que protege la Seguridad Ciudadana. Con la presencia de la Policía en los centros educativos, conseguimos que se familiaricen con nuestra actividad policial y que sepan a quién acudir en caso de encontrarse en peligro”, destacan desde la Unidad Central de Participación Ciudadana.
La Policía desarrolla un tipo de actividades, según la edad de los escolares. Así, para los más pequeños se realizan exhibiciones de material y se les presentan las distintas unidades policiales y sus equipamientos (coches patrulla, Unidades de Guías Caninos…). Se trata de que se familiaricen con la Policía y adquieran consejos básicos de seguridad de una forma muy visual y atractiva para ellos.
Cuando son un poco más mayores, los escolares reciben otro tipo de formación a través de charlas sobre el acoso escolar, el acceso a drogas, el vandalismo, los riesgos del uso de las nuevas tecnologías, la violencia entre iguales… También hay actividades en el ámbito universitario, como la “Campaña contra las novatadas”. En cuando a las AMPAS y a los padres en general, además de las charlas preventivas, se ofrece la posibilidad de establecer reuniones con expertos policiales para facilitarles asistencia técnica y apoyo sobre aquellos problemas de seguridad que implican mayor riesgo para niños y jóvenes.
“La temática más demandada por las familias durante el curso pasado fue, con diferencia, la de Riesgos en Internet, seguida de Acoso Escolar”, explican desde la Unidad Central de Participación Ciudadana. “Se les traslada una visión de la realidad desde el punto de vista de la seguridad, en el que se tratan las consecuencias que nos encontramos a diario cuando no se ha hecho un uso responsable de las tecnologías de la información o no se ha ejercido la debida vigilancia sobre los menores cuando navegan en Internet. Informar a los padres, por ejemplo, de la posibilidad de que un pedófilo pueda contactar con sus hijos a través del último videojuego que les han comprado hace saltar todas las alarmas”, resaltan. Tras este tipo de charlas, la Policía constata “una profunda concienciación. Se ha logrado generar algo importantísimo: un mayor interés en conocer el medio virtual en que se mueven sus hijos y las responsabilidad de cómo protegerlos”.
en confianza
Tras la celebración de este tipo de charlas es muy común que salgan a la luz casos de acoso, grooming (cuando un adulto se hace pasar por un menor), malos tratos… “Nos encontramos con menores arrepentidos, que no eran conscientes de que sus actos pudieran ser considerado acoso; otros que buscan ayuda para dejar de ser víctimas de ello; niños que hablan de sus contactos en redes sociales y que después de una charla empiezan a sospechar que pudiera ser un groomer…”, revelan desde la Unidad Central de Participación Ciudadana. “Es fundamental informar a los menores de aquellas cuestiones que afectan a su seguridad y a su vida cotidiana, descubrirles los riesgos y peligros que se esconden detrás de un comportamiento negativo y, sobre todo, que tomen conciencia de sus actos. Además, la figura de la Policía genera en ellos la confianza para acercarse y contar lo que ven”.

Internet: ¿arma o herramienta?

ANA VEIGA
¿Una duda? Pregúntale a Google. También a sus colegas telefónicos Siri o Alexa. O a Wikipedia, los desconocidos de los foros o los ‘amigos’ online. ¿Ya lo haces? Seguramente, tu hijo también.
La explosión tecnológica mundial es innegable. El uso de las redes sociales ha ido en paralelo al de Internet, con un incremento de más del 20% entre 2016 y 2017, como indica el informe Digital in 2017: Gobal Overview. Y este cambio se percibe también en los niños, que incluso prefieren preguntar a Google antes que al profesor o a sus padres.
En España, el 30% de los niños tiene móvil a los 10 años; y el 70% a los 12, según un informe del Hospital Sant Joan de Déu. Y según datos publicados en la web Por un uso Love de la tecnología, uno de cada tres menores pasa de media tres horas diarias conectado a Internet.
Los adultos no nos quedamos atrás en el abuso de las pantallas. Miramos el móvil más de 150 veces al día, según los datos del estudio How many times do you check your mobile phone per day? de Oracle Marketing Cloud. En medio de todos estos datos, cabe plantearse qué ventajas e inconvenientes ofrecen las nuevas reglas del juego para educar a nuestros hijos.
El Doctor Google
Basta con escribir ‘mi hijo’ en Google para que el propio buscador nos revele los peores miedos de los padres. “Mi hijo no obedece”, “mi hijo no come”, “mi hijo no quiere estudiar”… Pero por supuesto hay más.
Consultamos en Internet todo, desde problemas de conducta a consejos prácticos, recetas sanas o incluso cuestiones de salud. Por ejemplo, casi el 12% de los padres estadounidenses reconoce que, antes de llevar a su hijo a la consulta del médico, navega por la Red –como indica la Academia Americana de Pediatría (AAP)-. Además, la mayoría termina en webs como Wikipedia, mientras que solo el 16% se decide por páginas reconocidas como los Centros de Control y Prevención de Enfermedades.
Un estudio hecho por Birmingham Science City en el Reino Unido encuestó a más de 500 niños entre 6 y 15 años. De ellos, el 54% dijo preferir preguntarle sus dudas a Google antes que a sus padres; frente a eso, solo un 3% le pregunta a sus profesores y uno de cada 10 dice que jamás hablaría con su docente si tiene dudas. Las cifras muestran la confianza de los niños en el buscador: El 91% lo usa, el 47% afirmó consultarlo por lo menos 5 veces al día y el 18% dijo buscar en Google 10 veces o más diariamente.
En el lado de los padres, la situación es similar. Hay una inclinación creciente entre los padres –especialmente entre los más jóvenes- a preguntarle a Google antes que al médico. Esta tendencia es tal que llegó a generar un término nuevo: cibercondria, que es la mezcla explosiva entre el acceso a información online y la hipocondría, es decir, sentirse identificado con descripciones ambiguas sobre enfermedades y ponerse siempre en la peor posibilidad.
Quien sabe bien de lo que hablamos es Amalia Arce, pediatra y autora del blog Diario de una mamá pediatra. “En mi web comento específicamente que no atiendo a consultas, precisamente porque no es el medio adecuado para hacerlo ya que no he tenido oportunidad de ver a los niños ni explorarlos”. Como madre y pediatra, quiere alertar a los otros padres de los riesgos de confiar ciegamente en la información de Internet. “Estamos en un momento en el que los padres están cada vez más informados. Tener información es diferente de tener conocimiento; la información debe ser cotejada por un profesional sanitario, que además verá al niño, podrá explorar y analizar sus antecedentes… y tendrá en cuenta otras variables diferentes a las que puede ofrecer un buscador”.
Red de madres
No todo son peros. Internet tiene muchas ventajas, como el nuevo universo que ha creado para las madres, construido a base de intercambios de información entre mujeres en la misma situación.
Para ver cómo de fuerte es esta red, se elaboró el estudio La verdad sobre las madres inteligentes. Se entrevistaron a 6.800 madres de diferentes países para saber cómo se relacionaban con Internet y si influía en la Educación de sus hijos. «Nuestra investigación descubrió un grupo global de madres inteligentes que están tomando el control de la tecnología, armándose con la información, y cada vez más cómodas con la integración de esferas como la familia, el trabajo y ellas mismas», explican en el informe.
De hecho, el 88% de estas madres dicen que quieren compartir las ideas o consejos que les parecen interesantes; y el 37% dicen que quiere compartirlo con el máximo de padres y madres. Es quizá una necesidad de compartir y vivir conjuntamente la crianza así como nutrirse de la sabiduría de otras mujeres en su situación. A esta red, el estudio le llama Mom Economy (Economía de Madres), del que la gran mayoría quiere participar como sujetos activos e incluso influencers. En lo que la mayoría (65%) están de acuerdo es que no existe la figura de la supermadre, que parece haberse desterrado.
Esta es precisamente una de las ideas que defiende el Club de las MalasMadres, que es además un ejemplo de la Mom Economy en España y ya cuenta con 350.000 madres seguidoras en redes sociales.
Su eslogan es No soy Superwoman, ni quiero serlo. Laura Baena, fundadora del Club, explica en su web que “El Club de las Malasmadres es una comunidad emocional 3.0 de madres con mucho sueño, poco tiempo, alergia a la ñoñería, con ganas de cambiar el mundo o al menos de morir en el intento”.
Por otro lado, la infancia actual debe capear con los peligros derivados del mundo interconectado, como el contacto con desconocidos o el acceso a webs no apropiadas a su edad. De hecho, un artículo llamado “La influencia de los padres en la adquisición de habilidades críticas en Internet” habla de una encuesta Primaria de la Universidad CEU San Pablo hecha a 765 familias con hijos en Educación Infantil. En ella, afirman que los estilos parentales más restrictivos no favorecen que los niños adquieran las habilidades críticas necesarias para hacer un uso responsable de Internet. Es decir, demasiadas normas y restricciones no permiten que los menores desarrollan un pensamiento crítico propio.
En cambio, proponen a los padres que se conviertan en tutores no invasivos mientras sus hijos exploran Internet libremente por las webs que estén adaptadas a su nivel madurativo.
La clave, señalan los expertos, es el papel mediador de los padres en la Educación de sus hijos y, especialmente, el empoderamiento de los menores en la adquisición de habilidades críticas. Por eso, es importante dar oportunidades a los menores para que crezcan, tomen decisiones y adquieran competencias.

Atados a la silla

ANA VEIGA
Seguro que alguna vez, cansado y sin fuerzas para instruir tranquilamente a tus hijos en uno de sus momentos de mayor descontrol, has acabado por decirles: ¡Estate quieto o te ato a la silla! Y si te ha pasado a ti, imagina lo complicado que es gestionar esas situaciones cuando a tu hijo le han diagnosticado con Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH), un trastorno de carácter neurobiológico que implica un déficit de atención, hiperactividad y/o impulsividad.
Sabemos que solo es una expresión, pero parece que una empresa alemana le ha dado vueltas al asunto, creando un producto cuanto menos polémico: unos chalecos con peso para niños. Su uso se ha extendido entre menores hiperactivos.
instrumento de terapia
Beluga Healthcare es el nombre de la compañía que, en su web, se autodefine como especializada en “terapia con arena”. Esto es porque los chalecos que han creado están rellenos de ese material, llegando a alcanzar pesos de seis kilos.
Actualmente, distribuyen chalecos a más 200 centros escolares de Alemania, la mayoría en centros para niños con necesidades especiales. “Está indicado para personas con problemas que tienen problemas para percibir su cuerpo. El chaleco les ayuda a ser conscientes del espacio, es lo que llamamos la propiocepción”, explica Silke Turley, directora de la compañía, que aclara que los chalecos se pueden usar “desde que el niño tiene 1 año, adaptando el peso a su edad”.
La cuestión es que se ha extendido su uso en niños hiperactivos. Y a pesar de que Turley los define como “productos para el área terapéutica con un enfoque en la integración sensorial” que llevan ya produciendo 15 años, también indica que los chalecos ayudan a concentrarse a los niños con déficit de atención y en general a los que les cuesta quedarse quietos en la silla.
Sí, Turley es consciente de la polémica suscitada por aquellos que ven en los chalecos una especie de camisa de fuerza que impide el libre movimiento de los pequeños. Pero la Directora de Beluga defiende que la utilidad del producto, diseñado por los ergoterapeutas Thorsten Albrecht y Arvid Spiekermann teniendo en cuenta factores médicos.
“Los chalecos no son una solución al mal comportamiento ni una herramienta pedagógica. Son piezas de un tratamiento complejo de trastornos cognitivos y pueden ayudar a las personas a establecer y mejorar la conexión entre el cerebro y el cuerpo. Esto hace que las personas perciban el sentido del tacto de nuevo de manera integral y que la inquietud motora y mental disminuya a medida que el cerebro puede complementar significativamente el mapa del espacio corporal. El peso es necesario para alcanzar el sensor de profundidad de la piel”, defiende mientras nos señala artículos científicos del Dr Martin Grunwald o la terapeuta Ulla Kiesling. Los chalecos, que cuestan entre 80 y 170 euros, distribuyen el peso y la presión a lo largo de los músculos “y estimulan los sentidos, lo que provoca un incremento del rendimiento cognitivo”; por lo que desde Beluga mantienen que esto ayuda a que el niño esté relajado y pueda trabajar totalmente concentrado.
Sobre las críticas, cree que siempre es bueno cuestionarse las cosas pero también “nos gustaría que los hallazgos de la ciencia moderna finalmente se apliquen en el tratamiento de personas con trastornos de la percepción”. La directora mantiene que “cualquiera que se involucre más intensamente con la terapia de integración sensorial, la investigación cerebral moderna y la importancia de nuestro procesamiento sensorial, entenderá que la crítica a los chalecos va en la dirección equivocada”. Y llega a decir que “incluso si eso significa que vendemos menos en Occidente, nos gustaría ver un replanteamiento de la visión sobre nuestro cuerpo. Cuando nos demos cuenta de lo importante que son los sentidos para el desarrollo de nuestros cerebros, también comprenderemos cosas bastante diferentes y esto alterará nuestra visión del mundo actual”.
Los chalecos en España
La noticia sobre la existencia de estos chalecos ha llegado recientemente a España y resulta una sorpresa para muchos profesionales de la psicología o de la integración sensorial, donde precisamente los engloba Turley.
La Teoría de Integración Sensorial (IS) fue creada por la Terapeuta Ocupacional y Neurocientífica estadounidense Jean Ayres allá por los años 60, quien la definió como “el proceso neurológico responsable de organizar las sensaciones que uno recibe del cuerpo y del entorno, para poder responder y funcionar adecuadamente en relación a las demandas ambientales”.
Hoy en día, la Integración Sensorial es una técnica de la Terapia Ocupacional que busca que motivar al niño, a través de estímulos y ejercicios prácticos, para logre los objetivos definidos y vaya conociendo su mente, su cuerpo y se adapte al entorno. Es decir, puede ser útil en personas con síndrome de Down o con alguna discapacidad física hasta en aquellas que no tienen nada aparente, como un niño que le cuesta cortar con tijeras. Pero ¿tienen cabida los chalecos de arena en esa terapia?
AUPA Lugo es un Centro Terapéutico Infantil formado por un equipo de terapeutas ocupacionales con la formación completa en Integración Sensorial reconocidos por Western Psychological Services (WPS). Desde allí, reconocen que “la importancia procesamiento sensorial está suficientemente documentada como para saber cuan efectiva es la presión versus al peso en niños con desorden de procesamiento sensorial” aunque apuntan que “no todos los niños con diagnóstico de TDAH tienen dificultades para procesar la información sensorial, y el uso del chaleco no debe ser ni es una estrategia sensorial en este sentido”.
Por ello, consideran que los chalecos de arena “no deben venderse por tanto como un producto para el enfoque de la integración sensorial” y subrayan que “en AUPA Lugo no lo usamos como recurso terapéutico dentro del enfoque de la IS ni los recomendamos, puesto que no existe evidencia científica en la actualidad suficiente que lo avale”.
En la misma dirección van los comentarios de Sara Ortega, Neuropsicóloga y Responsable del Área Clínica en la Fundación CADAH (Fundación Cantabria Ayuda al Déficit de Atención e Hiperactividad), quien se muestra crítica con el producto. “Nunca he usado ni visto que se usen esos chalecos con niños hiperactivos y me resulta una propuesta paradójica con estudios previos como, por ejemplo, una investigación que puso de manifiesto que permitir a los niños hiperactivos que canalicen su exceso de actividad -a través de herramientas como pupitres con pedales- le ayudaba a tener mejor rendimiento académico”.
Por eso, la neuropsicóloga se muestra contraria al uso de estos chalecos . “La hiperactividad es fisiológica y no es algo que el niño pueda controlar. Por lo tanto, si le pones un elemento externo para controlar su hiperactividad, lo que estás consiguiendo es que el niño no se mueva, no manifieste su actividad pero lo que sí puedes favorecer es que aparezca una mayor hiperactividad mental”, afirma contundente. Ortega sí reconoce que los chalecos pueden tener cierta utilidad en niños con trastornos del procesamiento sensorial como aquellos dentro del espectro autista. “En ese caso, estas herramientas de peso les sirven como elementos para modular sus percepciones sensoriales y ahí puedo entender que es útil porque el peso puede actuar como un abrazo y resultar calmante para los niños en el espectro autista. Pero ese no es el caso clínico de los hiperactivos”.

Adolescentes antes de tiempo

Por Eva R. Soler

En la sección infantil de una conocida cadena comercial de ropa, el diseño de vestidos, cazadoras, abrigos, botas, zapatos y complementos copia las tendencias de la moda juvenil. Hoy en día, es fácil vestir a los niños y a las niñas desde los cuatro años con las pautas que marcan las pasarelas de moda dirigidas a un público adulto. La moda es sólo un factor más que contribuye a que aumenten los llamados preadolescentes.

Para la psicóloga Úrsula Perona del Centro Psicoclinic de Alicante, las nuevas tecnologías, los modelos que se transmiten en televisión y el estilo de vida actual son las principales causas de esta tendencia: “Los niños tienen acceso a redes sociales desde edades muy tempranas. Esto provoca que se conviertan en espectadores en un mundo adulto e imitan esas conductas y estándares de belleza. En televisión, las series y dibujos animados son cada vez menos inocentes: aparecen problemas adultos, temas sexuales, las preadolescentes visten ropa juvenil y van maquilladas: son el modelo que siguen nuestros hijos. Además, el estilo de vida tampoco propicia hábitos propios de la infancia: los niños ya no juegan en el parque o al aire libre, no tienen ocasión para el juego espontáneo y no estructurado. Eso ha sido sustituido por videoconsolas y móviles”, opina esta experta en psicología infantil y juvenil.

Según Perona, la sociedad en general, los padres y los profesionales de la Educación y de la salud tienen que actuar para frenar este tipo de comportamientos: “Nos estamos cargando la infancia y aún no podemos predecir con exactitud todas las consecuencias psicológicas que esto supondrá cuando estos niños se conviertan en adultos. Cada etapa del desarrollo tiene unas necesidades que deben cubrirse”.

«En televisión, las series y dibujos animados son cada vez menos inocentes: aparecen problemas adultos, temas sexuales, las preadolescentes visten ropa juvenil y van maquilladas»

Acortar la infancia

Además, la psicóloga advierte: acortar el periodo de la infancia puede tener consecuencias negativas en muchos sentidos: “Puede afectar al desarrollo de las relaciones sociales y de las habilidades de interacción social. También tiene un impacto importante en la autoestima y en niños de sólo 10 años o incluso, menos, pueden aparecer preocupaciones propias de adultos o jóvenes como el peso, el aspecto físico, la obsesión por ir a la moda. Aumentan los casos de ansiedad, ya que nuestros niños viven con mucho estrés y sin tiempo apenas para el ocio. Si no actuamos, se convertirán en adultos estresados y ansiosos”.

¡No me chilles!

Por Ana Veiga

 

¿Puedes recordar la última vez que gritaste a tu hijo? Puede que haya sido hoy, ayer o hace un mes; puede que el motivo haya sido una tontería o puede que la causa de la disputa venga de una situación compleja. Pero lo más probable es que tengas el recuerdo de algún momento en que le levantaste la voz. Varios estudios hablan de los efectos que esto puede tener en el cerebro de nuestros hijos y en su comportamiento.

 

En la Universidad de Pittsburg, el Profesor de Psicología Ming-Te Wang realizó un estudio – publicado en la revista Child Development– sobre qué suponen los gritos de los padres para los adolescentes. El estudio, llamado Enlaces longitudinales entre la disciplina verbal dura de padres/madres y los problemas de conducta y síntomas depresivos de los adolescentesse realizó en 10 escuelas de Pensilvania durante un período de dos años. 967 adolescentes y sus padres participaron en el estudio a través de encuestas periódicas sobre temas relacionados con su salud mental, prácticas de crianza o la calidad de la relación paterno-filial, entre otras.

 
Tras dos años de estudio, Wang y la coautora de la investigación, Sarah Kenny, notaron que “los efectos de la disciplina verbal fueron aproximadamente los mismos que con la disciplina física; y por eso, podemos deducir que estos resultados durarán de una forma similar en el tiempo”, dijo Wang. ¿Cómo se determinó esa similitud entre ‘disciplinas’? Los investigadores notaron que los adolescentes que habían recibido gritos sufrían un aumento de síntomas depresivos y tenían más probabilidades de mostrar problemas de conducta como, por ejemplo, un comportamiento antisocial y agresivo.

 
Y aunque muchos padres habrán pronunciado cientos de veces el manido “es por tu propio bien”, usar el amor y preocupación por nuestros hijos como razón para echarles una regañina a pleno pulmón parecen no ser suficientes para mitigar el daño de nuestros gritos; sí, aunque creamos que nos han dado motivos para gritarles. Así lo explican los investigadores, que confirmaron que el apoyo emocional y afecto de padres a hijos no sirven de paliativos. “El amor no disminuyó los efectos de la disciplina verbal y tampoco lo hizo la fuerza del vínculo entre padres e hijos”, explica Wang.

 

«Los adolescentes que habían recibido gritos sufrían un aumento de síntomas depresivos y tenían más probabilidades de mostrar problemas de conducta como, por ejemplo, un comportamiento antisocial y agresivo»

Pero ¿y si nuestro grito es una respuesta al suyo? Esa fue otra de las líneas de investigación de Wang y Kenny, que querían saber si la agresividad verbal era un camino de doble sentido. Y así fue, demostraron que los gritos durante la adolescencia se daban más en familias en las que el niño había mostrado comportamientos problemáticos. “Es un círculo vicioso y una decisión difícil para los padres, porque funciona en ambos sentidos: Las conductas problemáticas de los niños crean el deseo de impartir una disciplina verbal dura, pero esa disciplina puede empujar a los adolescentes hacia esos mismos comportamientos problemáticos”, advierte.

 
Como detalle, Wang subraya que no eran familias desestructuradas “ni había nada extremo o roto en estas casas” sino que se trataba de familias de clase media sin problemas extracotidianos. “Hay muchas familias como estas, con una buena relación intergeneracional, en la que padres preocupados intentan que evitar que sus hijos tengan comportamientos problemáticos”. La cuestión es cómo. Los investigadores de Pitssburg, Wang y Kenny, recomiendan a los progenitores que deseen romper el círculo de gritos que intenten comunicarse con sus hijos al mismo nivel, explicándoles sus preocupaciones y motivos.

 

Impacto en el cerebro

 

Alice Graham, psiquiatra de la Escuela de Medicina de Harvard, y su equipo analizaron el impacto de la dureza verbal y elevado volumen de la misma en los niños. Y descubrieron que los gritos pueden llegar a modificar la estructura del cerebro infantil de forma permanente.

 

Los investigadores de Oregón señalaron que el cerebro de los bebés tiene un gran nivel de plasticidad, es decir, se adapta a los entornos y encuentros que experimentan con el fin de que el humano pueda desarrollarse. Pero esta maleabilidad conlleva vulnerabilidad. «Nos interesaba saber si el conflicto entre los padres era una fuente común de estrés temprano en las vidas de los niños, y si estaba relacionado con el funcionamiento de los cerebros de los bebés», comentó Graham.

 

«Es un círculo vicioso y una decisión difícil para los padres, porque funciona en ambos sentidos: Las conductas problemáticas de los niños crean el deseo de impartir una disciplina verbal dura, pero esa disciplina puede empujar a los adolescentes hacia esos mismos comportamientos problemáticos”

 
Para determinarlo, analizaron a más de 50 niños que padecían trastornos psiquiátricos, y los compararon con otros 100 niños sanos. Así, descubrieron que algunos de los menores mostraban una alteración en el cuerpo calloso, que es una estructura que conecta ambos hemisferios. Curiosamente, la alteración era más común en los niños que sufrían maltrato verbal o eran incluso víctimas de la humillación y gritos habituales. Lo más interesante del estudio es que no solo habla de las consecuencias de crecer en un ambiente disfuncional, sino que las huellas en el cerebro infantil pueden provenir incluso de la exposición a tensiones moderadas.

 
Y esto no sucede solo en la etapa infantil sino que una investigación de la Universidad de Oregón mantiene que los bebés ya pueden sufrir sus consecuencias. Un equipo de neurocientíficos analizó el cerebro de 20 menores -entre los 6 y 12 meses de edad- a través de resonancias magnéticas. En las pruebas, se puso a los bebés a dormir en el escáner mientras un adulto decía oraciones sin sentido pronunciadas con un tono de voz muy enojado, levemente enojado, feliz y neutro.

 

«Los gritos pueden llegar a modificar la estructura del cerebro infantil de forma permanente»

Ahí, pudieron ver que los bebés mostraban distintos patrones de actividad cerebral dependiendo del tono emocional de la voz que presentamos. Los bebés de hogares conflictivos donde los gritos son habituales mostraban una mayor reactividad a los tonos de voz enfadados, especialmente en las áreas cerebrales relacionadas con el estrés y la regulación emocional.

 
Incluso, se descubrió que las discusiones entre padres/madres en un volumen alto afecta la forma en que los bebés procesan los tonos emocionales de la voz también mientras duermen. «Lejos de ignorar los conflictos de los padres, el procesamiento de los estímulos por parte de los bebés, como un tono de voz enojado, puede ocurrir incluso durante el sueño», aclaran.

 
En investigaciones anteriores, ya se ha descubierto que tensiones graves, como el abuso, tienen un impacto perjudicial en el funcionamiento social y emocional de un niño. Ahora, este equipo de psiquiatras liderado por Graham cree que las tensiones moderadas tienen un impacto similar.