Los niños con dislexia no necesitan más fuegos artificiales
En un momento de la conocida novela El Gatopardo, el joven aristócrata Tancredi traslada a su tío Fabrizio la famosa frase: “Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie”. Tancredi dice esto porque sabe que, pese a los anuncios de revolución, los cambios reales serán solo superficiales. Sabe que, tras esas transformaciones de poco calado, las injusticias seguirán ahí. Sus privilegios también.
En lo relativo a la atención al alumnado con dislexia, uno tiene la sensación de vivir, recurrentemente, ciertas escenas ‘gatopardianas’. Cada cierto tiempo se proclama la revolución definitiva. Suele tener que ver con la compra de la Administración de alguna herramienta tecnológica, la adquisición de alguna nueva prueba de detección o, por ejemplo, el diseño de alguna nueva guía a disposición del profesorado. Por supuesto, yo no tengo nada en contra de todo lo anterior y muchas de estas cosas no carecen de mérito y utilidad. En todo caso, los niños con dislexia necesitan, a mi juicio, cambios mucho más estructurales y de mayor calado. Sobre todo, si lo que queremos es realmente ayudarlos. Cambios que van mucho más allá de una nueva aplicación, una buena guía o una útil prueba psicométrica. Enumero algunos de ellos.
El primero de todos tiene que ver con asegurar una alfabetización de calidad a todo el alumnado. La dislexia es una dificultad persistente y severa para decodificar las palabras escritas de forma precisa y fluida. Enseñar a todos a los niños a leer con programas educativos de excelente calidad, informados desde la investigación, permite dos cosas: a) observar más rápidamente qué niños se quedan atrás y b) ofrecer una experiencia educativa temprana de mucha calidad que atenúe el impacto de los problemas que van a presentar aquellos niños para los que aprender a leer no es sencillo. Algunos trabajos recientes llevados a cabo en España han señalado que buena parte de los docentes presentan mitos y conocimientos inexactos cuando abordan la alfabetización de los niños.
El segundo cambio de calado tiene que ver con conectar la enseñanza de la lectura con una serie de cribados universales tempranos que permitan detectar, ya durante el primer año de enseñanza, qué niños se están quedando atrás. Los cribados diseñados por las administraciones suelen tener, por desgracia, varios defectos. El más grave (ya menos frecuente) radica en que estos cribados abordan, en ocasiones, constructos generales como el cociente intelectual, que correlacionan pobremente con las habilidades de decodificación y que, por desgracia, no sirve para detectar la dislexia. Otro error tiene que ver con la administración de estos cribados de forma tardía, por ejemplo, en tercero de Educación Primaria. Varios trabajos vienen diciendo que, si los niños están recibiendo programas de calidad para aprender a leer, los cribados se pueden implementar con éxito en el primer curso de la enseñanza elemental. Investigadores de referencia como Maureen Lovett o Stephanie Al Otaiba vienen mostrando que esperar uno o dos años para ofrecer respuesta educativa a los niños que muestran problemas para leer es un error. Cuanto más se abra la brecha, más difícil será cerrarla.
La dislexia es una dificultad persistente y severa para decodificar las palabras escritas de forma precisa y fluida
El tercer cambio es, para mí, el más importante Consiste en conectar los programas de alfabetización generales y los cribados universales con una respuesta educativa temprana, específica e intensiva, basada en la investigación, que aborde las dificultades emergentes de los niños en los primeros meses de enseñanza de la lectura. Estas intervenciones educativas especializadas deben monitorizar el progreso de los niños en riesgo tan pronto como aparecen las primeras dificultades, observar cómo los niños responden a la intervención específica y asegurar que aquellos niños con dificultades persistentes reciben, lo antes posible, un diagnóstico de dislexia. En un sistema que aborde la dislexia con garantías la intervención antes del diagnóstico, cuando los niños aún están en riesgo.
La revolución no es barata. Implica dar formación al profesorado, promover cambios organizativos y legales, aumentar los recursos en los centros y conectar los planes de estudios de las universidades con las necesidades que tienen nuestros colegios para atender al alumnado con dislexia. Sin embargo, cambios profundos y estructurales como estos son los que pueden ayudar de verdad a la mayoría del alumnado con dislexia. Hay que tratar de exigirlos a los que tienen la responsabilidad de llevarlos a cabo. Mientras tanto, hemos de seguir trabajando para ayudarlos todo lo que sea posible. No obstante, puede que convenga un cierto escepticismo cuando aparezcan los próximos arreglos rápidos, los próximos fuegos artificiales.
Julián Palazón es doctor en Ciencias de la Educación, psicólogo y pedagogo.